En tiempos globales azotados por una pandemia generada por un virus, que mutó de un murciélago hacía la transmisión humana, puede parecer propicio emplear el término “mutación”, para hablar de arte y teatro en nuestros días. Y la capacidad de adaptabilidad de este arte, en nuevos medios como el Internet y las plataformas que se despliegan en la web, que en muchos casos son de exposición individual. Hablamos, por supuesto, de las redes sociales y de la posibilidad de un escenario virtual.
En lo que concierne a capacidad mutativa en lo teatral, y del término en sí mismo, debemos primero desentrañar la palabra que define a la imagen de lo teatral. Categoriza la real academia española (RAE) y define lo “teatral” como un: “Lugar en que ocurren acontecimientos notables y dignos de atención”. Un lugar que hasta hace unos meses, no podía ser imaginado desde un espacio no físico, pues la convención de lo teatral delimita en su pensamiento la obligatoriedad de un hecho vivo en físico.
Es decir, no podríamos pensar en un teatro virtual bajo esta realidad. Pues la existencia de lo teatral derivaría en una apariencia de realidad, más no en un hecho concreto. ¿Pero realmente esto es así?
Para “escenario” la RAE acuña una definición muy similar a la teatral: “Lugar en que ocurre o se desarrolla un suceso”. Podríamos decir entonces, que tanto lo teatral, como el espacio donde se desarrolla, parte de un axioma: un lugar; y que este lugar debe existir bajo un paradigma de “realidad”, donde se desarrolla un suceso o un acontecimiento.
¿Pero qué es un lugar? Un espacio o una porción de espacio capacitada para ser habitada y estar en ella. ¿Pero un espacio es meramente físico o podemos hablar de espacios virtuales?
En este sentido, el Internet está dotado de infinidad de espacios, de lugares, en los que ocurren cosas y se desarrollan sucesos. Los tenemos en la mano. Al alcance de un acto de seducción tecnológico, como es rozar una pantalla para abrir una aplicación y generar contenido desde un espacio, lugar y contexto, desde donde se transmite para otros (en la nube), que tienen frente a su mirada. Un dispositivo que unifica la transmisión entre dos puntos o millones de usuarios.
Para ahondar en esta dinámica de lo real y lo virtual, y la forma como podemos concebir una unificación para el dilema de lo teatral en lo “irreal”, el pensamiento ciberpunk nos puede dar algunas respuestas, ya que se ha encargado de la creación de una terminología que no le es ajena a lo teatral desde su base más antigua, su capacidad de generar ritual.
Escribe Gabriel Villalonga (2000) en su artículo sobre tecnopaganismo lo siguiente:
“El ciberespacio representa, filosóficamente, un nuevo modo de construir la identidad que no está limitado por barreras físicas y geográficas”.
Sobre este pensamiento, nace una posibilidad para el problema de lo teatral y su vinculación con lo virtual, pues deja de existir la barrera de lo físico y se plantea una masificación del convenio teatral a través de una situación virtual.
Cuando nos referimos a ciberespacio, hablamos de un lugar virtual que puede ser visto como teatral, por su capacidad de generar un ritual, algo que está estrechamente vinculado a la construcción de identidad. No olvidemos que el teatro desde su origen tiene una cualidad pagana. Todo el teatro griego se sustenta en base a un sincretismo derivado del culto a los dioses más antiguos del pensamiento occidental, Zeus y compañía. ¿Cómo podemos visualizar entonces la construcción de un escenario virtual?
Decía Lescure (citado por Bacherlard, 2000) que, “El artista no crea como vive, vive como crea.” Es decir, que hay una capacidad de adaptación necesaria, proveniente del contexto de donde proviene, que incita a generar un impulso creativo. Aprovechar el espacio y lo poderes derivados en él y ponerlos en comunión con el mundo que le rodea.
En el mismo artículo, Villalongo profundiza: “Tecnopagano sería, en este sentido, quien piensa que la salvación del mundo no tendrá la forma de una recapitulación, sino de una diversificación”. Hablamos entonces de una necesidad y adaptabilidad sobre las herramientas en el espacio, dispuestas para la creación.
Si en cuarentena no podemos salir de nuestras casas, y los teatros no pueden abrir… ¿dónde queda la posibilidad del artista teatral de generar un ritual?
