Memorias de un viaje a Mérida, en el marco del Festival de Teatro para Mérida.
(II/IV)
PUEDES LEER LA PRIMERA PARTE DE ESTAS CRÓNICAS AQUÍ
II
Mérida.
Miércoles 18 de diciembre.
7:00am.
Nos hospedaron en el hotel “Convención Boutique”. No sabíamos nada. Una de las infraestructuras más recientes de la ciudad. Apenas cinco años de haber sido levantada. El hotel Convención, causa la misma extrañeza que cualquier edificación alzada en “revolución” y genera las mismas intrigas.
Días antes, Liendo, por mensaje de voz nos hacía la oferta de elegir entre un espacio más humilde, con cocina… o el hotel. Lo comenté con Sara, y aceptamos el hotel. El Check-In, no tuvo mayores pormenores. Nos asignaron nuestras habitaciones: 112 y 107. Nos dieron la bienvenida.
Nos despedimos de Daniel P., agradecimos el gesto de que nos fuera a buscar al terminal y nos dejara en nuestro destino.
Agotados de un viaje de casi 18 horas, procedimos la marcha hasta nuestras habitaciones. Celebramos el haber llegado a la ciudad. Abilio y yo desempacamos, ubicamos cada lado de la habitación para nuestra “aparente” privacidad. La intuición me llevó a la derecha, Abilio se conformó con la izquierda. En el closet de la habitación mi ropa a la derecha, la ropa de Abilio a la izquierda. En el baño, mi cepillo, desodorante, pasta de dientes, enjuague y agua de colonia a la derecha. Los enseres de Abilio a la izquierda. En la cama matrimonial, yo a la derecha, Abilio a la izquierda. Donde se alteró el orden, fue en el gavetero de la ropa intima. Abilio a la derecha y yo a la izquierda. Jugadas del destino.
Nos bañamos y cambiamos. Sara creó un grupo de whatsapp: Papa Dannery´s babys. Durante el viaje Sara bromeó con la imagen que representaba en el viaje. En esa categoría tan extraña que tienen los artistas por crear lazos familiares de elección personal e individual, la llamada “Familia Elegida”. El recurso lingüístico anglosajón, es un chiste interno, como elemento esencial de cualquier torre de babel.
9:00am
Recibo un mensaje de Angélica o Aguamiel (maneja ambos nombres), una asistente de la producción del festival, con la que estuvimos en contacto telefónico en Caracas, y que nos servía como agente comunicativo sobre las dudas antes del viaje. Nos pregunta si llegamos bien, que cómo estuvo el viaje, que en el Centro Tulio Febres Cordero a las 10:00am habrá un encuentro con los participantes del festival.
Le digo que estamos cansados, pero acepto la oferta con la posibilidad de ir a conocer a las otras agrupaciones y de, finalmente estrechar la mano de Juan Carlos Liendo, que me ha estado acompañando virtualmente desde hace semanas, respondiendo todas las preguntas que se me generaban sobre el viaje en sí mismo. El precio de los boletos, las capacidades técnicas de la sala donde nos presentaremos. Anécdotas van y vienen entre mensajes de voz. Finalmente lo conoceré, ha sido un hombre amable y gentil.
Le respondo que allá estaremos. Le digo a Abilio para ir. Escribo a Sara. No responde, parece que se ha quedado dormida. Reviso ¿Cuánto tengo en la cuenta? ¡Vaya! Parece que no mucho. Debo vender algunos dólares. No tengo mucho, la reserva para final de año.
¿Qué será de mi en Enero de 2020? Pienso: Dios mío tengo 35 años y aún vivo con mi madre. Talento no es lo que me falta. ¿Cómo se capitaliza eso? Soy un libre pensador, me lo dijeron hace poco, lástima que soy un libre pensador con una cuenta bancaria de melodrama.
Finalmente le escribo a las personas que me pueden ayudar a cambiar la plata, necesito dinero para los cuatro días, no me puedo gastar el efectivo… siempre hay contratiempos, afortunadamente también hay tiempo.
