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Franz y Albert: Entre las quimeras de Kafka y las hipótesis de Einstein

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En los escombros sentimentales de aquellos que aman la literatura, siempre existe la ilusión de imaginar cómo sería el encuentro entre grandes admirados artistas o científicos. Lo hizo Woody Allen con la reunión entre intelectuales de la bohemia parisina de los años 20 en Midnight in Paris (2011); y más atrás Gonzálo Suárez en Remando al viento (1987), con la junta en Villa Diodati entre Lord Byron, Mary Shelley y Percy Bysshe Shelley para crear Frankenstein.

El mismo Mario Diament ya había probado la estrategia en Un informe sobre la banalidad del amor que plantea las salidas de Hannah Arendt y Martin Heidegger.

En este sentido, y con el arriesgo que significa afirmar lo no sabido de dos gigantes, basado en la probabilidad -pues este hecho no fue documentado-, el dramaturgo argentino hace una simbiosis perfecta entre las quimeras de Franz Kafka y las hipótesis de Albert Einstein, en Franz y Albert. 

La pieza se presenta por segunda vez en Caracas, gracias a la audacia histriónica de Luigi Sciamanna como Kafka, y Antonio Delli como Einstein.

Entre divagaciones de la existencia del ser, la relatividad del tiempo, y la contra natura de los sistemas judiciales se va desentrañando la parte más humana del científico alemán y el escritor praguense. Estos personajes invitan a pasar al salón de Berta Fanta, la esposa del farmacéutico, quien ya había pasado los encuentros organizados del Cafe Louvre a su casa.

Allí, quizás en 1911, cuando aún Einstein no publicaba su Teoría Especial de la Relatividad y Kafka acababa de tener un sueño en el que se convertía en insecto, ponen de manifiesto temas como la comprensión de la naturaleza humana, los cambios circunstanciales, los miedos cotidianos y las crisis existenciales, del hombre actual. Llega a ser tan casual la charla que fácilmente se puede pensar que ambos intelectuales hablaron de lo mismo en su tiempo.

Delli y Sciamanna logran dar una cátedra de actuación. Con total convicción hacen reflexionar al tiempo que conmueven, y generar risa y tensión con facilidad, en un montaje en el que el texto es la médula espinal de lo escénico. Hay honestidad y verdad en sus voces. Sobre esto, Diament afirmó una vez:

“Hemingway decía: ‘Me paso el día tratando de escribir una frase honesta’. En el teatro, la actuación más difícil es cuando el actor se queda solo, porque debe despojarse de todas las máscaras y disfraces, como lo hacemos nosotros al estar solos. El escritor debe hacerlo todo el tiempo”.

Escenografía e iluminación funcionan como un acompañamiento delicado pero no absorbente. El teatro toma su esencia más pura para develar la historia de estos dos seres, mediante una revelación, que termina siendo la historia de cualquiera de los espectadores en las butacas por su carácter filosófico y moral.

De Einstein, sobresale todo un cuestionamiento sobre la relatividad del tiempo, ergo de la posibilidad de que el destino este servido para movernos como fichas, y que estemos en presente y pasado sin darnos cuenta. En esto Kafka encuentra la respuesta para debatir a su jefe en la oficina, pues si es así, no tendría que llegar temprano a trabajar. De este modo, a ambos personajes los une la duda sobre la existencia, la necesidad de rebeldía contra el sistema, y el miedo a la culpa, frente a la cual no hay explicación y suele ser el final para muchos hombres. La razón por la que el ser es vulnerable y se deja influenciar por su entorno.

En Kafka se impone lo contrasistema y el abatimiento del artista obsesivo, que se revela recurrentemente en sus ganas de morir. Para él, el único acto de rebeldía contra el aparato judicial, político y social, es la muerte, pues en ella se disipa las intrincadas y perversas reglas de las autoridades, que provocan al sospechoso hasta hacer que confiese algo que no tiene idea de qué es.

Resulta curioso que de esta premisa se pueden exponer varios ejemplos de casos reales y actuales perpetrados por la justicia venezolana, que no son ajenos. Como la sentencia que el juez Salvador Mata García, dictó recientemente en contra de El Inca de Ignacio Castillo Cottin, sin que los demandantes hubiera visto la película, y nadie supiera qué escenas se deben censurar. Una coincidencia kafkiana.

La pieza además nos revela imágenes desde lo trágico existencialista como el momento en que el insecto-persona de Kafka se encarama sobre Einstein, cuando este relata la historia sobre la hija que tuvo con Mileva Maric, Lieserl. El autor da pistas sobre lo que pudo pasar con ella, y de la contenida culpa que desarrolló Einstein a partir de este hecho del que nadie habló. Según Diament, hay que intentar averiguar qué pasa dentro de uno porque eso es más difícil que averiguar lo que pasa afuera.

El tiempo de la pieza será relativo y corto, pero valioso. En el Centro Cultural BOD se podrá ver Franz y Albert, los viernes a las 7:00 pm, sábados y domingos a las 5:00 pm. La obra se encuentra entre las 10 mejores obras que se vieron en Caracas en 2016. 

 

El espanto es secundario, porque el castigo debe ser ejemplar.

Franz y Albert de Mario Diament

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