54 años dedicados totalmente al arte de la escena y a la docencia con una pasión que siempre se mantiene viva. Actor cien por ciento, Gonzalo Camacho, es uno de esos casos que nos reconcilian con el amor esencial que todos hemos sentido alguna vez por lo que nos gusta hacer.
Como bien lo dice el director Ugo Ulive en el programa que anuncia las Bodas de Oro de este histrión en las tablas: “Gonzalo vive y respira teatro desde siempre, desde aquel día cuando allá en Bolivia sintió la vocación, ese llamado que lo sacudió como un manotazo sobrehumano”.
“Mis eternos amores han sido el teatro y la docencia-reafirma Gonzalo con total seguridad. Los llevo sembrados en la sangre. En casa –yo nací en La Paz, Bolivia- todos éramos artistas pero no profesionales. Como buenos mantuanos, practicábamos el arte pero sólo como un hobbie. Yo rompí esa tradición escapándome cuando tenía 16 años. Me fui a Argentina con una compañía de zarzuela y cuando regresé, mi padre me amenazó con ponerme en un colegio militar sino terminaba bachillerato. Me gradué entonces en el colegio La Salle donde él era profesor de historia. Cuando le presenté el diploma le pedí que no se metiera con mi arte, con mi teatro y él se rió condescendiente”.
Gonzalo Camacho pertenece a esa generación de teatreros formados bajo la égida de la sólida escuela sureña, que vino a Venezuela entre los años 50 y 60 del siglo XX, aportando a nuestro teatro una expresión universal y moderna de alta calidad.
“Después de esta primera etapa, estudié en el Conservatorio Nacional de Teatro en Buenos Aires. Eran tres años de estudios pero como ya yo tenía mucha experiencia en la zarzuela me nivelaron al segundo año. Esta escuela era muy rígida, de mucha disciplina. Allí se nos decía que el teatro era místico y ético. Por eso yo jamás falto a un ensayo, nunca llego tarde y si no llego a una función, mis compañeros saben que tienen que buscarme a un hospital o a la morgue”.
-¿Stanislavskiano?
– Completamente. En el conservatorio, El Manual del Actor era nuestra Biblia. Claro, después con el tiempo uno va interpretando el Método y lo va adaptando de manera muy personal.
– ¿Cómo llegaste a Venezuela?
– En el 69, yo vine invitado a Venezuela al Segundo Congreso de antiguos alumnos de La Salle por 11 días y ya llevo 37 años acá. Me enamoré de este país y de Caracas. Yo venía de dos dictaduras muy duras- la dictadura de Bolivia y de Uruguay- y una de las cosas que me asombró era ver gente reunida en la calle a altas horas de la noche. Era casi la madrugada y el Gran Café estaba repleto. En el sur eso no podía ser porque había toque de queda. A las nueve de la noche la gente salía corriendo del cine a sus casas para evitar que le dieran, como mínimo, una paliza.
Llegué un día jueves y me enteré que aquí estaba la compañía de zarzuela deFaustino García. El sábado fui a visitarlo y cuando me vio me dijo: “Chato– así me llamaban por mi estatura- me caes como anillo al dedo, estoy flaco en tenores”. Y no me preguntes cómo ni por qué pero a la media hora estaba en el coro de Los Gavilanes cantando. Es decir que llegué aquí directo a trabajar. Ese fue un zarpazo artístico que me dio el destino para que me quedara.
– ¿Y después?
– Trabajé en el colegio La Salle en el Departamento de Dramática, fundé el Teatro Experimental La Salle, una agrupación que hasta hora sigue. Hice otra revalidación en la academia de Carmen Antillano y me asocié con Paul Antillano. También trabajé en un Circo Rosere haciendo de payaso alambrista- tocaba el clarinete en la cuerda floja-. Llegó un momento en que Paul ya estaba cansado y me dio la escuela. Yo le cambié el nombre: “Escuela Funcional de Teatro Gonzalo J Camacho”, la cual funcionó hasta el año1988.
– ¿Por qué la cerraste?
-Yo nunca he recibido subvención alguna. Y en muchas oportunidades, tuve que trabajar aparte para pagarle a los profesores. Llegó un momento que no fue rentable.
– Cuéntanos de tu vocación pedagógica.
– Eso también tiene su historia. Cuando estaba estudiando en Argentina me tocó hacer un trabajo sobre “Edipo Rey” de Sófocles. A pesar de que me había documentado y que había visto la representación de la obra por la Compañía del Pireo de Grecia y la película, obtuve una nota muy baja. Ovaldo Martinez, mi gran mentor, me dijo que para hacer un buen estudio sobre Edipo Rey había que leerse las siete obras de Sófocles y me dio seis meses más para volver hacer el trabajo. Entonces yo, que siempre he sido un estudioso de esos “fiebrudos”, me enamoré del Teatro Griego. Desde allí decidí ser docente en Historia del Teatro. Otro aspecto que me fascina es la voz y en los últimos 16 años me he dedicado fundamentalmente a darle consistencia al Taller de Adestramiento y Manejo de la Voz y Cuerpo, con mucho éxito.
-¿Cómo es ese taller?