9:30am
¿Cómo se llega al Centro Cultural Tulio Febres Cordero? Debo preguntar. Me dirijo al lobby:
-Buenos días.
-Buenos días, ¿cómo está?
-Me preguntaba si me puedes decir cómo llegar al Centro Cultural Tulio Febres Cordero.
-Debe agarrar una camioneta que diga Santa Ana, la reconocerá por sus letras azules y su anuncio en forma de media luna. Lo dejará unas dos cuadras antes. Luego debe cruzar a la derecha, cerca de la biblioteca bolivariana. Es muy sencillo.
-Gracias, muy amable.
-(Antes de montarme de regreso al ascensor) ¡El pasaje vale 1500 bolívares!
Agradezco, sonrío. Me monto en el ascensor. 1000 Bolívares es lo que suelo dar como parte de pago cada vez que lleno gasolina en Caracas. Cuando Daniel P. Nos traía hasta el hotel, nos mostraba la cola de carros estacionados esperando por echar gasolina. ¿Cuánto vale comer en Mérida?
Subo a la habitación, le digo a Abilio que ya sé cómo llegar hasta el centro. Igual, él conoce la ciudad mejor que yo. Estoy en buenas manos. Uno puede estar en buenas manos con Abilio.
Abilio es un hombre nervioso, no deja de caminar, de fumar y beber café. Es la ansiedad. Abilio tiene ansiedad. Pero sus respuestas son directas y concisas.
Nos vamos.
Salimos del hotel. Le preguntamos al guardia si la camioneta que necesitamos baja o sube. Nos dice que baja. Cruzamos la calle, y esperamos. Ambos prendemos un cigarro. Tenemos cajetillas nuevas. Pensamos igual. Yo he cubierto mis cuatro días de nicotina, Abilio también. Nuestros bolsos soportan el peso del tabaco.
Frente a nosotros hay un kiosko, y una residencia de bloques, “misiones viviendas” luego nos enteraremos que son edificaciones tomadas por tupamaros y colectivos. Hay algunos transeúntes parados esperando igual que nosotros. Dos mujeres que tienen pinta que van rumbo a la oficina. Y algunos seres de mirada maltrecha y tez fruncida. La camioneta se deja ver a la distancia.
En Mérida se paga al subir, una costumbre que al menos en los 90 existía en Caracas. Antes del viaje se pagaba al subir.
La camioneta va considerablemente llena. Vamos parados, apretados. El andino es particular, tiene un fenotipo hermoso, rasgos indígenas de tes blanca, ojos apagados. Las mujeres de grandes senos y nalgas abultadas. No son del todo flacas, tienen una contextura media, lo que hace que se vean dominantes y sexys.
Las calles de Mérida me recuerdan a Quito. Quizás Quito tenga calle más estrechas, pero se respira “colonialismo”. Pasado. Cultura. “La ciudad cultural” “La ciudad joven” “La universidad con una ciudad dentro”.
10:11am
Llegamos al Tulio Febres Cordero. Busco la entrada burocrática de rigor. Puertas negras o de vidrio, marco de concreto. Afiches. Efectivamente, hay una recepción.
-Buenos días, busco a Juan Carlos Liendo, somos participantes del Festival de Teatro. Soy el director de una de las obras que se presentan.
-Ya le busco al profesor.
Es una mujer de tez marrón, pequeña, de unos cincuenta-largos pasos y cabello corto y crespo. Sale de la recepción. Saliendo reconozco a la distancia a Juan Carlos, le grito, da media vuelta. Nos encontramos y abrazamos. Abilio saludó. Nos conduce a la oficina del festival. Una habitación de máximo 4x4mt, donde están tres empleados en labores de oficina. Nos presentamos y me hacen entrega de las credenciales. Las credenciales me conmueven, dos láminas de cartón, de hoja blanca-carta fotocopiada con la información del festival, y nuestros nombres en marcador negro.
