La bailarina y coreógrafa Yvonne Pahlen quería contar esta historia. Necesitaba contarla. “¿Cómo vivimos en los años de dictadura , cómo volvimos siempre a la vida, a nuestras vidas, al país amado, a los amores, al amor?” fueron las preguntas rectoras de su búsqueda, aquella que se esboza en Como se vuelve siempre al amor, un espectáculo de danza que presentará hoy en una única función en el Teatro Victoria de Uruguay, tras una gira por el interior del país en 2015.
“La idea surgió de una necesidad mía como exiliada política, habiendo vivido ese proceso duro en mi juventud. Me exilié doblemente porque fui a parar a Chile, de donde me tuve que ir por el golpe de Estado. Después de muchos años de volver, después de mucho tiempo de tener eso dentro, empecé a investigar qué se había hecho en el país sobre esto, artísticamente hablando, y me empecé a apoyar en la literatura”, comentó Pahlen.
El momento de emprender ese discurso lo dictaminó el tiempo mismo.
“Para las personas que vivimos situaciones así de traumáticas el tiempo es muy importante. Hay gente que recién ahora cuenta cosas que le pasaron en la dictadura. Lo mío no fue tan dramático porque no sufrí heridas en el cuerpo ni en la psiquis por haber sido torturada, pero sí viví momentos de mucha tensión y de peligro de muerte. Y se demora un tiempo para contar este tipo de cosas”, señaló.
Los libros Oblivion, de Edda Fabbri, y El furgón de los locos, de Carlos Liscano, fueron parte de la respuesta que buscaba Pahlen (a la que se sumó Cuando el emperador era Dios, de Julie Otsuka), que le permitieron contar desde “los puntos más luminosos de una peripecia humana de carácter local y universal”, como explica la descripción del espectáculo.
“Partir de los recursos que da el amor para poner en evidencia los horrores que sucedieron”, precisó la artista.
Las lecturas, además, fueron complementadas con experiencias personales de Pahlen y de las bailarinas, así como con entrevistas que la coreógrafa consideró necesarias, realizadas a protagonistas del exilio y la cárcel, hijos nacidos en cautiverio o en otros países y familiares de desaparecidos.
“Para mí era básico porque era nutrición para las bailarinas, nutrición desde la palabra, desde preguntar por las sensaciones”, explicó Pahlen, un enfoque distinto.
“No es un ‘qué pasó’ sino ‘qué nos pasó’ en el cuerpo. Los olores, lo que escuchamos”, agregó.
Junto a un grupo de bailarinas con las que comparte métodos de trabajo y formación, Pahlen tradujo textos y diálogos en movimiento.
“Trabajamos en calentamientos con armonización y danza, que es algo que hago regularmente, el trabajo sobre uno mismo”, comentó.
Como parte del equipo del Espacio de Desarrollo Armónico dirigido por la coreógrafa Graciela Figueroa, el movimiento fluido, que unifique lo corporal y lo emocional, es una de las claves.
“Hay pasos de danza, clásica o contemporánea, pero seguramente las personas que conocen el trabajo del Espacio verán algunos guiños”.
Pese a que la estructura del espectáculo es definida como “una serie de imágenes que se suceden”, el hilo conector se halla en la escenografía misma: cuatro toneles azules de plástico que se van trasladando, reutilizados de diferentes formas por las bailarinas y Pahlen misma, también en el escenario.
“Están todo el tiempo navegando la escena, de un lado para el otro, adentro, afuera, encima. Lo golpeamos, nos metemos adentro”, comentó Pahlen. “Estos tachos se usan para todo, para juntar leña, agua. Pero para mí también significan otra cosa, porque la palabra ‘tacho’ se usaba para hablar del submarino en la cárcel, una técnica de tortura”.
Entre el horror, hallar ese amor que invoca Pahlen fue el mayor desafío, “no hablar desde lo panfletario, desde el grito. No lo tiro abajo como recurso artístico, pero no es lo que yo quería. Yo quería ver las cosas desde alguna poesía, poniéndolas en el justo lugar del sufrimiento, pero dándole una vuelta más”.
Fuente: El Observador