El dramaturgo chileno Guillermo Calderón llevaba años enamorando a público y colegas por igual con sus tramas y sus poéticas. Aunque el director uruguayo Alberto “Coco” Rivero ya había visto sus obras, el golpe de gracia vino de una colega y amiga, la dramaturgista Laura Pouso. “Tengo una obra que tenés que dirigir”, dijo ella. Solo tres horas de lectura pasaron y la respuesta de Rivero fue un inequívoco “sí, ¿cuándo arrancamos?”.
Tras un año, la obra Clase inaugurará la tercera Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo en Sala Verdi , centrándose, como su nombre lo indica, en una lección liceal a la que se presenta una única alumna que no se ha sumado a una protesta estudiantil que se desarrolla puertas afuera.
Aunque inspirada en la Marcha de los Pingüinos chilena de 2006, Clase no realiza referencias explícitas, y no requirió mayor adaptación que modificar léxico y expresiones. Pese a que los dilemas de la educación chilena no pueden trasladarse al panorama uruguayo, Rivero no deja de reconocer las dificultades propias. “Tenemos una educación que está en crisis notoria, con un gobierno progresista que muchas veces se llenó la boca de educación y hoy hace un corte económico muy potente, y no ha encontrado por dónde generar un cambio en el ADN de la educación”, señaló. “No quería uruguayizar la obra, pero sí que el uruguayo la entendiera. Hablamos de una marcha, pero nunca se dice cuál. Hay una marcha afuera y solo viene una estudiante a la case, y ahí entramos en este territorio de lo ambiguo. ¿Ella viene de la marcha? ¿Vino a la clase y después se va a la marcha? ¿Para qué volvió?”, se preguntó Rivero.
Mientras que el docente (Rogelio Gracia) toma la primera parte de la clase/obra para aleccionar a la estudiante (Camila Vives) sobre el pasado, ella larga su propia arenga una vez que tiene la palabra. En los discursos, entonces, no solo se encuentran visiones políticas sino también de vida, diferencias generacionales y filosóficas. “Sentía que la obra estaba diciendo cosas que se ven poco sobre el escenario, primero porque se instala sobre un punto de vista poético en el mundo de lo político, y porque nos permite discursos a los que no les encontramos salida en la vida cotidiana. Él lo instala en un contenedor teatral y es de una enorme fuerza emocional. Uno siente que Calderón está cuestionando formas políticas, y eso me desestabilizó”, agregó Rivero.
El profesor de Gracia, empero, es “apasionado, frustrado, desilusionado en muchos aspectos”, señaló el actor, aunque identifica en él “una luz lejana”. “No sabemos si la va a llegar a ver algún día, porque ahora tiene mucha oscuridad. Se crió en dictadura y pensaba que con la democracia iban a pasar cosas, pero se tuvo que conformar. Ahora mira a la generación que viene diciendo ‘esto que hacen ustedes no es marcha, así no se hace la revolución'”. Según Gracia, el personaje de Vives debe construirse, en primer momento, desde el silencio, desde la escucha. “Lo que le toca [a Vives] es estar muy concentrada, muy conectada con la situación y con la obra, para después no salir a recitar un texto, sino para haberlo vivido y decirlo por algo”.
En la dinámica entre ambos y sus revelaciones, tanto actor como director se vieron interpelados. “La obra trae a la superficie sueños frustrados, cosas del pasado por las cuales ya no peleás. Me tocó como persona, ya no como actor, y me llevó a pensar por qué cosas dejé de luchar. Y por qué”, comentó Gracia. Rivero, en tanto, revivió la experiencia que ya había alcanzado con su obra anterior, Temporada amarilla , sobre su propia pelea contra el cáncer. “Cómo uno tiene la suerte de que en cada obra hay algo de uno mismo que se pone en tela de juicio. Tú estás todo el tiempo interpelándote. Capaz que no te hace un ser humano muy feliz, parte de la condición de interpelarse es que no te da mucha felicidad…, pero tengo la suerte de que elegí esto. Yo quiero esta interpelación continua, encontrarme con este tipo de materiales. Que alguien lo vea y diga ‘ah, se lo voy a pasar a aquél’, y ya te ponga un problema existencial”.