Le pregunto sobre el encuentro con los otros participantes. Dice que se suspendió porque no fue nadie. Me decepciono. Igual pienso que todo buen espacio cultural, en el marco de un festival, es un espacio para el encuentro. Ya habrá tiempo de conocer gente.
Juan Carlos nos lleva a la sala donde presentaremos “Las Trenzas”. Desde antes de partir ha sido uno de mis pensamientos más recurrentes. Una preocupación. La obra es tan particular que amerita de algunos condiciones, pocas, pero extremadamente importantes, aunque también pienso en su flexibilidad, y en la experiencia de los otros lugares donde se ha presentado.
10:20am
A primera vista no me gusta el espacio. Hay un cortinaje negro que afora de manera circular. El piso del escenario muestra dos condiciones, un escenario negro envejecido de tablón, y un área de baldosas de madera en escalas amarillas, anaranjadas, abedul y caoba. Hay graderías para el público sin respaldo, ubicadas en formas de herradura. Y un andamio a un lateral. Es posiblemente la estructura que utilizaremos para la performance de Abilio. No pudimos viajar con la estructura original, y no hubo capacidad para ensamblarla antes del viaje.
Pensamos en las oportunidades técnicas que tenemos. La capacidad de iluminación. Hablamos con el técnico, le explico la sencillez técnica del montaje y sus posibles variantes. Me dice que lo que pido es realizable. Anoto su número para llamarlo a las 8:00am. del día siguiente, hemos quedado en que trabajaremos a partir de las 8:30am del 19 de Diciembre. Me dice que no hay problema.
Revisamos otras estructuras, ninguna cumple los criterios, es una decisión, nos adaptaremos al andamio. En el recorrido descubrimos que el lugar en el que estamos es el escenario de un teatro mucho más grande. La sala de teatro más grande de la ciudad, la Gonzalo Picón Febres con capacidad para 1.218 personas. Está a oscuras. No podemos ver mucho, pero Abilio y yo comentamos la majestuosidad de la platea. Pienso en el momento que lamento no esté en mejores condiciones.
Salimos de ahí.
10:30am
Le digo a Abilio que me ha explotado el cansancio en el cuerpo.
Creo que tenía apenas dos horas de sueño, ya me estaba comenzando a pasar factura con 16 horas de vigilia. Abilio me dice que no hay problema. En el camino nos cruzamos con Aguamiel, nos reconocimos, saludamos y partimos, no habrá durado más de unos segundos nuestro encuentro. Nos despedimos.
Y antes de poder bajar las escaleras, nos cruzamos con Emily, la coordinadora de prensa del festival, a quien conocí unos minutos antes en la oficina. Nos dice si queremos ir a una de las obras que se están presentado a las 11:00am, muy cerca de ahí. Si caminamos rápido tenemos tiempo de llegar. Antes Abilio pide café. Abilio siempre está pidiendo café. Toma asombrosamente litros de café al día. Yo por supuesto le acompaño. Nos sentamos en el callejón frente al centro cultural.
Hablamos con Emily, hice un mal chiste sobre Dickinson, a quien conozco solo de nombre. Ella sonríe por compromiso. Al finalizar, fuimos a llevar nuestras tazas y Yhojan, el guía de la sala Picón Febres, nos detiene: Hemos visto la sala equivocada, a ustedes realmente les corresponde la sala Spinetti Dini.
La sala Spinetti Dini, es realmente una sala de cine, con capacidad para 410 butacas. En su cabina, aún se mantiene firme un proyector. Una caja plateada pesadísima de metal, del que seguramente habrán iluminado su pantalla, miles de veces, los clásicos de siempre junto con algún que otro estreno comercial de renombre. La sala está realmente envejecida, y sufre el paso del tiempo y la escasez de recursos. Sobre su imponente techo se deslizan las gotas de una filtración que está acabando con su alfombrado. Un alfombrado azul que en su mejor momento seguro brilló e hizo juego con su marquesina también azul, un lapislazuli, que corresponde con la objetividad de sus paredes de concreto.
