El teatro de Juan Eugenio Hartzenbusch es un obligado para los amantes por el drama romántico. Su letra, concisa y apasionada, reúne a personajes moralistas, figuras intrigantes y escenas de enredos que se alejan de lo armónico y perfecto pero desembocan en sensibles poemas.
Más que un escritor más de Romanticismo, algunos críticos describen a este autor español nacido el 6 de septiembre de 1806, como un “sobrio estudioso, mucho más inclinado al ideal de moderación que al del predominio de la imaginación
o de la pasión desenfrenada”. Decía Allison Peers.
En algún momento, incluso, Hartzenbusch llegó a repudiar el llamado Romanticismo. Lo consideraba una moda de la época, no tanto un movimiento en sí mismo.
A los dos años, el artista quedó huérfano de madre. Y sin más herencia que haber aprendido el oficio de ebanista de su padre, alternó el estudio con los trabajos manuales en talleres ajenos.
Un hombre de “porte sencillo, rostro de expresión franca, viva y afable”, según Aureliano Fernández-Guerra. Se presentaba a las representaciones teatrales de la época. Siempre que su modesta economía se lo permitía.
Era un amante de la lengua italiana y alemana. De allí el rubor poeta que se mantiene en todo su repertorio. Entre 1824 y 1828 comenzó a ejercitarse como traductor de obras de teatro del francés, y en 1831 se inició como dramaturgo.
Al principio no tuvo éxito. Sus obras fueron mal recibidas por la crítica y por el público. Pero pronto llegó su pieza más cotizada, incluso en la actualidad: Los amantes de Teruel. Fue estrenada en el Teatro del Príncipe en 1837. Con este drama consiguió uno de sus mayores triunfos escénicos, inspirándose en la leyenda de los desgraciados amantes.
La obra es una narrativa legendaria de un amor frustrado, según algunos, que monopoliza el análisis de Hartzenbusch.
“Hartzenbusch ha elegido idealizar y poetizar la tragedia de los amantes. En vez de condenarla como consecuencia de una represión patriarcal, sitúa su causa principal en una autonomía femenina peligrosa. Finalmente, no es inverosímil ver todavía no formada en Isabel la idealizada y pasiva ‘ángel del hogar’ que domina el discurso literario del siglo IXX a partir del romanticismo, y que comparte aún mayor parentesco romántico con la Doña Inés de Don Juan Tenorio. Se tardará aproximadamente cien años hasta encontrar en el teatro español una mujer rebelde y apasionada como legítima heroína en la figura sin embargo trágica de Adela en La casa de Bernarda Alba de García Lorca”
Así explica Linda S. Materna, de Rider University, el predominio del símbolo femenino en el teatro de Hartzenbusch, presente en su obra máxima, Los amantes de Teruel.
En aquella época también se estrenaron otras obras como La conjuración de Venecia (1834) de Francisco Martínez de la Rosa, Macías (1834) de Mariano José de Larra, Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) de Ángel de Saavedra y El Trovador (1836) de Antonio García Gutiérrez.
En 1838 confirmó Hartzenbusch su crédito como autor teatral con Doña Mencía o La boda de la Inquisición. Continuó su repertorio de temas histórico-políticos en sus dramas Alfonso el Casto (1841), Juan de Viñas (1844), La jura de Santa Gadea (1845) y La madre de Pelayo (1846).
En 1839 estrenó La redoma encantada, a la que siguieron Los polvos de la madre Celestina (1840) y Las Batuecas (1843). En 1848 publicó sus Fábulas en verso castellano.
Es imprescindible destacar su dedicación, como bibliófilo y erudito, a la recuperación del teatro clásico español. Hartzenbusch editó para la Biblioteca de Autores Españoles a Tirso de Molina, Calderón, Ruiz de Alarcón y Lope de Vega.
En su obra se refleja vivamente elementos costumbristas, notas críticas y de ironía, así como la moraleja, que le dan el tono local y social.
En sus cuentos también deja entrever el tema de la educación. Por ejemplo, la desobediencia del joven -a causa de una chica- que conduce a su perdición, como en las fábulas El ratoncillo y el gato y La hija de Seyano. En otras se observa la moraleja de que la juventud inexperta necesita un guía para aprender el buen camino. Como en
El látigo y Pedro Enreda.
“El tono moralizante que tiene el texto puede disgustar al lector de hoy, pero los personajes que van asomando por sus páginas aportan colorido a la narración y nos aproximan a la vida cotidiana de diferentes épocas gracias al estilo vivaz que toma de los costumbristas”.
Así describe Rocío Charques Gámez de la Universidad de Alicante, las fábulas El látigo y Pedro Enreda, en su ensayo ¿Un cuento antiromántico de Juan Eugenio Hartzenbusch?.
En 1844 consiguió el cargo de oficial primero en la Biblioteca Nacional; en 1847 fue elegido académico de la Real Academia de la Lengua y en noviembre de 1854 fue director de la Escuela Normal. Finalmente, en diciembre de 1862, obtuvo, al fin, el puesto de director de la Biblioteca Nacional.
Hartzenbusch falleció en Madrid el 2 de agosto de 1880. Quienes lo conocieron alabaron siempre su bondad, su recato y modestia y su pertinaz labor. Todos estos valores se descubren tempranamente en la semblanza que dedica Federico de Utrera al autor, en la revista El Mundo Pintoresco (nº 35, de 5 de diciembre de 1858), acompañada de un retrato de José Casado del Alisal.