DestacadosEl extranjero: El teatro es el mensaje

El extranjero: El teatro es el mensaje

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Pensar al teatro en tiempos de la pos-postmodernidad pareciera que es una tarea inabarcable. Hoy en día el teatro da para todo. Su reproducibilidad advierte que históricamente el teatro es capaz de soportar el carácter político del hombre e incluso sus variables económicas y todos los errores y aciertos que de ello poliniza. Pues, lo teatral puede darse bajo cualquier circunstancia.

La situación teatral permite la mutación arquitectónica del hecho en sí mismo, es decir, el teatro se construye y reconstruye sobre sus bases, de una forma constante e inalterable; y evoluciona en la medida que las sociedades lo hacen.

Bajo el panorama social, económico y político venezolano ¿tiene nuestro teatro respuestas? La angustia del presente debería promover la capacidad de pensar el futuro pero ¿una sociedad estancada, promueve un teatro estancado? Y de ser así ¿ese estancamiento qué nos está diciendo? Si pensamos en la realidad de medio oriente, en organizaciones terroristas como el DAESH, o en el ascenso a la presidencia de Trump en los EEUU, ¿realmente están evolucionando las sociedades?

Si pensamos en la banalización de nuestros propios conflictos internos, que a estas alturas rozan los niveles bélicos,

¿estamos evolucionando como sociedad?

Si el hombre es capaz de superar su historia, el teatro se convierte en un bucle alterno para comprenderla. Si volteamos al pasado y observamos lo que el teatro supuso para sociedades como la griega, italiana e inglesa, quizás se pueda entender que los temas que superan al hombre son los mismos, pero la dinámica es modificada en cómo el hombre abarca esos temas con relación a los tiempos que vive, y su inminente metamorfosis a través de las nuevas creaciones que el hombre va obrando en la evolución de lo social, en este caso lo tecnológico.

En un mundo digital cuesta pensar en la idea de un Teatro Digital [1], pero en un mundo en guerra también cuesta pensar en la idea del teatro mismo, y aún así el hombre se ha dado a la tarea de hacer que esto sea posible. La reconciliación de la humanidad consigo misma en el teatro se redimensiona, de la manera como el internet ha permitido la evolución del pensamiento. Esta asociación para el teatro, más que un modo de existencia, hace llegar un mensaje sobre la existencia misma, sobre la conciencia de la vida, el movimiento y la energía.

 

>>..en un mundo en guerra también

cuesta pensar en la idea del teatro mismo…<<

 

Estos dos términos: movimiento y energía, no son ajenos a casi nada en realidad, a lo sumo a la muerte, y estaríamos pecando de incrédulos. En el teatro la conciencia parte del espacio y del movimiento escénico que deriva nuestra energía sobre él, activando en sus artífices la posibilidad de obrar nuevas vidas en personajes u objetos, o todo aquello que se derive de la imaginación.

Así, el teatro se convierte es un espacio de extensión de quienes lo llevan a cabo, a la manera en que Marshall McLuhan lo proclamaba en su visionario libro: “Comprender los medios de comunicación”. Y es la imaginación, principio del motor teatral, un espacio virtual.

Una nube, de la que se engancha el motor creador para su representación. Un espacio virtual lleno de ideas, que permite una experiencia real sobre un mundo que no lo es, pero que intenta “serlo”, para entregar una expresión única de lo que llamamos realidad y sobre la que debería nacer cierta identificación de lo real, sobre lo falso.

Se habla de una viralización[2] de la vida a través de la redes sociales, y sobre éste término nace la necesidad de crear una distinción sobre nuestra vida “virtual” y nuestra vida “real”. La virtualización en el caso teatral parte del desdoblamiento, es decir, un actor asume un personaje fuera de sus fronteras personales, de la misma manera como un hombre asume una realidad: verdadera o no, en base a sus fronteras virtuales.

No es una locura entonces afirmar que, el Internet ha teatralizado nuestras vidas, y esta viralización parte desde el momento en que asumimos un escenario virtual, que puede ser llamado Facebook, Twitter o Instagram, y nos permitimos revelar una cuota de nuestra personalidad; sin el filtro que normalmente nos reprime frente al otro estando cara a cara, y mostrando, en algunos casos, desconsoladamente, nuestro peor lado “para la foto”.

