Crear también significa descubrir nuevas historias. Pero cuando el autor se busca y se consigue a sí mismo en la obra naciente, el resultado puede volverse fascinante, aunque narcisista y aterrador también. Estos son precisamente los adjetivos que describen casi a la perfección La Ira de Narciso, la obra teatral en donde su escritor, el uruguayo Sergio Blanco, usa su interés por la mitología y el teatro clásico para conseguir una suerte de auto-alabanza y poesía que le ha merecido representaciones en Costa Rica, España, Argentina y un próximo montaje en Venezuela que verá luz en junio, protagonizada por Gabriel Agüero.
Con todo, el equipo que está detrás de Tebas Land en Buenos Aires es el encargado de llevar la obra representativa de la moderna autoficción a las tablas del teatro Timbre 4 y poner en jaque al espectador una vez más. Así, será un monólogo en la voz de su protagonista, el actor Gerardo Otero, el motor de la crónica de un trágico crimen que usa la biografía como parte de su tinta.
Con una sencilla puesta en escena, Otero empieza presentándose a sí mismo y posteriormente aclara – como si ya su rostro no lo dijera tan bien – que no es Blanco, el creador de la pieza que está a punto de mostrar. Le sigue la explicación de lo que ocurrió durante un viaje a la ciudad de Liubliana, en Eslovenia, a donde se dirige para ofrecer una conferencia sobre el mito de Narciso y la mirada. Allí, se encontrará en una habitación de hotel manchada de sangre, como resultado de un crimen del que nadie quiere hablar. Pronto la pasión desenfrenada y la curiosidad policial, serán algunas de las piezas que se le arrojarán al público para armar el rompecabezas de un relato que puede tener varias conclusiones.
Lo que a simple vista parece un thriller acerca de un hombre solitario, inteligente y aislado del mundo exterior es realmente un laberíntico texto que usa la rápida habilidad del único intérprete frente al manejo técnico de luces, sonido y proyecciones, para mostrar la importancia del instinto básico. Aquí, la compulsión, el asco y la náusea, el deseo sexual, la disidencia sexual y la intelectualidad se unen en un ritual que cuenta con el público como el más fiel testigo.
Sin embargo, La ira de Narciso funciona como una metáfora de la búsqueda de la identidad. Un nombre que se refleja en el otro. Una verdad que fascina y que puede terminar en la belleza de la muerte, aún en las circunstancias más trágicas. Es importante recordar que, de acuerdo con el mito de Narciso, cuando este fallece, se convierte en la flor que lleva su nombre.
¿Es entonces el arte de la autoficción una manera de adorarse a sí mismo? A través de una mirada, “Narciso termina convirtiéndose en otra cosa, en algo vegetal: la flor que renace en cada primavera. Esa capacidad que tiene de transmutar, de convertir, de transfigurar una cosa en otra, es lo que yo llamo la capacidad poética con la que cuenta el artista, que es aquel que también va a transformar una cosa en otra”, dice el personaje principal durante la obra, como si quisiera responder a esta pregunta.
Mientras tanto, para el autor la respuesta se encuentra en la forma de interpretar sus más célebres obras de teatro. “La autoficción reivindica al yo pero siempre buscando a otro. No es el yo que se encierra en la egolatría, en las aguas putrefactas de sí mismo, sino el que trabaja consigo mismo para encontrar a otro”, explica Blanco en una entrevista, como si describiera una nueva versión de la novela Dr. Jekyll y Mr. Hide. “Yo no escribo sobre mí porque me quiera, sino porque quiero que me quieran y qué acto más noble que buscar el amor de los demás”, agrega.
La ira de Narciso se deja llevar entonces por una ruta en la que los hechos progresan, como llevados de la mano por la mismísima Agatha Christie. El tono confesional atrapa en un one man stand junto con acciones que fluyen como un cuento mientras se acumulan. La obra también sirve como la anécdota en primera persona que un actor le cuenta a quienes lo escuchan, en el hecho vivo e irrepetible que es el teatro. Como si buscara salirse de sí mismo para encontrarse con otras miradas en una nueva interpretación de la mitología griega para resaltar, en tiempos tan convulsos como el actual, la figura del artista, mientras convierte la vida de los demás en algo trascendental y admirado.
.