Han aforado el fondo. Cae un telón negro de alrededor 8x12mt. El piso de su escenario, es exactamente igual al tramo de madera de la Picón Febres. ¡Tengo que cubrir el piso! Pienso. Pregunto: ¿Tienen linóleo negro que se pueda usar para aforar el piso? Me dicen que preguntarán.
Me presentan un nuevo andamio. Abilio reserva su angustia. El cuerpo le pide café. El andamio luce seguro, es pesado y más rústico y pequeño que el de la otra sala. Abilio debe treparse en él y acostumbrar su cuerpo a la estructura. Afortunadamente es negra, pero hay que afinar detalles. Es igual que con el piso. Es mejor una caja negra pienso. Escuchando el espacio descubro que su acústica es sorda. Abilio tendrá que acostumbrar la voz a la magnitud de la sala de cine.
Una sala de cine por lo general cumple la estructura acústica de un espacio que será amplificado, para Abilio el reto será sobrehumano. La sala no es fácil. Digamos que se resiste a morir como espacio de proyección. Hay que aprender a conocerla, a domarla, a dejarla adaptarse, esto corresponde con la dinámica de acción de cómo van transcurriendo lo eventos en el transcurso del montaje. No me adelanto, intento prevenir y cubrir la necesidad del montaje al espacio teatral en el que estoy. Todo puede ser un espacio teatral.
El cortinaje de la boca del escenario también se puede achicar. Si los linóleos que me den pueden cubrir una fracción de alrededor de 4 o 5 metros de cuadratura escénica, en ese espacio el juego de iluminación podrá funcionar sin problemas. Pero hay otro factor. Abilio estará por lo menos a 3mt de distancia del público, y alrededor de 1mt de altura sobre la primera butaca. Esa condición le resta perspectiva y distancia al montaje. Es lo que pienso.
Conozco a Gabriel, el técnico que nos estará apoyando en el montaje técnico de la sala. Gabriel es un pícaro particular. Llegó un poco molesto, hablando de las condiciones de trabajo, y de que él no había sido contratado para montar o mover ninguna luz. Incluso se llamó al jefe de sala para corroborar que ésta sería la última función de teatro de esta sala y que no había problema con montarse en una escalera, 5mt, para desconectar una lámpara o movilizarla focalmente a algún punto del escenario según el requerimiento de la planta de luces. Nos fumamos un cigarro. Se aligeraron tensiones. Gabriel también ha trabajado para cine, y fue quien renovó el sistema de luces hace algunos años en uno de los sótanos de Parque Central. O al menos, eso es lo que me comenta.
Lista la lista de dudas y sus respectivas aclaratorias, descendemos los cuatro pisos que tuvimos que subir para llegar a la sala. El centro cultural es de una arquitectura laberíntica. Un edificio de amplios espacios, caminerias y rampas, que como todo en este país, se quedó a medio hacer. El edifico nunca fue dotado de los ascensores que le correspondían, porque las medidas no cubren las medidas universales de las casas/marcas que en el mundo se dedican a la venta de módulos de ascensores.
Y es así como subir y bajar escaleras puede resumir el trabajo de la gente que hace vida ahí.
Abandonamos el C.C., nos cruzamos a Emily, nos dice que ya perdimos la oportunidad de ir a ver la obra. Le digo que iremos al hotel, necesito descansar, estoy agotado, el cuerpo me pide cama. Abilio está más activo. Es posible que esté tomando café.
Caminamos hacía el viaducto que conecta con la Av. Las Ámericas. Es un puente largo, como una frontera, Mérida es un valle de líneas cruzadas. Sobre sus estructuras de paso, corren las aguas del río Mucujún y Albarregas. Se escucha su transitar al caminar. Algunos ambulantes en el camino, ponen chatarra a la venta y frutas, tubérculos y vegetales.
