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La función social del artista: Hablan los ganadores del Premio Ettedgui I

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Conversación con cinco ganadores del premio Marco Antonio Ettedgui.

Interventor underground del teatro nacional”, así lo catalogó el periodista Ángel Mendoza, en su nota detallada sobre los hechos que describen la muerte bajo el escenario de aquel joven artista de 22 años llamado Marco Antonio Ettedgui. Artista multifacético, que tuvo acercamientos fugaces a las artes plásticas (curiosidad que seguro heredaría de su padre artista plástico, homónimo) y que se dedicó al teatro, la crítica y la performance. A sus tempranos 22 años tenía una columna impresa en el diario “El Universal”, y estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello.

En su nombre, y para conservar su memoria, la fundación rajatabla, creó el premio “Marco Antonio Ettedgui” (MAE), con el objetivo de galardonar y reconocer a las nuevas generaciones que aportan su talento para nutrir al teatro venezolano, como un estímulo en su búsqueda de nuevas alternativas creativas.

El 2 de septiembre de 1981, se marca el fatal destino de Ettedgui, herido por una barra de hierro que estaba en el cañón de un fusil de utilería. El 28 de febrero de 1990, casi 10 años después del incidente, el dramaturgo Elio Palencia, es galardonado con el primer MAE, entregado por la fundación Rajatabla, a las órdenes de su director general, el caraqueño-argentino, Carlos Giménez.

A treinta años de la creación del premio, y a cuarenta de la muerte de Ettedgui, el país pasa por una desoladora situación política, económica y social, que irreparablemente afecta la (siempre ambigua) “situación cultural”. Esto, por supuesto, ha generado angustias con relación al rol del artista, su importancia, y los espacios destinados para la búsqueda creativa, por más buenas intenciones de estímulo que un premio pueda inyectar.

Catherine Medina, en su artículo, denota alguna de las intenciones filosófico-artísticas de Ettedgui, asomando la posibilidad de que Marco Antonio, labrara un camino hacía un arte catalizador, un arte de profundo ojo agudo social, promotor de transformación. En palabras de Ettedgui, <<El artista informa, el artista educa, el artista conmueve>>. Y puede que, a través de esa regla de tres, para Ettedgui el artista pueda ejercer su función individual hacia un fin social.

No es un secreto la fuga de talento que en los últimos años la escena caraqueña (y nacional) ha tenido que resistir. Bajo el desolador panorama que transcurre, la fundación rajatabla sigue entregando el premio. En el pasado, veinticuatro han sido los artistas que lo han obtenido. De su lista resuenan nombres que hoy día forman parte de una palestra pública mucho más amplia. Tal es el caso de figuras como Héctor Manrique, Miguel Ferrari, Iván Tamayo, Antonio Delli, Basilio Álvarez y Elio Palencia.

Apenas tres mujeres se han hecho con el premio en estas tres décadas, las afortunadas han sido Natalia Martínez, Martha Estrada y Melissa Wolf.

Causa intriga el número tan bajo de mujeres que han sido sorprendidas con el MAE. Otros, más jóvenes y recientes, intentan abrirse camino en el mundo de las artes en territorios ajenos, tal es el caso de Gabriel Agüero y Oswaldo Maccio.

El pasado 20 de marzo de 2019, Kevin Jorges fue galardonado en la XXI edición del MAE, el decreto del jurado firma: “por sus amplias capacidades interpretativas”. Kevin de 30 años de edad, se convierte así, en un nuevo representante del “Ettedgui”.

¿En 30 años el galardón seguirá existiendo? ¿Muchos de esos artistas que ya no están con nosotros pero a los que se les inyectó un impulso, seguirán trabajando la maquinaria de nuevas alternativas creativas?

¿La que otrora fue una <<nueva generación>>, buscó y concretó nuevas alternativas creativas, en su labor como artista, en Venezuela o fuera de ella? ¿Ha sido el premio a lo largo de estas decenas un verdadero impulsor y promotor de las palabras de Ettedgui: informar, educar y sensibilizar? ¿Cuál es la visión de la situación política de estas personas desde el campo del arte?

Parte de estas preguntas funcionan como un universo temático sobre el que hemos conversado, con algunos de los ganadores del premio. Con la necesidad, un poco, de buscar hacer un retrato en retrospectiva. Muchos de ellos alejados de la vida pública nacional, por diversas circunstancias, otros se han entregado a la vida doméstica, algunos ya no están entre nosotros, como es el caso de Jorge Luis Morales y Germán Mendieta, y otros no contestaron al primer llamado que se hizo para la elaboración del artículo.

