Cinco obras en Caracas: Panorama escénico del primer semestre de 2021
La oferta atractiva caraqueña en el escueto panorama teatral del 2021, tiene linderos expresivos de singularidad narrativa. Pequeños y grandes exponentes ven la posibilidad de lanzarse a las aguas del escenario con la intención, quizás, de sacudirse el polvo del estatismo que el pandémico 2020 nos relegó. El resultado de algunas de las piezas vistas, no están carentes de riesgos. El puñado de obras estrenadas, con cierto aire autoral, de búsqueda intelectual o de deseo de movimiento energético para la activación del arte personal, es disímil, y a lo sumo extraño.
Pienso que quizás la extrañeza se debe a que vivimos tiempos raros, desde todo punto de vista. Más cuando nuestra cultura se ha visto relegada al abandono sistemático. A la anulación de la posibilidad de la referencia mundial contemporánea atraída cuando mucho a las pantallas que el internet (el pésimo y lento internet) nos ofrece, e incluso nos educa si apelamos al deseo de la investigación y educación autodidacta.
Esto por supuesto como dinámica del creador, el público es apenas un consumidor que nada sabe más que del mundo que habita (en su cabeza, que es mundo en sí mismo) y de sus razones y principios para habitarlo. Así que, se encuentra uno como creador siendo un espectador difícil, pues el deseo de construir y la apreciación de lo construido siempre está en un constante debate que puede rayar en cierta misantropía. Pero uno hace el mejor esfuerzo por abrirse ante el discurso ajeno y dejarse empapar por las miradas del mundo que nuestros artistas ofrecen, apelando a un estoicismo de vitrina que permita no ofender en la era de la ofensa.
Cinco obras en Caracas
Así, nos encontramos en el escenario con obras a veces de cierto afán de protagonismo, otras tantas con riego de humildad. Ambas jamás exentas del ego atroz del creador y su incipiente ejercicio expresivo de verdad individual en el manejo de los discursos, bien sean visuales o auditivos.
Entonces, como quien se deja guiar por un filo hilo de agua naciente, que aún no desemboca en río, el panorama da cuenta de un abanico extravagante de temáticas que se pasean entre el rescate del olvido de una dramaturgia de cuna, cargada de la política comunista de los 60 y 70 (Fiesole de José Ignacio Cabrujas, dirigida por Sara Valero Zelwer), las divagaciones verborreicas existenciales, con disfraz de autoficción y necesidad de posdrama, en medio de un tornado filosófico, de gran atractivo visual (Ana y la muerte, escrita y dirigida por Andreina Polidor).
El absurdo de la vida siendo puntualizado en la dinámica de la reflexión sin sentido, del que habla y no escucha, y del que escucha y no habla, con cierta radiografía extenuada y pesimista de un mundo sumido en la debacle que sigue cayendo por un abismo (Sólo yo escapé de Caryl Churchill, dirección de Orlando Arocha) o la historia de un amor trágico, en un contexto político de terror, con vistas históricas y querencia de poesía clásica (La lección de flauta escrita y dirigida por Luigi Sciamanna).
Hasta llegar a la mirada autobiográfica, de la vista vuelta al pasado dialogando con el presente, siempre apelando, como en sus últimos textos (los del autor), a la nostalgia de un país en dictadura, pero con ilusión de progreso, que ha mutado en nuestros días en la llegada de una revolución con estampa de fotocopia destintada de una áfrica violenta y miserable (Paradís escrita y dirigida por Javier Vidal).
Si algo une las piezas, es el afán reflexivo del pasado, quizás la única que se atreve a una distopía, de una reflexión presente con proyección futura, sea, una vez más, la dramaturgia inglesa en puño de senectud, que hace pensar, de nuevo, que los ancianos a los que cada vez más se les aparta, abandonados en las fronteras de lo tecnológico, lo moral, y lo económico, son los que tienen la mirada puesta en el alma humana. Pues visto lo visto, queda apuntar hacia adentro, como Beckett, Pinter y ahora Churchill hacen.