“Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”. Virginia Woolf
A veces las personas no son conscientes de la relación entre alimentación y las emociones. La importancia y la repercusión que causa a lo largo de la vida, por ello hay que definir que es la nutrición. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como: “la ingesta de alimentos en relación con las necesidades dietéticas del organismo”. Asimismo explica que: “una buena nutrición (una dieta suficiente y equilibrada combinada con el ejercicio físico regular) es un elemento fundamental de la buena salud. Una mala nutrición puede reducir la inmunidad, aumentar la vulnerabilidad a las enfermedades, alterar el desarrollo físico y mental, y reducir la productividad”.
Es a partir de esta explicación que entra la Psiconutrición o Psicología de la Nutrición quien estudia “la alimentación emocional”. Es decir son las conductas alimenticias influenciadas por las emociones y estados de ánimos de las personas. Además de su contexto social, relaciones interpersonales y motivaciones.
“Cuando usamos la dieta para calmar nuestro estado emocional, a esto se le llama alimentación emocional”. – Jonathan García-Allen, Psicólogo y Director de comunicación de Psicología y mente.
Toda esta introducción es necesaria para presentar el libro más reciente de la escritora venezolana Jacqueline Goldberg, Ochenta días en Iowa: cuaderno de inapetencias, publicado por la editorial Eclepsidra. El libro fue presentado en Caracas, en la librería El Buscón mediante una conversación titulada “Paisorexia, narrativa de un gran daño”, con la participación de la nutricionista Susana Rafalli, la antropóloga Ocarina Castillo y el historiador y escritor Karl Krispin.
Esta publicación de índole testimonial lleva al lector a descubrir cómo fue su estancia en el International Writing Program de la Universidad de Iowa en 2018, en el contexto de una Venezuela desabastecida de alimentos, desnutrición y migración. Donde internaliza y plasma su experiencia con los paisajes de la ciudad, encuentro con escritores de otros países, pero sobre todo con la comida durante sus 10 semanas de residencia.
La autora cuenta que vivió una profunda y repentina inapetencia de la cual no estuvo consciente hasta el final del viaje. Una condición que afectó sus emociones y por ende su estadía en la ciudad.
Inapetencia definido por el diccionario médico: como un trastorno que consiste en la falta de apetito; puede ser continuo o momentáneo. Puede tener varias causas, algunas patológicas, y acarrear consecuencias graves. A menudo produce una pérdida de peso repentina que puede producir un debilitamiento tanto físico como psicológico.
según datos de la Oficina para la Alimentación de Naciones Unidas (FAO) en 2018 había en Venezuela 3,7 millones de personas subalimentadas.
Además manifiesta que la inapetencia no era por ansiedad o saciedad, sino que albergaba el sentimiento de culpa por verse rodeada de alimentos, mientras que en Venezuela se vivía un grave crisis alimentaria. Crisis que ocasionó una profunda carencia de bienes básicos y por lo tanto un gran porcentaje de desnutrición. Un trauma el cual Jacqueline Goldberg definió con la palabra: paisorexia.
“Paisorexia es síndrome. Digamos que persistente inapetencia con consecuencias fisiológicas o no, producto del contacto cognitivo con la noción de país y su crisis socioalimentaria. Un daño o maltrato infringido por el Estado a la psiquis de los venezolanos que a diario nos topamos con el hambre propia o ajena, ya como inherente a la realidad, sea que vivamos en territorio nacional o como turistas en tierras lejanas”, explica en un fragmento del libro.
Según el informe trimestral de Cáritas, en 2018 el 15,5% de los niños evaluados presentaban síntomas de emaciación y un 20% adicional de niños en riesgo de desnutrición en Venezuela.
Conversamos con Jacqueline Goldberg y lo que plasmó en Ochenta días en Iowa: cuaderno de inapetencias.
– Este libro simboliza una experiencia consciente de la alimentación ¿Cuándo estabas en Iowa tuviste conciencia de ello?
No, durante todo ese tiempo que yo estuve en Iowa no estaba consciente de cómo estaba teniendo mi comportamiento alimentario. Fue al final del viaje cuando yo caí en cuenta que habían una cantidad de cosas que yo quería comer, que me provocaban, que venía soñando con comer y no lo había hecho. De hecho hay una crónica en Prodavinci donde escribo de esto titulada: Tres textos de Ochenta días en Iowa.
Fue de vuelta a Venezuela cuando entendí todo lo que no había hecho en Iowa, todo lo que no comí. Entonces fue aquí en Venezuela que lo hice consciente a través de la reflexión. Posteriormente con investigación y cuando empecé hacer el diplomado de Alimentación y Cultura en la UCV en enero de 2020, comencé a escribir.