Pasamos por la Plaza Bolívar. Pagué una ración de churros. Estaban rancios. Abilio me dice para entrar a la catedral. Tomo unas fotos. Pasamos por al lado de un camión que reclama la desaparición de un niño. Mientras Abilio tomaba una foto del pico de la iglesia, yo tomaba una foto de Abilio al lado del camión. Al entrar lo que sorprende es un mural del lado izquierdo del Nazareno, señalando desde una perspectiva contrapicada, tiene fuerza es como un “I want you” eclesiástico. Recorrimos la iglesia. Subimos hasta el altar mayor. Hermoso e imponente. Sus bóvedas se alzan metros, recordando para lo que fueron hechas. Me siento un rato a respirar.
Minutos después emprendemos el camino rumbo al hotel.
Al finalizar el trayecto del viaducto, Abilio hace una parada en el Centro Comercial Luang Ying, un emporio chino de la ciudad, del que ya Daniel P. nos había dicho algo. “Luang Ying”, una franquicia de comida cantonesa. Me hace pensar en las películas chinas, esas de mafiosos e ininteligibles chinos caraduras.
El edificio tiene minitiendas, abasto, panadería, y un largo etcetera de establecimientos, y ningún chino alrededor. Se nota que la crisis también les ha hecho mella. Abilio compra una pepsi de 2lts. A mí todavía no me venden los dólares, estoy a una frontera de pasar cuatro días en Mérida, sin plata.
11:45am
Pasa la camioneta rumbo “La Hechicera”, la zona donde nos estamos quedando. Nos subimos. Antes, conversábamos sobre la posibilidad de irnos caminando. Emily nos había dado esa sugerencia. Por alguna razón pensábamos que el trayecto podía ser corto. En la camioneta nos dimos cuenta de que no. La avenida es larga, lineal, e inclinada. Por lo menos unos 30min. desde el “Luang Ying” hasta el hotel, a pie.
Sinceramente no me hubiese importado. En Quito, también caminé sus calles durante largos trechos y conocí mercados, parques y mimos en el camino. Me gusta caminar. Antes que Caracas cayese víctima de la depresión zombi en la que se encuentra, y sus noches y días solo pudiesen ser disfrutados por unos cuantos. Caminaba Caracas, y sus recovecos laberínticos.
Pero estoy agotado.
12:28pm
Llegamos a la habitación. Decido echarme en la cama. Abilio toma un poco del café cortesía del hotel, lo puso a hacer unas horas antes al llegar. Del televisor las armoniosas notas de VH1. Sabor latino y caribeño en plena sierra nevada. La temperatura de la ciudad es noble en esta época del año. Los días son soleados y abrigados. Escucho a Abilio hablando al otro lado del teléfono. Se va perdiendo en la medida en que me dejo consumir en el sueño. Me rindo. Caigo unos minutos.
1:13pm.
Sara toca a la puerta. Ha despertado de su descanso. Quiere ir a comer algo. Yo necesito dormir. Aún no me depositan la plata. Sin plata no puedo hacer mucho. No quiero gastar el efectivo. El desayuno en el hotel es de alrededor 5$. La ciudad por supuesto es más barata. Se acomoda más. Sara y Abilio se van. “La Reina” y “La Torre”, se movilizan. Regulo el aire acondicionado. Lo bajo a una temperatura un poco más templada. Me acurruco entre las sábanas, respiro y me dejo ir.
3:47pm
Me despierto. Abro el grifo en la dirección en que me proveerá de agua caliente. Me lavo la cara bajo el chorro nebuloso. Salgo del hotel, directo a tomar una camioneta. Voy a ir al Centro Cultural Tulio Febres Cordero. A las 6pm, será la función de la obra “Tango Perdido” dirige Juan Carlos Liendo, desconozco el elenco.
