El escenario del Teatro Libre del Centro huele a pueblo caribeño. Desde el fondo de la trasescena se escuchan los sonidos de una noche seca y caliente y desde el techo se descuelgan decenas de prendas de vestir, como si estuvieran esperando que el ambiente las seque.
Dentro de una casa construida en madera está Ana, una mujer embarazada a la que evidentemente se le escapó el sueño. Espera impaciente hasta que entra en escena su marido, Dámaso Montero, aún con la adrenalina del crimen que acabó de cometer: robarse las bolas del billar del pueblo.
Así se empieza a desenvolver la historia de “En este pueblo no hay ladrones”, adaptación al teatro del cuento homónimo de Gabriel García Márquez. Bajo la dirección de Ricardo Camacho y Miguel Diago y con la adaptación de Adriana Marín y Juan Diego Arias, la pieza es protagonizada por Luisa Fernanda García y Jeyner Gómez.
Es una historia totalmente rural, en la que García Márquez no hace gala del género del realismo mágico que lo consolidó en el mundo de la literatura, sino que utiliza esa pluma del gran cronista que también fue.
“Yo no creo que mucha gente se dé cuenta, pero si uno escarba un poquito ahí está Dostoievski. Todo el tema de la culpa, de la conciencia y de la relación con la mujer tienen mucho que ver con Crimen y castigo. Esa es de las cosas geniales de García Márquez, que usa los elementos de la literatura universal para escribir una cosa del pueblo raso, raso”, comenta Camacho.
Ese contar lo general desde lo particular impregna también la puesta en escena, ya que a partir de los diálogos de Dámaso con su esposa se van contando las intimidades de un pueblo pequeño pero con detalles de corrupción y con esa latente preocupación de cuidar las apariencias.
“En esos pueblos, el billar es el centro de toda la actividad y la iglesia también, claro… El robo produce una enorme conmoción porque es la única diversión que hay”, asegura el director.
Es algo que también manifiesta el alcalde de la historia: “No hay nada más peligroso que un pueblo aburrido”.
Cuenta Camacho que los adaptadores y los actores hicieron un trabajo de campo en Magangué y Sincé, donde se supone que es el pueblo donde pasa la historia, para departir con los habitantes y absorber elementos del ambiente.
“No se trata de ilustrar el cuento, se trata es de crear una realidad teatral a partir del cuento… Estos actores son muy profesionales; la idea no es simplemente imitar a la gente costeña, ellos no lo son, sino que haya ese sabor, que el público inmediatamente sienta que está en el Caribe”, cuenta.
Uno de los detalles que más llama la atención de la puesta en escena es la proyección de una serie de videos que cuentan otros detalles de la historia, entre ellos la investigación del teniente y sus conversaciones con el alcalde. Así se pueden ver las interpretaciones de otros actores del Libre, como Héctor Bayona y Diego Barragán.
“Es como un homenaje a ese cine mexicano de los años 50 que era lo que se veía en esa época en Colombia… La idea también es quitarle un poco el realismo teatral y darle otra dimensión”, añade Camacho.
Esta es la segunda ocasión en la que Camacho dirige un texto de García Márquez, luego del monólogo Diatriba de amor contra un hombre sentado, que de hecho fue la única vez que el nobel colombiano escribió para teatro.
“Él había conocido el trabajo nuestro en el Teatro Libre, nos llamó a Laura García (actriz) y a mí y nos propuso que hiciéramos la obra; nosotros estábamos absolutamente encantados. La obra estuvo muchísimo tiempo en funcionamiento, fuimos a muchos festivales y la presentamos por todas partes, fue muy exitosa”, finaliza el director.
Las funciones son el 28, 29, 30 de septiembre y 1, 5, 6, 7 y 8 de octubre
Jueves, viernes y sábados en Teatro Libre de Bogotá.
Fuente: El Tiempo
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