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2018, lo que el teatro nos dejó

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Hemos cerrado el 2018, y la situación es variable. Por un lado, la crisis del país ha desvelado un motor creativo. Nunca ha sido un secreto que el trabajador escénico venezolano es inteligente y talentoso. Se ha podido demostrar dentro del escenario caraqueño, como del internacional. La crisis ha revolucionado la capacidad de adaptación y re-aprendizaje. Es casi un hecho darwiniano.

¿Es positivo o negativo el resultado?

Sentado en una mesa formando parte del jurado que premiará a los ganadores del premio <<Marco Antonio Ettedgui, 2018>>, se leyó una lista de creadores jóvenes preseleccionados. En medio de la lectura, uno de los asistentes comentó: “Ahí hay 25 años de teatro”. Aunque la frase resulta productiva, no escapa de la realidad migratoria del país. 25 años de creación se puede reducir a nada, en un año, en unos meses, en una semana. Y aún así, el vacío puede ser llenado. Conlleve, lo que esto conlleve. Calidad de producción, por ejemplo. Pues no todo el teatro se hace de buenas intenciones.

No es un secreto la expansión de la ola migratoria que durante el año deja un terreno huérfano en materia de capital humano, y con ello la ardua labor que el terreno teatral debe sostener a lo largo de 2019, que una vez más, no estará exento del “me voy demasiado”.

Por otro lado, se ha revelado un nuevo nicho, agrupaciones jóvenes que empiezan a aparecer en el espectro cumpliendo 5 o 10 años de fundación como es el caso de Teatro Tarot, La Penumbra Teatro, Deus Ex Machina o La Caja de Fósforos, que como su nombre indica, se ha convertido en una chispa disparadora de capital humano entrenado, para el arte escénico.

El caso de La Caja de Fósforos es particular y especial, no solo como el gran y único espacio que tenemos en la ciudad para estar al día con la dramaturgia en el mundo, a través de dos gruesos festivales: norteamericano y europeo, sino, por sus proyectos educativos, encabezado por el taller superior de puesta en escena, dictado por Orlando Arocha, un programa, que es una escuela en sí misma. Me atrevo a decir, con un valor agregado por sobre el aprendizaje académico en estas horas oscuras impartido, en UNEARTE, o la Escuela de Artes de la UCV.

De la misma forma, el Trasnocho Cultural, sigue promoviendo una vitrina a nuevos creadores, con su “festival de jóvenes directores”, un espacio más de exposición, con la intensión de mostrar nuevos rostros creativos en las artes escénicas.

A la par, el centro cultural, ahora lleva el peso de dos vitrinas más, un concurso de dramaturgia, y uno naciente, de fotografía. Incentivo para la creación de propuestas “Made in Venezuela”, que debe depurar y ampliar el espectro en su capacidad de selección.

Digamos que la premiación de la obra La Foto del dramaturgo Gustavo Ott, no ha sido un buen inicio para el certamen.

Sobre la capacidad de producción, el trabajador escénico tiene una ardua labor, solventar las carencias con astucia y ojo. Algo en lo que habrá que poner especial atención, será en la labor de mercadeo de las propuestas. Para nadie es un secreto que aún no se distingue realidad de fantasía de nuestras redes sociales, pero éstas poco a poco, se convierten en la única plataforma, para agrupaciones independientes y sin presupuestos gruesos, que de no saberse manejar, poco visibilizará el trabajo en cuestión.

Una red de comunicación exenta de ego, apuntando al mensaje, puede que ayuden a levantar un espacio para complementar el vacío que la gráfica impresa nos ha dejado, por sus altos costos.

Con relación a lo mercadeable de nuestro teatro, y su capacidad de producción. La oferta más taquillera sigue siendo Microteatro Venezuela por su formato abierto de bazar y nocturnidad, otra cara de la moneda, que podría comenzar a subir sus niveles, no solo con la intención de promover un espacio escénico para creadores, en plural, sino de calidad. Me parece que se ha desestimado al espectador y este en sí mismo se ha dejado desestimar.