De esta manera, la fragmentación consiente de nuestro ser; a pesar de su condición virtual, adquiere una revalorización en el mundo real y, se presenta un nuevo paradigma. Si en la realidad somos capaces de mentir, y en algunos casos cargar con la culpa de esa mentira, en la virtualidad somos capaces de hacerlo sin que esto presuponga un conflicto ético[3]. Y en un país donde lo ético no tiene peso real, el escenario está dado para que ese otro (el virtual), que se deriva del pensamiento sin consecuencias, cobre vida y ataque.

Nace entonces un problema de identidad que se agrava en la medida en que éste cerco tecnológico, no logra equilibrarse en el mundo práctico, así, el nuevo hombre que ve en el escenario virtual, razones poderosas para dejar volar la imaginación, convierte la imaginación en la única realidad posible, que la verdadera no le puede otorgar.

¿Y qué realidad puede ser conciliable con nuestras emociones cuando la situación social no propone salidas, si no, prisiones, literales y metafóricas?

Recomienda Hamlet a uno de los cómicos que representará el drama (su drama) de la muerte del padre, lo siguiente:  “(…) tu misma prudencia debe guiarte. La acción debe corresponder a la palabra y ésta a la acción, cuidando siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza.”[4]

La palabras del príncipe de Dinamarca, aquel que sabía que algo “olía a podrido”, deberían servir de guías a todos los idiotas que van vociferando en cada escenario virtual su pequeña cuota de imaginación, que aunque algunos estén empeñados en llamar “libertad” solo visibilizan la gran carencia afectiva e intelectual de nuestros ciudadanos.

La idiotez se ha inoculado con vehemencia sobre los dedos que advierten la torpeza que se despliega sobre los espacios táctiles, demostrando qué efectivamente, el artefacto ha resultado ser más inteligente que el usuario.

La teatralización, si bien promueve el desprendimiento de nuestros miedos al ridículo, también ayudan a recuperar la prudencia que solo el silencio frente a la barbarie debería asentar.

Se trata, sobretodo, de coherencia.

Mientras tanto, estos pequeños escenarios virtuales, repletos de monólogos en la Venezuela socialista del siglo XXI, (que aspira a la salvación del universo, no hay que olvidar), hace pensar en la necesidad de que allá arriba, alguien (a estas alturas, cualquiera) que esté observando el brote de estupidez, de una mano para dar freno al hedor.

Los temas, invariables por completo, aúpan el nacimiento de nuevos héroes para la memoria de un espacio desmemoriado, que anhela la creación de nuevos estandartes, mientras supuran, entre imágenes distorsionadas de la realidad, un falso “egoísmo responsable”. Lamentablemente las balas en este país son de verdad; y las bazucas.

El teatro construye héroes para la comprensión. En la ficción se delimita sobre algo “bueno” y algo “malo”. Los únicos héroes se encuentran frente a cada uno de aquellos que sean capaces de verse al espejo (y no ahogarse) o de tomarse la selfie, y verse el alma en los ojos y preguntar: ¿Soy bueno o soy malo? La respuesta no es sencilla, pues un héroe es ambas cosas a la vez, pero lo que el teatro descubre de esa contrariedad, es que depende de “el héroe” la identificación con su entorno, eso quiere decir, no se trata de ser “oposicionista” al todo, sobre todo, si del todo, no sabemos nada.

El teatro es el mensaje, y depende de cada actor que la obra cobre sentido, aún así, si los caídos se van amontonando alrededor, pues no se trata de seguir elevando pedestales, sino, de bajarlos. La convención teatral parte de un espacio horizontal, como la mirada hacía el mar.

Si somos los actores de nuestro espacio virtual, hay que superar el deseo de dar el mejor espectáculo, para no atropellar la simplicidad de la naturaleza, ¿quieren que el mundo sepa lo que nos está pasando? Voltear la cámara frente a la realidad, puede ser una solución.

Lo demás no tiene porqué ser silencio.

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[1] Sobretodo si tomamos en cuenta que una de las restricciones de lo teatral; si es que tal cosa existe, es que el teatro necesita respirarse in situ, opera a través del espacio público: salas, parques, espacios alternativos. Pero ¿no es acaso la virtualidad un espacio alterno para la evolución de un teatro que se deriva de lo tecnológico?

[2] Para profundizar sobre esta idea, recomiendo leer el libro: “Facebook es el mensaje” de Guadalupe López y Clara Ciuffoli, de donde parten muchas de las premisas expuestas en este artículo.

[3]La ausencia de espacio físico promueve esta nueva realidad, donde los códigos que normalmente nos movilizan en la sociabilización son dejados de lado, y podemos obrar a través de conductas que normalmente estaban mal vistas.

[4] Escena VIII. Acto III. Hamlet. William Shakespeare.

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