Debo almorzar algo. Encontrarme con los chicos, proveernos de suplementos para la semana. La habitación tiene una pequeña nevera. Se pueden comprar orgánicos sin temor a que se dañen durante esos días. Por lo menos garantizar algún desayuno o “monchi” de último minuto. Sin tener que gastar demasiado. Administrándose. Hay que comprar agua, pan, algún lácteo, queso y fiambre. Proteínas y carbohidratos. La persona que me iba a depositar el dinero, me da las buenas nuevas. Ya tengo la plata en mi cuenta.
La camioneta llega. Me monto dirección centro, rumbo a la plaza Bolívar. Una plaza hermosa, envejecida, sus bordes sirven de basurero para quienes trabajan en el callejón que la cruza, una zona que el tiempo y la crisis ha llevado a ser un mercado popular, que se extiende hasta el viaducto, en mayor o menor medida.
Me toca ubicarme de pie a lo largo del pasillo, quedo frente a una “Estrambótica Anastasia”, acompañada de su “Santos Luzardo”, una especie de David Carradaine de la sierra. Ella tiene pestañas postizas y escote prominente. Buenas tetas. Uñas de rojo, carmesí. Él, ya pisa los 50, bigote de foca, usa lentes deportivos oscuros, franelilla negra, y jean negro. Sus manos las visten una esclavas plateadas, y su cuello lo bordea un crucifijo. Ya las entradas en su cabeza son más que notorias, la frente se extiende más allá de las orejas. Pareciera que se pinta el cabello de negro azabache, pero es su color natural, no porta canas, y tiene rostro de indio comanche. Va viendo el paisaje. Ella no deja de ver hacía el frente. Lleva su mano izquierda sobre el brazo derecho de él. Pienso que es como una especie de “Kassandra” merideña.
¡En la parada por favor! Me bajo en la biblioteca, un coro de niños canta cuatro y maraca en manos, villancicos en la puerta de la biblioteca. Es primera vez que me detengo en algún punto de la ciudad a ver lo qué pasa a mi alrededor. Al menos gratamente. Las calles aunque sucias, mantienen cierto rigor. La ciudad está despeinada, es lo que pienso. Vuelvo a pasar por la plaza, directo al Tulio Febres Cordero.
En el Centro Cultural, me encuentro con Emily. Le pregunto si sabe de algún restaurant económico cercano donde pueda comerme algo. Me lleva al pasadizo de un edificio, al fondo un pequeño restaurant donde ofrecen almuerzo, por solo 85mil bolívares. Genial. Como y me voy al encuentro de los Babys.
¿Dónde están?
Cerca de la Plaza Bolívar.
Voy para allá.
Camino hasta el encuentro. Sara me recibe con un dulce de leche. Nos sentamos, nos fumamos un cigarro, ¿qué hicieron? ¿qué comieron? ¿a dónde fueron? ¿a dónde vamos? ¿qué hacemos? Sara entra a la catedral. Abilio me invita un café frente a la catedral. Nos los da en lo que Abilio llama “un detalle” unos vasitos plásticos azul y rosa, niño y niña, para el guayoyo de plaza.
Le digo que “el detalle” real del vasito plástico y colorido, es la cantidad de gente que debe tomar del mismo vaso, sin ser lavado. Reímos, hasta finalmente tomarnos el resto del café.
4:30pm
Debemos comprar alimento. Vamos por queso, fiambre, mantequilla, pan, agua y café. Sara quiere comprar enlatados. Lo primero conseguido será una bola de queso ahumado, finalmente dividida entre los tres.
El queso ahumado es un alimento esencial de la cocina andina. La pizca lleva trozos de este queso, dotándole de un sabor muy peculiar, característico y gustoso. Luego compramos pan cuadrado y pan campesino, suave. Finalmente y después de mucho caminar, dimos con un buen precio de una mortadela especial de buen sabor. No era jamón ahumado, ni serrano, pero tampoco era papilla de hígado viejo.
Lo último en conseguir fue una mantequilla de la zona, baratísima y buenísima. Con ese sabor peculiar de la leche fermentada.