Agradezco la colaboración de Melissa Wolf, Elio Palencia, Karl Hoffman, Héctor Moreno y Martha Estrada, quienes desinteresadamente respondieron a mis preguntas de la manera más honesta y sensible posible; sin dejar de lado el pensamiento crítico y analítico necesario para ahondar en otros temas. En sus palabras casi se asoma la posibilidad de observar objetivamente a una generación de artistas hermaneada por un galardón, pero también por una profesión, que no deja de estar bajo la motivación de sueños, pasiones y obsesiones, muy personales.

¿En el momento que ganaste el premio, “Marco Antonio Ettedgui”, qué edad tenías y hacia donde proyectabas tu carrera?

MELISSA WOLF: Tenía 33 años y estaba a tres meses de subirme a un avión que me traería a España. Mi carrera estaba proyectada hacia la incertidumbre que representaba empezar de cero en otro país. Todo lo que había hecho hasta ese entonces me llenaba de entusiasmo y orgullo, no lo voy a negar, hoy miro hacia atrás y me parece increíble todo lo que hice dentro de las artes escénicas en casi una década.

ELIO PALENCIA: En 1990, tenía 26 años.  La palabra “carrera” nunca me ha gustado. Entiendo que es útil a la hora de miradas retrospectivas o panorámicas, pero tiende a despertarme ciertas neurosis (risas). Me remite a yincana, a maratón. Algo estructurado en fases, resultados y compensaciones claramente definidos que quizás más tiene que ver con un académico, un político o un deportista que con quienes nos enfrentamos al escenario, el lienzo o la página en blanco para lidiar con subjetividades, caos y accidentalidad. De modo que más que “proyectar mi carrera” en esos años, como ahora, estaba muy en el presente procurando atender a mis necesidades expresivas –entonces muy acuciantes– y supurando energías que pedían ser materializadas, cómo no, en el arte dramático.

Tras años en la actuación (desde el teatro liceísta y universitario hasta elencos de Rajatabla y la recién estrenada Compañía Nacional) decidí, con la convicción –tan pretenciosa como indispensable– de que tenía algo que decir sobre el escenario,  formarme y dar rienda a la escritura y la dirección. Con mi primer texto, acababa de ganar el premio de Dramaturgia Esther Bustamante del Nuevo Grupo (1988) y participado con una ambiciosa propuesta en el II Festival de directores para el Nuevo Teatro (1989). Convocaba a mis compañeros de generación,  jóvenes escritores, directores, actores, diseñadores, técnicos y productores (una cincuentena) para reflexionar, investigar, inventar y elaborar lo que luego fue un macro-espectáculo con cuatro opciones de recorrido vistos por distintos autores: City tour, en noche de estrellas.

Unas ocho horas de montaje por módulos de corta y mediana duración. Un rico proceso de un año, tras el que, entre otras cosas, rescatamos un espacio abandonado –los antiguos Apartamentos Modelo de Parque Central– y allí nos montamos con ‘llenos’ de martes a domingo durante varias semanas, logrando los premios de Mejor Propuesta y Mejor Producción. El espacio quedó para el teatro: funciona allí el laboratorio Ana Julia Rojas.

Estaba en eso, había escrito una pieza a partir de un taller con el Teatro Estable de Portuguesa, cuyo montaje fue estrenado ese año (Camino a Kabaskén), conducía el taller de teatro para adolescentes del Metro de Caracas y el CDNT había producido Detrás de la avenida con dos temporadas en Rajatabla y el Ateneo. Me encontraba muy motivado por indagar en el país y sus personajes, en el trabajo del actor y en los espacios no convencionales, desde una mirada generacional, con la voluntad de arriesgar tanto en contenidos como en formas.

Contaba con compañeros dispuestos a compartir esas aventuras y con el respeto y respaldo de veteranos de mucha valía e influencia. Por esos tiempos, en paralelo al teatro, comenzaba a escribir para televisión.

KARL HOFFMAN: Fue la tercera edición, tenía 27 años. Pues la verdad la quería concentrar solo como actor. Por muchos años lo hice así, porque no me daba abasto con tanto trabajo que había y que gracias a Dios era escogido. Luego la brújula me fue llevando hacia otros destinos. Actualmente sigo actuando pero ya escogiendo lo que quiero hacer. Educo, gerencio, produzco y soy empresario. Por lo tanto, trato de combinarme entre todo lo anterior y darle tiempo y calidad de vida a mi familia.

MARTHA ESTRADA: Había sido nominada en dos oportunidades anteriores, en 1998 y en el 2001, cuando recibí una mención especial. Tenía 34 años cuando me gané el premio “Marco Antonio Ettedgui” año 2002 y me lo otorgaron por una maravillosa obra “La edad de la Ciruela” donde hacía varios personajes.