Entretenimiento y vacío, aunque pueden ir de la mano, no debería ser la meta del creador cultural. Teniendo en cuenta que nuestra cultura está en arenas movedizas, y que la labor del artista, históricamente, frente a estos avatares políticos, sociales y económicos, deben responder a una necesidad pedagógica, de por medio, por parte del creador. Una responsabilidad que si bien no es obligatoria, es ética, y nos ayuda a prepararnos para terrenos aún más oscuros.

La pedagogía teatral debería ser una regla a poner sobre la mesa en el venidero 2019. Los artistas siempre tienen cosas que decir, y me parece que no hay incentivo para estas posibles discusiones.

Producción creativa, mercadeo digital, y pedagogía cultural, son los tres telones a alzar en el teatro caraqueño en 2019.

¿Quiénes aún rondamos en las lindes de la crisis dentro del monstruo, estamos preparados para asumir tal reto?

En balanza, el año no has dejado con algunas preciosas joyas. Las listas de periodistas y críticos (cada vez menores, por cierto) han encabezado a Tebasland como el montaje del año, no es un veredicto gratuito. La obra del dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco, se sumerge en el vacío de lo patriarcal, un tema caliente en nuestros días, cargado de ausencias de poder, carencias paternales, y la indagación sobre realidad y ficción. La unificación de tres artistas, Rossana Hernández (dirección) Elvis Chaveinte (actuación) y Gabriel Agüero (producción), dio sus frutos con este montaje, y ayudó a corroborar que en la unión está la fuerza, caso aparte, el estupendo trabajo actoral del ganador del premio “Fernando Gómez”, Kevin Jorges, quien nos entregó un <<parricida>> honesto y conmovedor.

Tebasland del franco-uruguayo Sergio Blanco es el montaje del año

No puedo evitar agregar a “las listas” (de otros), el hermoso trabajo <<bio-drámatico>> de Ana Melo con Diana Volpe, en el ciclo La caja de cambios, titulado, Como flechas a la diana, una pieza de 15 minutos, que se vale de un juego biográfico, sobre su propia actriz, para hablarnos sobre el constante cambio en el terreno de la vida, del arte y del amor. Así como gran parte de los estrenos de “la caja(…)”, donde saltan nombres como “la historia de la mujer del alergólogo”, una estupenda comedia senil, con un estupendo Jorge Palacios, dirigida por Diana Volpe, y Pueblo de Fieras, un montaje coral acertadísimo, bajo la batuta de Orlando Arocha, sobre el abandono, la libertad y la miseria, <<en algún lugar del África>>.

Pueblo de Fieras, mayo de 2018 | Fotografías: Juan Luis Clemente

Por otra parte, el terreno crítico del otro lado, no estregó madrugonazos socialistas, y trasnochos ideológicos como Oscuro de noche, de la compañía nacional de teatro. Pieza alienada y desajustada, cargada de un innecesario regodeo en la violencia, y un violento mensaje contraproducente para el teatro en sí mismo. Un circo moribundo como el país, pero igual de panfletario. Otro pez que fuma, con metástasis.

La agrupación teatral SKENA, de la que formo parte, también sufrió la perdida que deja la partida en la estela Cruz-Diez, de nuestro aeropuerto, aún así, entregamos propuestas como “I.D.I.O.T.A” “Flores Arrancadas a la niebla” y “El Pequeño Poni”, se realizaron tres montajes de talleres (“la conquista del polo sur” “nuestra señora de la nubes” y “el médico a palos”), y se abrieron nuevas ofertas para la formación actoral de gente joven.

Caracas, este año hizo, tarot, butoh, clown, micro teatro, circo, monólogos, stand up, musicales, drama y comedia, bajo las condiciones económicas más poco rentables en la historia del mundo del espectáculo venezolano.

¿Nos imaginan en otras condiciones?

Deseo que 2019, nos llene de luz y encienda las chispas para una creación avanzada en medio de la adversidad, que los telones se puedan seguir alzando para brindar entretenimiento inteligente, en medio de la ignorancia que nos va corroyendo. ¿Cuántos temas quedan por discutir en una sociedad que ha sido vilmente arrinconada? ¿De cuantas cosas vamos a poder hablar?

Mucho éxito a todos.

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