Desde su estreno en 1953, Las brujas de Salem, la obra más conocida y representada del dramaturgo norteamericano Arthur Miller (originalmente llamada The Crucible), ha sido adaptada hasta para géneros tan particulares como el lírico, con música de Robert Ward (1961). Esta propuesta ganó un Premio Pulitzer.
En el 2000, en Londres, se concibió un ballet con música de Charles Ives. Las versiones para el cine también son varias, la primera, se remonta a 1957, en una adaptación de Jean Paul Sartre, con Simone Signoret e Yves Montand en los papeles protagónicos. También existe una versión cinematográfica de 1966, adaptaba por el propio Miller. Es importante destacar la trayectoria de esta obra para entender mejor su impacto y su vigencia.
Para el 31 Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami que dirige Mario Ernesto Sánchez, llega una nueva adaptación libre de las manos de Cristina Rebull e Ileana Prieto, bajo la dirección de Joann María Yarrow y la propia Rebull, en una propuesta con alumnos de distintos niveles y egresados del Teatro Prometeo del Miami Dade College, lo que le imprime a esta puesta aires atractivos, por la cantidad de actores en escena y la participación también de profesionales, que son además profesores en Prometeo. El Teatro Prometeo, fundado hace cuarenta años, lleva una década bajo la dirección de Joann María Yarrow.
La pieza original se basa en los eventos que tuvieron lugar en Salem, Massachusetts, en 1692, donde fueron juzgadas y condenas numerosas personas acusadas de ser brujas, pero las inculpaciones partían de testimonios y alegaciones, nunca de evidencias. Un espíritu similar reinaba en Estados Unidos en los años cincuenta, en época del maccarthismo, donde se desató una furia de acusaciones y represión sobre muchos intelectuales, de ahí el paralelismo que Miller manejó entre las dos épocas cuando escribió su célebre pieza.
En realidad la versión para Prometeo no es muy libre que digamos. Las adaptadoras se ciñen con bastante rigor al texto original. Yarrow particulariza su versión a través del manejo de un vestuario atemporal y una escenografía sobria pero muy sugerente, diseñada por Pedro Balmaseda y Jorge Noa, así como por los efectos de luces de Carlos Cedano y Pedro Balmaseda.
Lo impactante de esta pieza –y de esta versión también–, es que logra sin mucho andamiaje, la atmósfera de histeria colectiva y evidencia las irregularidades de un proceso marcado por la sugestión, la ignorancia y la influencia de la iglesia.
Por tratarse de un grupo de estudiantes de distintos niveles, la propuesta a veces pierde su equilibrio, pero en su conjunto logra proyectar una puesta armónica, en particular con las escenas colectivas donde el pueblo, histérico y temeroso llega al juicio y acusa a los vecinos de brujas y hasta narran situaciones escalofriantes para el resto de los pobladores.
La sola intervención de la primerísima actriz Vivian Ruiz (maestra de Prometeo), como Tituba, le imprime a la puesta una energía integral. El juez, interpretado por el actor peruano D’Artangnan Gutiérrez, es muy convincente, así como los papeles protagónicos de Johanbela Salvatierra como Isabel Proctor y Jeffry Batista como Juan Proctor, entre los muchos personajes que se mueven alrededor del nutrido elenco.
La lucha por sobrevivir a la histeria colectiva y las falsas acusaciones, son los temas detonantes de esta obra maestra de Arthur Miller y también de esta versión que defiende con gran fuerza y dedicación el grupo Prometeo y su entorno académico.
Fuente: El Nuevo Herald