– Sé que escribiste el libro durante los comienzos de la pandemia ¿En Iowa llegaste a escribir ?
Si, en el libro hay algunos fragmentos del diario, que yo fui publicando en las redes sociales, algún poema sobre la alimentación. En sí yo no escribí nada, ni publique durante esos casi tres meses que estuve Iowa, fue al regreso, sin embargo al libro pasaron los diarios de algunos fragmentos.
– Sin duda lo que comemos no sólo afecta a cómo nos sentimos, sino que también afecta nuestra manera de comer. En tú caso el detonador fue el contexto que estaba atravesando Venezuela con la escasez y el quiebre de la psique por la privación de alimentos. ¿Somatizaste a todo un país?
Nuestra alimentación es una identidad, no solo habla del país en que vivimos, del momento en que vivimos, sino de nuestra historia personal también. Cómo nos alimentamos o no nos alimentamos en el hogar. Lo que vivieron nuestros padres, en mi caso ocurrieron las dos cosas. Ese comportamiento en Iowa no fui consiente, tiene que ver con el permanente contacto que yo tenía con Venezuela, con mi mamá en Maracaibo que se le iba la luz, con mi casa en Caracas.
Yo llegue a Iowa el mismo día de la reconversión monetaria, días antes se había disparado la inflación. Yo no entendía nada, era inevitable ver noticias para saber que estaba pasando. Entonces eso tenía que ver con mi comportamiento, yo no era una turista normal, yo no venía de un país sencillo, con una cotidianidad más oportuna, venía de un lugar en el que me sentía casi en guerra.
Me alimente, estuve saludable todo ese tiempo, estuve pendiente de que mi salud estuviera cuidada. Estaba sola, en otro país y para todo lo que tenía que hacer, me tenía que sentir bien.
Eso es cargar con los miedos y con el país entero
– Lo que se ha vivido y lo que está viviendo en Venezuela es una destitución y un daño garrafal con respecto a la alimentación, Susana Raffalli dijo en la presentación que de este daño no hay regreso ¿ Piensas que de esto no hay retorno posible?
Estoy de acuerdo con Susana Raffalli, esta es una experiencia totalmente abrumadora, que nos está marcando. De hecho ese comportamiento en Iowa tuvo que ver con lo que ya me estaba marcando el país y no precisamente ese año. Ya veníamos con carencias desde el 2012, es que se nos olvida. Ese año ya había anaqueles vacíos, con una situación grave.
Entonces es imposible que esto no nos este marcando, tengo temores aún peores, porque no solo nos está marcando a nosotros, sino a las generaciones futuras, desde el punto de vista físico y psíquico. La desnutrición como siempre lo ha recalcado Susana Raffalli es fundamental en los 1000 primeros días de un niño para su desarrollo físico y psíquico.
Se está estudiando desde la epigenética como los traumas pasan de generación en generación, a través de comportamientos del ADN. Es decir no es solo por lo que estamos transmitiendo en comportamiento, sino de manera inconsciente, incluso eso está en nuestra sangre y eso va yendo hacia otras generaciones. No es solo los que nos quedamos en Venezuela, esto va más allá. Espero en algún momento corroborarlo que es también aplicable a las personas que están emigrando del país.
– Este es un libro importante en cuanto a la reconstrucción de la memoria histórica de Venezuela ¿Lo viste así desde el principio?
Yo nunca escribo creyendo que mi libro va a fundar pensamiento, huella, escuela. Uno escribe porque lo necesita, porque es mi testimonio al igual que lo hago en la poesía o en mis libros de testimonios. Como en el Cuarto de los temblores, que es sobre mi cuerpo, mis temblores. En este caso es lo que me pasó en ese viaje.
Si el libro va a trascender eso lo dirá el tiempo y otras personas, no seré yo.
Lo que sí creo que es muy importante es que todos dejemos testimonios de lo que nos está ocurriendo en el país. Es que se nos olvidan las cosas, yo misma escribiendo en 2020 me recodaba llorando frente a los estantes, viendo que era lo que podía o no traerme a Venezuela en mis maletas. Actualmente uno entra a los mercados y ve esos anaqueles llenos y eso hace un efecto de tranquilidad que hace que se olvide que venimos de pasar tiempos difíciles. Así que creo que todos los que escribimos tenemos esa responsabilidad, de dejar testimonio de lo que hemos vivido, para que a futuro los culpables de todo esto, paguen y para que no se repita.
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