HÉCTOR MORENO: Tenía 34 años. Mi carrera la estaba comenzando a  proyectar en España. Acababa de llegar y en ese momento todo era incertidumbre. De hecho, no pude recibir el premio por estar en Madrid, en mi lugar fue mi hermana y leyó un discurso que le mandé.

¿Mirando hacia atrás crees que el teatro fue un impulso o un motor para estar en el sitio profesional en el que te encuentras actualmente?

MW: Un impulso no, una herramienta sí. Aquí he tenido qué reinventarme mil veces y si lo tomas como un nuevo personaje o un nuevo montaje es más transitable.

EP: Desde luego. Ha sido mi hábitat desde muy joven. En general, el arte dramático diría yo, añadiendo así la ficción para televisión, radio y cine.

KH: El teatro siempre será el motor de aprendizaje de mi vida. Me ha enseñado a producir, a escribir, a dirigir, a actuar, a gerenciar, a conocer a profundidad todas sus aristas. Inclusive me enseñó a valorar, aunque parezca ilógico, el medio audiovisual de manera más profesional. El teatro me ha acercado más a la vida y me ha hecho entenderla de mejor manera. El teatro me ha llevado a lo que hoy puedo ser y tener. Lo bueno, lo mejorable, lo inexplorado, lo que aún falta por aprender.

ME: A los 16 años decidí que sería actriz y para eso me preparé. Estudié 4 años en la Escuela César Rengifo. Hice diversos talleres con maestros que visitaban nuestro país con el CELCIT. Con maestros que vivían en Venezuela, como Juan Carlos Gené, Verónica Oddo, entre otros. Mi trabajo es el que me ha llevado al sitio donde estoy profesionalmente, la disciplina, el amor por lo que hago, la entrega. No me veo haciendo otra cosa que no sea teatro. La actuación es mi vida. El teatro me ha hecho crecer y ser mejor actriz.

HM: Sin duda, el bagaje que me dio el teatro hecho en Venezuela, no sólo como actor, sino las experiencias como la organización de las múltiples ediciones del Festival Internacional de Teatro de Caracas, me ayudaron con una compañía que me abrió las puertas. Me ayudó a iniciar el camino invitándome a trabajar con ellos en Madrid. Ese fue el inicio de mis aventuras por tierras españolas. Y sigo adelante.

¿Alguna vez imaginaste que Venezuela llegaría a la situación política, económica y social en la que se encuentra?

MW: Estaba en la Universidad cuando todo comenzó, estudiaba Comunicación Social y debatíamos infinitamente en clases cuáles eran las intenciones y las posibles consecuencias del chavismo. A muchos ya nos parecía un panorama peligroso pero estoy segura de que ninguno pensó que podía llegar a este nivel de destrucción y descomposición. Es desolador.

EP: No. Tal vez porque uno de los grandes mitos del mundo contemporáneo  ha sido la idea del progreso, de que la única posibilidad es avanzar, evolucionar, dar por hecho el avance, el crecimiento lineal. No ha sido difícil creer en ello, aún y cuando si miramos hacia atrás y observamos “la letra pequeña”, nos damos cuenta de que la historia, la sociología o la antropología nos advierten y desmontan esa idea, a partir de la razón y la objetividad, conceptos muy extraños a un pueblo tan emocional, supersticioso y, por tanto, no pocas veces ingenuo y puerilmente mesiánico, como el nuestro.

KH: Jamás, porque nunca viví, ni me desarrollé en una Venezuela como la de hace 20 años. Siempre fue una Venezuela próspera. Vivíamos y éramos líderes en muchos aspectos. Todo se vino abajo o gran parte de ello.

ME: Nunca pensé que llegaríamos a vivir en estas condiciones. Primero que nada no tengo esos pensamientos fatalistas o negativos, pienso que nadie se lo esperaba. Somos y seguiremos siendo un país lleno de gente maravillosa dispuesta a crecer, a realizar sueños. Y es que en las adversidades también se crece.

HM: Intuí que algo se avecinaba con la llegada de Chávez pero nunca imaginé esta barbaridad. Sexto sentido, quizás.

¿Conociste a Marco Antonio Ettedgui?

MW: No.

EP: No, sólo por referencias.

KH: No. Yo aún no había incursionado en las artes.

ME: Nunca lo conocí lamentablemente. Yo tenía 14 años cuando él murió.

HM: No, no lo conocí, lamentablemente.

Composición fotográfica: Daniel Dannery

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