Diversificar. Sobre este termino se sostiene la mutación del arte teatral en nuestros días, o así me he empeñado en verlo, pues se trata de convertir y transformar, cambiar de estado y de formas. En su tesis de doctorado “El lector en el ciberespacio” (2004) la Phd madrileña María Goicoechea de Jorge, apunta sobre el ritual de lo tecnopagano y dice lo siguiente: “Los tecnopaganos consideran las computadoras como templos, y el espacio virtual como ambientes para demonios y ángeles creadores.” Y prosigue:
“Dice Mark Dery en su libro “Velocidad de escape” que el ordenador de alguna manera borra la diferencia entre lo real y lo imaginario, y como consecuencia promueve una forma de “magia” que deviene luego en ocultismo, y transforma al ciberespacio en un círculo mágico”.
Es decir, que el ciberespacio, como lugar virtual, es capaz de generar o promover una capacidad de ritual, y ese ritual ahora no solo se está generando a través del impulso creativo del artista, si no, desde el primer momento en el que utiliza la plataforma para impulsar el ritual.
El artículo de Villalongo apunta algo más: “dice Lebkowsky, cuando uno navega descubre que no hay presencias absolutas: nada es completamente verdad y todo está permitido. Y sin embargo, también se tiene la impresión de habitar en el interior de un “Gran misterio”, una presencia inmanente a la multiplicidad de experiencias”.
Esta cita de Lebkowsky, nos ayuda a unificar el hecho teatral y su convención con el espectador desde la visión real del hecho escénico, mutando a un hecho virtual. Pues, más que dejar de existir el misterio de lo teatral, pareciera se maximizara a través de la multiplicidad de una experiencia cibernética.
¿Es posible? Pues los códigos del tecnopaganismo, vinculados al pensamiento místico de la unificación de los elementos: agua, tierra, aire y fuego; que son elementos propios del ritual de lo teatral, pueden ser manejados a través de las plataformas del ciberespacio.
El ejemplo más cercano de este pensamiento se puede observar a través del estreno de la obra virtual 20 + 20 de la directora venezolana (radicada en Argentina) Oriana Nigro, acompañada de sus actrices: Eliana Santander, Karla Martínez, Lismar Ramírez, Maria Claret, Maria José Mata, Sara Valero Zelwer, Tabata Toledo y Vanessa Morr.
Dice el catedrático Stephan Hoeller: “Una perla es el resultado de una vida que fue lastimada. Es la lágrima que resulta del dolor de la ostra. El tesoro de estar en este mundo es producido del dolor de nuestras madres. Si no sentimos dolor y transformación, no hay perlas“. En ese sentido 20 + 20 resulta un espectáculo similar a una perla, pues nace de una necesidad de hablar sobre presente (la inamovilidad del artista teatral), con la urgencia del presente (generar un hecho teatral), solventando y adelantándose a los problemas de futuro (concebir un escenario virtual).
Por supuesto, no es la solución final. Ni lo será, para lo que conocemos e identificamos como un hecho teatral. Pero es un inicio al replanteamiento de conceptos, de formas, de creencias e ideas: una mutación del concepto de lo teatral, que unifica todo el pensamiento tecnopagano y lo deriva (de una manera inconsciente) en un espectáculo teatral virtual, utilizando una plataforma: “Zoom”, como un escenario virtual, y un medio: “Youtube”, como un canal expositivo para la convención: “teatro-espectador”.
La vanguardia en 20 + 20 deriva en un espectáculo creativo, con un acertado uso del timing (diegesis, elipsis, etcétera) a través de una narrativa disruptiva. Y logra, además, generar un discurso apegado al ritual. Pues se condensa el misterio, adaptándose a los cánones del tecnopaganismo, en sus nueve ventanas, en sus nueve actrices.
¿Puede el teatro transformarse? ¿Puede mutar? ¿Puede hablarse de un escenario virtual? ¿De un ritual ciberespacial? Los tiempos virulentos que vivimos han forzado el discurso teatral a buscar y generar nuevas formas en su necesidad expositiva, y 20 + 20 es un ejemplo de ello.
Pueden ver acá la propuesta: