“Aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón”.
La que habla es Yerma o más bien, Federico García Lorca a través de la protagonista de una de sus tragedias más lacerantes.
Lorca escribió Yerma en 1934. Dos años antes de que la Guerra Civil Española convirtiera al poeta y dramaturgo de Granada en una de sus más estruendosas y abominables víctimas. Y aún hoy su historia resuena en las conciencias de quienes ante el poder absoluto, ese que aniquila, no hallan otra salida que actuar de acuerdo con sus impulsos más básicos, primitivos.
El pasado 11 de noviembre, en la Sala Rajatabla, estrenó esta llamada “tragedia rural”, en una coproducción de la Fundación Rajatabla y Tulipano Producciones que, a decir del responsable de su puesta en escena, Dimas González, se acerca más a un canto de vida que a un llanto irreprimible.
“La mayoría de las lecturas de Yerma se regodea en la tragedia de su protagonista, la Yerma seca, la mujer que no puede tener hijos, agobiada por los prejuicios sociales, por los valores con los que fue formada, por su propio marido… Pero ella se opone a todo eso. A través de la oscuridad de la tragedia de Yerma, Lorca nos deja ver la luz, la claridad, nos deja un canto de vida, lo que debemos tomar como reflexión para crecer como seres humanos, para crear un mundo más vivible, donde quepamos todos. Con esta obra el poeta nos dice: ‘Basta ya de buscar todo afuera y no hacerlo dentro de nosotros mismos’”, dice Dimas González, quien en 1990 encarnó al autor de La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre en la pieza de Juan Carlos Gené, Memorial del cordero asesinado.
La actriz Verónica Cortez interpreta a Yerma. Desde la perspectiva que asoma Dimas González: es una joven obligada a casarse con Juan, un hombre al que no ama, pero con el que se siente obligada a levantar una familia; valga decir, a darle hijos, pues es costumbre en esa aridez intemporal en la que transcurre su historia, que la hembra críe y permanezca en casa, mientras el macho provee. Pero la fertilidad es una llovizna que no cae en estas almas desérticas. Aun así, Yerma bordea siempre la rebeldía, pues es incapaz de cercenar sus deseos y de controlar sus impulsos.
A decir de su director, Yerma habla en presente de Venezuela. “En cierta forma, nos está hablando de un país que ha tenido una cantidad de gobernantes que no se han ocupado de él, que han abandonado esta tierra fértil, productiva, próspera, llena de esperanza, de posibilidades de brindarle a la gente un mundo mejor. Yerma nos dice: ‘Ya basta de tantos gobernantes que se han encargado de llevar el país a la miseria’”.
¿Podrá el teatro darnos luces al respecto? “El teatro siempre va a dar luces para que el hombre se detenga un momento y reflexione sobre su conducta, sobre lo que hacen él y los demás, y sobre la responsabilidad que tienen en la sociedad. No olvidemos que quedan dos grandes movimientos de comunicación directa: la Iglesia y el teatro. Es en ellos donde te vas a encontrar con el otro, y ese otro va a ser un espejo en el que te verás reflejado. El teatro es ese instante, ese espacio, en el que te permites encontrarte contigo mismo. No es terapia, es terapéutico”, agrega González.
Junto a Cortez, actúan en la pieza Wilfredo Cisneros, María Brito, Asdrúbal Blanco, Marielena Gonzalez, Alid Salazar, Marxlenin Cipriani y África Méndez. El tenor Domingo Balducci es el asesor vocal de los intérpretes y las coreografías son de Brian Landaeta.
[…] Fuente: Kiosko Teatral […]