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Dos dicen díptico: Apuntes sobre el oficio del actor

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Dos dicen díptico: Apuntes sobre el oficio del actor

Los actores venezolanos Abilio Torres y Sara Valero se adentran en una profunda reflexión sobre el oficio del actor, a partir de su anécdota personal y artística de las vivencias en el I Festival de Teatro de Mérida, donde presentaron dos monólogos dirigidos por Daniel Dannery. 

 


 

S: En diciembre del 2019, nos embarcamos al I Festival de Teatro de Mérida con Kassandra de Sergio Blanco y Las Trenzas, ambos monólogos bajo la dirección de Daniel Dannery, y este último, también de su autoría. Fueron muchas las anécdotas que vivimos, las cuales quedaron registradas en una crónica de nuestro director, publicada hace algunos meses. Este escrito nace de una de esas anécdotas: estábamos Abilio y yo en la barra del bar improvisado que crearon para el festival, yo me embuchaba de cerveza y el se llenaba de humo. Las funciones de Las Trenzas habían transcurrido el día anterior, ese día había sido el turno de Kassandra. Yo estaba en esa especie de estado postorgásmico que se vive cuando una ha hecho doble función en un festival, y todo ha salido mejor de lo que una creía.

A: Recuerdo que Sara estaba feliz y agotada. La entendía perfectamente. Esa noche intercambiamos impresiones sobre la pela que significaron hacer esas presentaciones. Ambos en cada palabra celebrábamos porque desde el comienzo de nuestra charla reconocíamos que todo había valido la pena. Estábamos sinceramente realizados. Y en esa charla acordamos que el ancla de todo era Daniel. El hecho de trabajar con Daniel. ¡Qué loco todo! – dijimos agradecidos. Esa noche surgió la idea de compartir lo que vivimos, y seguimos viviendo como artistas y como personas, en un país -al parecer- de puros imposibles.

S: Pienso que algunas de las mejores reflexiones del oficio se dan entre los actores y actrices después de una función. Este escrito nace del deseo de materializar una reflexión; no es que los actores y actrices de nuestro país no reflexionemos, teoricemos ni compartamos entre pares nuestras ideas sobre el oficio del actor. Simplemente, esas reflexiones quedan en el ámbito de la cerveza post función. No creo que lo efímero sea insuficiente -no haría teatro si eso me preocupara- pero me hago la pregunta de cuál será el destino de una reflexión que logre sobrevolar los rituales dionisíacos y llegar al apolíneo papel.

Durante el viaje a Mérida, varias veces mencionamos que Blackie y Kassandra de algún modo eran las máscaras de la Tragedia y la Comedia, vistas por Daniel Dannery. Las dos caras del teatro, viajando juntas. Ambos sentimos una inmensa gratitud hacia Daniel por habernos otorgado esos regalos que son B. y K. Entonces, reflexionamos acerca de la metodología de Daniel, como quien estudia la técnica del cirujano que ya te ha operado. Hubo dos aspectos del trabajo que logramos abstraer y aislar de lo anecdótico: una inmensa libertad y una voluntad de llevar al intérprete al límite.

 La inmensa libertad

S:  En el trabajo con Daniel me descubrí “mejor” actriz que antes. No porque me ordenara mejor que otros directores, sino mas bien porque generó las condiciones en las que la libertad era lo suficientemente inmensa para que yo confiara en mi instinto. De esta forma, no sobrepensaba lo que estaba haciendo, simplemente me dejaba llevar por mi propia intuición. Él tenía claro lo esencial de lo que quería ver, sin embargo, me permitió jugar en un prado amplio, amplísimo. Había una cerca, claro, pero yo no podía verla.

Así es como en los ensayos de Kassandra se apersonaron sin pudor los gags de los Looney Tunes, las guarradas de todas las travestis y trans que había visto en mi vida y hasta por momentos, los gestos tiernos de un Marcel Marceau que vi a mis 9 años en la sala Ríos Reyna. Esa libertad hizo aparecer el canto ritual a la pija gigante de Menelao en una ronda, invitando a todos a vociferar: BIG DICK.  La imagen se hacía cuerpo porque la confianza de Daniel era inmensa.

A: En Mérida por ejemplo, Dany y yo nos encontramos con un monstruo de cuatro metros de altura. Una estructura de andamio que funcionaría para yo monearme durante la presentación. Tenía miedo, pero al mismo tiempo tenía trabajo que hacer. Dany no alimentaba mis miedos, él confiaba que yo podía hacer el trabajo sin necesidad de discutirlo. De hecho, creo que le encantaba que yo tomara el riesgo. Lo único que me alcanzó a decir fue: Ten cuidado marico, no te vayas a escoñetar. Te conozco. Y así, cobré conciencia de como tenía que trabajar. Dando lo mejor, pero no sobrepasándome dentro de esa libertad.

