Los artistas hemos caído en una debacle en los últimos días –para algunos, habitual–. Estamos enfrentando una especie de hueco, del que algunos han intentado salir con lo de siempre. Con arte, con música, con teatro. Con todo, pero virtual. De allí, nos hemos replanteado los paradigmas de nuestras propias formas de mostrar y demostrar al mundo. ¿Es una locura llevar a las redes sociales un espectáculo escénico? Locura es ensimismarse y pensar que ya no se hacía.
El arte está vivo. Y eso ha quedado demostrado en los últimos días con infinitas muestras de lo propio a través de Instagram LIVE, Zoom u otras plataformas que hemos usado a nuestro favor. Miles de espectadores se han acercado a nuestro escenario virtual con tan solo clicks. Incluso, gente que nunca ha pisado un teatro.
Si bien es cierto que la experiencia teatral escénica es mágica y única, el arte teatral, como toda disciplina, –incluso más que otras–, es adaptable y movible. Es etéreo, y por tanto existe en todos lados. Universal, por tanto se comprende por toda alma que pueda ser semejante a la humana. Inconforme, por ende no se queda en un solo lugar. Mutable, por lo que sus actores e histriones se transforman para recrear un nuevo espacio de creación.
Es “minificable”, si existiera la palabra. Esto es, –haciendo un uso catastrófico de un término de programación– que reduce el peso de sus elementos de código fuente, de su origen, a través de la eliminación de bytes innecesarios –espacios adicionales o saltos de línea—, y simplifica su escritura. Ha eliminado la posibilidad de una escenografía, grandes iluminaciones o vestuario, convirtiendo la experiencia en una realidad ficcionada o no de lo que se vive.
Entonces, ¿existe aún el teatro en estos tiempos que vivimos? Existe una adaptabilidad o una transición. Existe el actor y el espectador. Existe el teatro.
Durante los últimos años hemos visto como lo multidisciplinario ha tomado cada vez más importancia y ya no vemos el teatro solo siendo teatro, sino que mezcla herramientas del cine o las técnicas del videoarte. La videodanza existe también, y no por su característica tecnológica aparta su esencia.
¿Afrontaremos una crisis económica desde un arte virtual?
Lo que no vemos aún es la proyección económica en estos espacios. Si bien es cierto que algunos han aprovechado estos “no lugares” de la virtualidad y del pensamiento, para crear y crear, otros están dando tumbos. Sale a flote aquello de que los artistas no tienen conocimientos o recursos tecnológicos para afrontar una crisis económica de manera virtual.
Tampoco el espectador común pareciera estar dispuesto a pagar por teatro virtual. Y es allí donde cabe un análisis profundo sobre si estos modelos permanecerán luego de que pase el confinamiento por la pandemia.
Algunos como el Teatro de la Abadia, el Teatro Kamikaze o Microteatro Por Dinero (España) están cobrando por los servicios, en una especie de taquilla virtual. También Teatrix, en Argentina, que tiene 2015 con su proyecto online; y Broadway HD, en Estados Unidos. No es así con prácticamente el resto del mundo.
Por otro lado, con miedo a que su trabajo sea copiado o plagiado –u otros temores relacionados a la acogida que tendrán–. Muchos grupos no se han unido o han caído en el error de quitar de YouTube una función que han liberado previamente por unas 24 o 48 horas.
Si bien, hasta el momento no se puede decantar en dinero, toda esta creación virtual, es posible que las iniciativas virtuales estén generando engagement y atrayendo a más espectadores, incluso rompiendo barreras físicas y fronteras.
Ese espectador, que está allí, escogiéndonos frente a otras múltiples posibilidades hace que el teatro exista y signifique. Nos aterroriza que no exista ese público capaz de conmoverse. Y, ese público está ahora en muchos lugares.
Es la apertura del teatro, hacia un arte omnipresente.
Hemos podido ver en un mismo día a Timbre 4 en Argentina o Skena en Venezuela. Sin el golpe de la pandemia, no hubiera sido posible. ¿Nos han abierto los ojos? Entonces la catarsis de enfrentarse a lo nuevo, a lo impropio, a lo irregular, ha dado como resultado un acto escénico espectacular: ha crecido al teatro. ¿O más bien nos han reducido a 1920×1080 píxeles?
Lo que sí es cierto es que este arte, maravilloso, es luz. Y cuando se enfrenta a los quebrantos, somos los artistas capaces de romper la desigualdad y de hacer llegar nuestro trabajo a todo el que podamos.
¿Ser o no ser en lenguaje binario? ¿Hacer ruido en las redes o callar?
Recientemente, en España los sindicatos de artistas –atención Latinoamérica: un sindicato de artistas es posible– llamaron a una huelga virtual llamada #ApagónVirtual e invitaban a no compartir nada por las redes para que la gente entendiera la importancia del sector de la cultura. Hubo diferencias, muchos no lo acataron, artistas fueron insultados en las redes por grupos minoritarios de ignorantes selectos; y el Ministerio de Cultura puso paños calientes indicando que “lo conversarían”, para callar a los sublevados.
Y allí, es cuando podemos reflexionar sobre si el ruido o el silencio son más efectivos. Si el arte apagado hace más bulla que el arte que enciende. El silencio del arte es, sin duda, una distopía aterradora. Pero aterradora no para el ministro ni para el grupo minoritario de ignorantes, aterradora para los artistas y espectadores, para los que sueñan, anhelan. Para los que buscan paz en una poesía, una película o función de danza.
“Ya no sé por qué hago teatro. Lo hago para mí”. Me decía un amigo actor muy querido. Uno que no ha hecho ningún #LIVE, por cierto. Pero sí se ha leído casi toda la biblioteca de dramaturgia del CELCIT. Entonces, apagarlo sería apagarse a sí mismo y a nadie más.
Recuerdo así, cuando en momentos de protestas antiguberamentales contra Nicolás Maduro, 2014 y 2017, los artistas de teatro no bajamos el telón. Nuestras reuniones eran justamente en los sótanos de los teatros y backstages. Maquinábamos qué hacer. Y hacíamos funciones gratuitas o en plazas –estos últimos cuando los gases lacrimógenos lo permitían–.
Queríamos que el mundo supiera que estábamos allí para ellos, para nosotros, existiendo en un espacio roto por los políticos de turno, pero vivos.
El teatro pasa cuando el teatro es digno. Cuando se respeta a sí mismo. Cuando no baja el telón. Cuando permite que el espacio –el del aire o el binario– lo atraviese. Cuando el espacio es su cuerpo. El teatro sucede cuando tiene que suceder. Y eso suele ser siempre.
https://m.youtube.com/watch?feature=youtu.be&v=M0r_pA0ewEw#dialog
CREo que deben publicar la contramirada sobre el tema, que esta dada en esta nota a matias Feldman.
Gracias por compartirnos el enlace. Sin duda estamos viviendo un momento sin precedentes. Nunca el teatro virtual será lo mismo que el escenario, y no todas las compañías cuentan con los recursos para afrontarlo.