5:40pm
Al terminar fuimos hasta el C.C. Esperamos por el acceso a la sala donde se presentará “Tango Perdido” de Mario Diament, la Spinetti Dini, casualmente donde presentaremos la obra mañana, pienso que es una buena oportunidad para ver la parrilla de luces funcionar.
A la distancia se escucha un silbido y un grito, es Jhonny Rivas. Jhonny viajó unos días antes con su agrupación: Amaranto, se presentaron con un espectáculo de textos de Dario Fo y Franca Rame, titulado “Sí, les ha pasado a todas”. No tuvimos la oportunidad de verlo, igual me comenta que iniciará temporada en el CELARG en marzo de 2020. Las referencias son buenas.
Jhonny acaba de culminar su maestría en Teatro Contemporáneo Latinoamericano. Su tesis la hizo sobre Arístides Vargas y el teatro post-dramatico. Jhonny me comenta que le encanta el trabajo de “Las Trenzas”, la forma como dialoga con el resto del teatro de facultades similares que se hace a nivel mundial, yo también le comento mi impresión. Cuando escribí “Las Trenzas” por allá en el año 2014, no sabía quién era Sergio Blanco, ni estaba pensando en hacer teatro “post-dramático”.
En medio del proceso del montaje de la obra contemporánea del cubano Abel González Melo, “Chamaco”, su director Mario Crespo me hizo llegar la publicación de “La Ira de Narciso”, recuerdo que Mario me dijo en su particular acento caraqueño-cubano: “Tienes que leerte esto”.
Corría el año 2017. Ya había estrenado “Rojo” de John Logan, la infantil de Skena “El traje nuevo del emperador” y el proyecto “Postales de Caracas”. Ese mismo año comencé a ensayar “Las Trenzas” e “I.D.I.O.T.A.” de Jordi Casanovas, en septiembre de 2017.
Estrenaríamos en Marzo de 2018.
Con Jhonny hablé de teatro, sus actrices Ivanna y Stefany, son dos hermosas trigueñas mestizas que pronto se unieron a la conversación, hablábamos en la cola para entrar a la sala.
Sara y Abilio se me perdieron en un momento que fui al baño, al parecer habían ido a comprar agua. Entramos a la sala Jhonny y el resto. La función por comenzar, y los bebés incorporándose en el preciso instante de la normativa.
Las luces del escenario se prendieron.
6:15pm
La función de “Tango Perdido” protagonizada por Yanitza Albarrán y Alejandro Moreno, estuvo atropellada por la ausencia de ritmo, la precaria puesta en escena y el uso de la música fuera de sincronía. Las pocas lámparas no cumplían con bañar la escena como era debido, y los personajes se perdían entre pasillos cálidos y oscuros. Los actores con un registro de quien se educa por primera vez en la actuación, un espectáculo de categoría universitaria o menor. No fue más allá de eso. Y tampoco sobrevino ningún malestar. La presentación se defendió como pudo de los infortunios a su favor.
8:00pm.
Al salir, nos despedimos de Jhonny, quien se embarcaría en el viaje de regreso a Caracas al día siguiente, algunos compromisos lo alejaban de Mérida. Caminamos juntos Sara, Stefany, Ivanna, Jhonny, Abilio y otra chica que no recuerdo, hasta la Plaza Bolívar. Ahí nos separamos y despedimos.
En el trayecto hicimos voces de lo bien que nos caían nuestro colegas caraqueños, todos oriundos de las faldas teatrales del Laboratorio Anna Julia Rojas, bajo la crianza de la negra Carmen Jimenez, a quien los tres amamos con el corazón.
8:30pm
Esperamos por un autobús en la esquina del “Luang Ying”. Otros jóvenes también hacen lo propio. Durante unos minutos ningún transporte parece llegar. Preguntamos, los más jóvenes no saben nada, ellos esperan que el autobús pase, como nosotros.