-El taller está dirigido a todas aquellas personas que utilicen el instrumento de la voz. En él se desarrolla el lenguaje corporal y el lenguaje oral, así mismo el sentido melódico y rítmico. El alumno tiene que ser afinado, no quiero decir que tenga una voz bella o virtuosa pero si tiene que solfear, vocalizar y adiestrar el oído.
El canto es muy importante. Debemos cantar mucho pero con sentimiento. Las canciones son el complejo vitamínico de la voz hablada. Cuando cantas comienzas a adquirir matices sin darte cuenta.
En esto hay pocas leyes pero son infalibles. Una de ellas es “a cuerpo duro, voz dura”. La rigidez corporal produce inconscientemente rigidez en la voz. El gran problema es el divorcio entre estas dos instancias. La voz debe estar absolutamente engranada con el cuerpo. Hay muchos actores que dicen el texto de la laringe para arriba y esto se nota.
Este trabajo es fascinante -acota con entusiasmo-.Te encuentras con tantas voces como alumnos tienes y a cada uno le debes corregir el problema de forma individual. Muchos casos te ponen a investigar e incluso, tienes que buscar asesoría.
-¿Tus alumnos son principalmente actores?
– Es increíble pero hay pocos actores que hacen mi taller. Lo toman más abogados con motivo de los juicios orales, profesores, médicos, estudiantes de derecho y de comunicación social. Lamentablemente sólo un 10% de mis alumnos son del medio.
– ¿Cómo ves a la nueva generación teatral?
– Debe trabajar más. Yo veo teatro siempre, a menos que esté en temporada y lo que noto es que ahora es el momento de la actriz. Hay más talento femenino que masculino. También están surgiendo nuevos directores jóvenes muy interesantes que te piden que propongas y no desean imponer una puesta.
– ¿Has hecho televisión o cine?
– Mi intervención en la televisión y en el cine ha sido efímera. En una oportunidad, cuando estaba haciendo la novela “La Encantada”, Daniel Farías me preguntó porque no había incursionado en la televisión si yo llegué a Venezuela en una época donde este medio necesitaba montones de actores. Le dije que yo no vine aquí a hacer televisión. Mi sueño siempre fue trabajar en teatro y tener un local para formar generaciones y eso es lo que he hecho. Hice televisión y cine para comprobar si manejaba la naturalidad de estos medios y me cercioré de eso, pero lo mío es el teatro, el teatro y el teatro.
– ¿Vives de eso?
– No, para nada. El teatro vive de mí (jajajá). Mi papá me decía que del arte no iba a vivir, que el teatro no daba para comer completo y tenía razón.
Yo soy esencialmente un productor independiente. Hago aproximadamente una producción cada dos años y generalmente salgo con las tablas en la cabeza; en el mejor caso, llego a cubrir los gastos de la producción pero nunca he tenido ganancia económica. Lo que siempre hago es que junto mis realitos en el banco hasta que llego a tener para otra producción. Mientras tanto, vivo de mis clases.
– ¿Planes de retiro?
– Por supuesto que no. Mis cuarteles de invierno son los escenarios de Venezuela y la docencia. De aquí “pa’ lante hasta que el cuerpo y la mente se achante”.
-¿Nuevos planes?
– Siempre. Ahora, por ejemplo estoy empeñado en hacer una trilogía de audiovisuales animados. Ya empecé con Don Miguel, Don Quijote y Sancho Panza. Tuve una temporada en el Rajatabla muy buena, viajé a varios lugares del interior. Ahora voy al Festival Internacional de Monólogos. Ya estoy preparando el segundo audiovisual sobre Fausto de Goethe que lo voy hacer más cinematográfico y voy a finalizar la trilogía con La divina comedia de Dante Alighieri. Es un trabajo arduo porque primero hago las adaptaciones y después todo esto lo llevo a la expresión corporal y oral.
-¿Aparte de actor y docente, te hubiese gustado hacer otra cosa?
-No. A esa famosa disyuntiva que pregunta que si no hubieras sido actor que te hubiese gustado ser, yo inmediatamente contesto: actor. Nunca he dudado de mi vocación.
Ocasionalmente he dirigido pero ese no es mi campo. Yo soy obrero del teatro y prefiero que me dirijan. En algunos casos me auto dirijo pero siempre busco después quien me mire de afuera.
Empecé a los doce años, hasta el sol de hoy. Me inicié en el teatro el 19 de marzo de 1952 día de San José, en una pieza de teatro que se llamaba Siempre listo. Son 55 años de carrera y más de 55 montajes. No sé hacer otra cosa. Y pienso seguir así.
Ese es Gonzalo J. Camacho.Un artista diligente, laborioso, pleno de vida que siguió siempre el llamado de su intuición, un histrión a quien debemos respeto y gratitud por todo lo que nos ha dado con su talento y conocimiento. Muy acertada es la descripción que el crítico e investigador teatral Carlos Herrera hace sobre este actor y maestro:
“Gonzalo J Camacho es prueba fehaciente de que tras su largo periplo creador, existe, sin duda alguna, una sólida y asimilada formación, una acabada técnica, un plausible espectro de logros, una feroz tenacidad como artista y, más que nada, un inmenso amor por el arte de la escena”.
Entrevista extraída de VayaAlTeatro / Por Verónica Cortez