Recuerdo que la acústica era muy mala. Había que exigirse un poco más de lo normal para abarcar todo el espacio con la voz. Al escenario llegaban lejanas las pistas de audio que yo no escuchaba muy bien y si le subían volumen, el público no escuchaba lo que yo decía. Una pesadilla que logré manejar con atención al audio y una marcada dicción, rozando los límites del trabajo. También recuerdo el vértigo abrumador que sentí al sentarme a casi dos metros y medio de altura sobre la estructura del andamio. Las ganas de lanzarme al vacío eran horribles, y mucho más con toda la atención sobre mi. Entonces encontré las luces robóticas que captaron mi atención y me mantuvieron adentro, en situación. En una de las dos funciones en Mérida, Dany resolvió que yo colocara esa luz robótica apuntando hacia un lugar en el techo. En el momento del vértigo, montado en la estructura cambié mi atención hacia la luz, y dirigí todo mi texto a ella. Recuerdo que me dije: ¡Hey, ese es Dios! No sé como funcionaría para el público, pero para mí funcionó perfecto porque contribuyó a aliviar mi ansiedad. No sé hasta qué punto Dany tenía premeditado eso, o fue que yo me lo inventé y lo hice. Pero creo que de eso se trata la libertad. Sufrir un poco en el camino, y conseguir refugio en un gran misterio.

La voluntad de llevar al intérprete a un límite.

A: Recuerdo cuando el Dany me interceptó luego de una función que él había ido a grabar en la sala plural del Trasnocho Cultural. Al salir de la función me llamó y me planteó la idea de trabajar en un monólogo de su autoría, que tenía engavetado desde hace un tiempo y que creyó que nos vendría bien trabajarlo. Te lo mando a tu correo y hablamos. Al leerlo no lo entendí pero para nada -cosa que me encantó-, la única pista que me dio Daniel fue No hay que entenderlo mucho. Es un gran delirio. Me pareció peligroso hacerlo. No me sentía al cien por ciento como persona, mi salud no estaba del todo óptima, pero tenía ganas de actuar y de sacar a pasear el alma. 

Era una pieza oscura, llena de muerte y malestar, alegoría a los placeres mundanos, mucho dolor y sobretodo de ausencia. Un gran NO de entrada, pero por algún lado tengo que drenar el malestar, pensé. Tengo miedo, pero quiero rockear con esta obra que me resuena a Black Sabbath. Y respecto a esto último quiero señalar que, uno no debe arriesgarse de gratis. Razones para elegir una obra, cada quien tiene las suyas y son infinitas. La primera lección que me dio Las Trenzas fue en ese momento antes de cerrar trato con Daniel. Ella me dijo: “Te gusto, ¿verdad? Seré tuya, pero tienes que desearme”. Esto fue muy importante, porque el deseo es algo que existe no en un nivel intelectual, sino en otro plano de la existencia mucho más amplio. Yo quería completar la obra. Sabía que podía hacerlo. Tal vez no la entendiera en ese momento, pero sabía que podía ser su interprete. Y fue ahí en donde surgió una gran pregunta: ¿Cómo trabajar un texto que en su génesis es ajeno a uno, hacerlo personal, sin salir gravemente afectado? La respuesta a esa pregunta fue: Tendré que descubrirlo. Tengo que trabajar con quien escribió la obra, y confiar en su dirección. Recibir y respetar sus indicaciones, y darme con todo. Proponer sin pena ni gloria e ir jugándola. Tengo que trabajar con Daniel.

Kassandra es excesiva

S: Kassandra es excesiva, su culo de goma espuma es excesivo, como su boca, como su historia. Daniel fue empujándome siempre al límite desbordado que propone este personaje. Funciona por acumulación. Si bien es cierto que el texto mismo lo propone -ciertamente, el texto de Sergio Blanco es un reloj perfectamente cronometrado-, Daniel fue templando las capas, una sobre otra, acumulando, engordando a la bestia. No hablo acá de alienación ni de tortura psíquica ni de algún imaginario de lo borderline. La imagen que tengo es un postre milhojas de hierro. Como si en la metodología, hubiéramos ido colocando capa por capa, engrosando a Kassanda, hasta que no cupiera en el espacio nada más que no fuera ella. Kassandra fue el regalo para el que me estuvo preparando el camino desde hacía mucho tiempo y yo no lo sabía. Sentí el guiño desde el libreto la primera vez. Ella iba a encarnarse con las tardes de chupar dedo mientras mi papá me leía mitología griega. Con los ligueros, lentejuelas y pestañas postizas de todos el camp y los musicales que mamé de la teta cultural. Con todas las canciones que cantamos en lipsync a pulmón.

Registrar las sensaciones, registrar los procesos. Poder vaciar en la hoja en blanco aquello que uno ha aprendido a través de la experiencia. Identificar las marcas autorales de un director. Encontrarnos a jugar en modo de cadáver exquisito. Formular más preguntas, aunque no estén escritas. Este escrito es una cerveza y cigarros en la barra de un bar post función, expuesto ante los otros.

Kassandra: Una prostituta sin país en un bar de media noche

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