Desde hace años circula la idea de que Buenos Aires es la capital iberoamericana de teatro o una de las grandes capitales escénicas del mundo. Aunque habría que aclarar que esa afirmación, un tanto regida por la lógica de lo publicitario, esconde matices (o ciertas sobreactuaciones, término un tanto adecuado para estos temas).
Más allá del indiscutible talento de algunos de nuestros creadores como de la tradición teatral porteña, el equívoco, o sus matices, surge cuando se refiere a otros aspectos de la actividad. Por ejemplo, el valerse de la gran cantidad de teatros como elemento argumentativo.
Según el Sistema de Información Cultural de la Argentina, son 288 salas entre el circuito comercial, público y el alternativo. Ese número ubica a Buenos Aires junto con otras grandes capitales occidentales, como Londres, Madrid, París y Nueva York. Esa cifra expone una rareza local: la gran cantidad de pequeñas salas que no superan las 80 localidades. Si a esa mismo número total se lo analizara en función de la cantidad de butacas disponibles o por la recaudación anual por venta de entradas, seguramente dejaría de ocupar un lugar protagónico.
¿Se puede sostener que Buenos Aires es una de las capitales de teatro si no hay datos para confirmarlo? El problema es que en Buenos Aires los análisis cuantitativos escasean. El dato en sí mismo, o la falta de este tipo de datos, parece dar cuenta de una falta de profesionalización en el mapa de la gestión. Aspecto preocupante y llamativo cuando se hace foco en la gestión teatral pública. Como en todo, hay excepciones.
El SInCa, por ejemplo, es uno. O, dentro de los teatros públicos porteños, los informes de gestión que elabora el Teatro Cervantes, que terminan siendo modélicos ante otras instituciones porteñas, sean salas o centros culturales que no tienen, o no hacen pública, información estadística que dé cuenta de públicos, frecuentación o recaudaciones de sus servicios culturales.
En la enorme variedad de salas porteñas del circuito alternativo se da otra particularidad que se ha transformado en una especie de norma: la cantidad de obras que realizan una única función semanal. Una modalidad de la que creadores de la talla de y Rubén Szuchmacher son abiertamente críticos.
El primero decía en un reportaje publicado en este diario: “El asunto numérico del teatro en Buenos Aires es una especie de fenómeno ecológico, telúrico. Pienso que son como los fenómenos que atacan el clima: lo que está pasando con el teatro en Buenos Aires es El Niño, con todas las virtudes que eso trae: «Hay mucha lluvia y como hay mucha lluvia crece mucho». Sí, pero también vienen las inundaciones, te embarran y te hacen mierda todo. Estamos en una especie de estado de paradoja”.
El segundo, en el mismo reportaje, decía: “El sistema de hacer funciones una vez por semana hace que las obras se estén deteriorando de una manera brutal”.
Según un relevamiento publicado en esta diario, durante una semana de agosto de 2014 el 92 por ciento de los espectáculos de la escena alternativa estaban realizando una única función semanal. El 57 por ciento tenía funciones sólo los viernes y los sábados a la noche. En la actualidad, hay sólo tres montajes de este circuito que hacen 4 funciones semanales. De tamaña rareza no necesariamente hay que sentirse orgulloso.
Mientras en la escena alternativa aumenta la cantidad de propuestas, en el circuito de lo público, con el Complejo Teatral de Buenos Aires como nave insignia; ha disminuido la capacidad de producción propia. A los números del CTBA: en 2011, se estrenaron 15 obras para adultos. En 2013, 11. Para este año, con el San Martín y el Alvear cerrados por obras de infraestructura, sólo fue anunciada la programación de los primeros seis meses. Frente a este panorama, la escena comercial se viene nutriendo de creadores y espectáculos de la escena independiente o pública. En algunos casos, también programando un tipo de espectáculo al que antes se lo vinculaba a la escena oficial.
Mi ombligo, ¿el mundo?
En esto de pensar a Buenos Aires como una de las capitales teatrales del mundo hay otro aspecto llamativo en juego. De ser cierto lo anterior hay que reconocer que, en todo caso, sería una capital de escaso diálogo con la producción escénica de otras capitales del mundo, una capital que mira mucho su propio ombligo.
Dejando de lado las pocas propuestas de teatro internacional del circuito comercial (caso actual, el Cirque du Soleil) y a los escasos encuentros organizados por creadores de la escena alternativa que asumen la gestión como cosa propia, la escena pública es quien históricamente toma el liderazgo de este intercambio. Pero salvo el Festival Internacional de Circo y el Festival Latinoamericano de Teatro que organiza el Cervantes, muy pocos montajes extranjeros llegan a los espacios públicos de la ciudad (salvo, claro, cuando tiene lugar el Festival Internacional de Buenos Aires).
En otros tiempos no tan lejanos, Buenos Aires contaba con una importante temporada de teatro extranjero. Muchos de esos creadores tuvieron un papel fundamental en el imaginario y la formación de los artistas locales. Uno de esos directores que dejaron una marca indiscutible fue Tadeusz Kantor.
En 1987, presentó ¡Que revienten los artistas! Fue en el Teatro San Martín. Esa misma temporada, por ejemplo, se presentaron en esa sala el Teatro Rustavelli, de Georgia, y las compañías de danza norteamericanas Foolsfire y José Limón Dance Company. En total, fueron nueve espectáculos extranjeros que pasaron por el edificio. El año pasado, en la misma sala, tres. Poco. Bastante poco para una ciudad de la que se dice que es una de las grandes capitales de la escena del mundo.
Fuente: La Nación