Repentinamente llega un grupo de chicos y chicas participantes del festival, los tres de Puerto Cabello, nos previenen que a esa hora no pasan ya camionetas. Que deberíamos tomar un taxi que nos suba hasta el hotel. La zona está oscura. Es posible que se haya ido la luz. En Mérida la regulan dos o tres veces al día. Qué horror. Pienso. Los acompañamos a una zona cercana, donde al parecer hay una línea de taxi que podemos agarrar para que nos deje en el hotel.
La línea está cerrada, no habrán pasado más de 2min en esta situación cuando un taxi aparece frente a nosotros en medio de la oscuridad. Nos despedimos de nuestros jóvenes acompañantes de Puerto Cabello y emprendemos rumbo hasta el hotel.
8:39pm
Al llegar, con la ciudad a oscuras, dejamos las cosas en nuestras habitaciones. Estuvimos un rato conversando, le comentaba a Abilio sobre la posibilidad de salir a otro país con las propuestas. Lo impulso a desarrollar una idea que él tiene. Hablamos que, con organización puede existir la posibilidad de tocar terrenos extranjeros, y comenzar a capitalizar una marca, nuestros propios nombres, nuestro talento y nuestra profesión, a pasos, sin necesidad de abandonar nuestro país. En estos tiempos, las redes sociales nos enseñan que la capacidad que tenemos de crear vínculos virtualmente, también puede ser una opción presencialmente, solo hay que saber moverse. Sueños lucidos, le llaman.
Llega Sara y nos embarcamos a la terraza del Convención Boutique. El hotel está dispuesto de una planta, que a voz de sus recepcionistas nos advierten “solo impide prender los aires acondicionados de las habitaciones”. Así que en la terraza, hay luz y abre sus puertas el Restaurant Venitalia, según se dice uno de los restaurants más caros de la ciudad.
La carta ofrece una variedad de tragos. No hay cerveza, que es la bebida en la que todos estamos de acuerdo o al menos Sara y yo, Abilio tomará otra cosa ligera de alcohol. Debemos tomar una decisión entre un coctel de ron, de vodka o ginebra, finalmente nos decidimos por uno que contiene todos y cada uno de los brebajes etílicos. “O te los tomas todos, o no tomas ninguno”, dice Sara en algún momento.
Vaya que estaba fuerte. Brindamos por nuestra pequeña odisea. Estábamos en Mérida, e íbamos a presentar dos de los espectáculos que más gratificaciones, aventuras y experiencias, hasta el momento, por lo menos a mí, la vida me había dado.
11:13pm
Es hora de irnos. El trago me aguantó toda la noche. Debía dormir, mañana nos tocaba un día pesado a Abilio y a mí. Día de montaje y doble presentación. Abilio, primera vez que haría dos funciones seguidas de “Las Trenzas”. Cualquier cosa podía pasar.
Sara había pedido un segundo trago, por lo que estaba “contenta”, no era para menos, se había lanzado una aventura maratónica con dos bolsos a cuesta y la maleta de producción de “Kassandra”. La dureza polaca corre por sus venas, se puede permitir estar contenta.
Al despedirnos, los mesoneros, jóvenes que nos atendieron, nos dan a llenar encuestas de servicio. Cada quien pone lo que piensa.
De repente Sara me da a leer su papel y en donde dice Comentarios Finales, Sara escribe: “¡Dejen de ser tan enchufados!”, Sara y los mesoneros ríen, dos chicas y un chico, parece que han entendido el chiste.
Un chiste, un chiste cualquiera.
11:20pm
Listos para dormir. Nos despedimos en el pasillo. Marcamos nuestras tarjetas. Me cepillo los dientes. Abilio fuma. Me acuesto en la cama, pensando en cuál será el día que nos toca. Abilio se integra a la cama.
Lentamente me voy quedando dormido. Sara manda su mensaje de buenas noches. Y finalmente todo se va a negro.
Al sueño.