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Jauría, demasiado real e inexplicable: Una visión femenina

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En el El espacio vacío, Peter Brook habla de la responsabilidad del público en el encuentro teatral contemporáneo. En su butaca y desde la distancia, el que observa cumple una función activa en la interpretación de una obra. Llevas al teatro tus ideas, prejuicios e inquietudes, así que, al final, tú también actúas para darle sentido a la pieza.

Puede pasar que disfrutes mucho un espectáculo que no interpela y se deja ver sin mayor inquietud, tampoco apetece reflexionar después de verlo. No tiene nada de malo, pero en ese caso sólo has consumido buen entretenimiento.

Es decir, entretener va de jugar con ideas ya establecidas, con cosas fáciles de comprender y colocar. Cuando quieres entretenerte, consumes lo que ya das por sentado, te diviertes con ello o refuerzas ideas que ya tienes en tu cabeza. Un teatro de tipo cultural se pretende diferente.

Exageraré para ser ilustrativa: piensa en el creyente fiel que asiste a su misa y se conforta, o en el militante acrítico que aplaude con placer al incuestionable líder de su partido, qué decir de los aficionados a comedias repletas de lugares comunes.

Entretener en el teatro es legítimo, me dirán. Lo es, claro que sí y hay teatro para todos. Pero también es posible un teatro que active tus ganas de dar sentido y de comprender algo recién revelado, algo que no puede verse desde el lugar común.

La argumentación anterior hace referencia a Jauría, una pieza de “ficción documental” que lleva a cabo el Pavón Teatro Kamikaze, de Madrid, sobre el polémico caso de agresión sexual cometido por los integrantes de “La manada” contra una chica de 18 años, el 7 de Julio del 2016 en Pamplona. Se trata de una selección literal de las declaraciones realizadas por la denunciante y los acusados ante magistrados y jueces en el 2017. La organización de estos fragmentos estuvo a cargo de Jordi Casanovas y la dirección de la obra en manos de Miguel Del Arco.

Requiere coraje elegir temas cercanos al escándalo: mantienen vivo al teatro como caja de resonancia y pronunciamiento político

El Kamikaze nos tiene acostumbrados a proyectos de encuentro entre lo culto y lo popular, la crítica refinada de asuntos públicos y  la exposición de sus consecuencias más cotidianas. A estos empeños en señalar lo relevante debe su buena reputación ante el público de sensibilidad más desconfiada y con mayor capacidad de indignación. La política va más allá de mero partidismo cuando la cultura protesta y llama a la reflexión, así exige que se mejore el nivel de las discusiones públicas y genera opiniones en gente despierta y bien informada.

Necesitamos mirar las cosas con distanciamiento crítico, apartarnos del morbo fascinante que produce mirar la violencia tan de cerca

Sin embargo, no fue este el caso. Con Jauría me ha pasado algo curioso: no pude apartar la mirada de un espectáculo bien dirigido e interpretado por sus actores, pero no porque me exigiera la reflexión o las ganas de comprender de las que he hablado, sino porque despertó en mí un morbo terrible, ese de mirar la violencia tan de cerquita. Que además, tiene el sello protagónico de María Hervás, ganadora del premio Mejor actriz protagonista de Teatro en XXVII Premios Unión de Actores por Iphigenia en Vallecas. Su compromiso y honesta interpretación en el escenario fue correspondida por el gran trabajo de los actores Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Raúl Prieto y Martiño Rivas.

Sin restar el mérito de interpretar y dirigir espectáculos de gran calidad, eché en falta elementos que ayuden a comprender cómo fue posible que todo esto sucediera. Asistí con ánimos para reflexionar, pero sólo pude constatar eventos infames de los que ya tenía noticia. Esperaba que el teatro nos alejara de la violencia brutal que habitualmente ofrece la televisión en la difusión de casos tan mediáticos.

Condenar es fácil y comprender complicado. Para que no se repita hay que ver el trasfondo y aclarar aquello invisible tras la violencia

Abordar el caso de “La manada” desde el teatro era un llamado a la reflexión y la denuncia, así se ha promocionado. Entonces, no fui para entretenerme, tampoco para consumir ideas preestablecidas. Más bien esperaba la distancia que permite el teatro y el tiempo transcurrido para hacer a un lado la tentación de condenar rápido y desde la ira.

Me encontré con lo que parece una invitación a la rabia inicial ante un caso tan atroz, eso que tanto nos vendieron en televisión. Aquí no hay alternativa para el espectador, está claro de antemano de qué manera debe despreciar y qué forma adopta lo que rechaza. No hay conclusiones en las que puedas participar, tienes que venir con esas conclusiones ya hechas.

Hay lecturas de los hechos que llevan a la trampa de identificar directamente a los victimarios como diabólicos agentes del mal. Así se condena rápido y fácil, pero sin comprender a profundidad lo que censuramos. Para que no se repita, hay que mirar lo no expuesto. De lo contrario, la realidad violenta seguirá pareciendo demasiado real, porque rompe nuestra normalidad,  pero seguirá siendo inexplicable.

En la obra se echan en falta los contornos, porque ampliar el campo visual permitiría percibir el trasfondo que genera episodios de violencia

Desde el arte, sería interesante exigir más a la denuncia feminista que es una manera de simpatizar con sus causas, para ejercer un diálogo fértil. El pronunciamiento desde la ira sataniza al que difiere o en alguna medida piensa distinto, corta posibilidades de diálogo, condenamos una violencia que no podemos explicarnos. Todo poder que surge de lo inexplicable se torna violento.

Estoy convencida de que necesitamos comprender a profundidad esto que estamos rechazando, no sólo sus efectos más visibles: la violencia que, al parecer, nos hemos empeñado en restregarnos en la cara. Déjame ver los contornos, porque necesito comprender, entender qué hay detrás de los eventos ruidosos y terribles. Para mí el ruido y lo terrible a solas son inexplicables, dan mucha rabia y desde que te empeñas en que me lo trague siento más miedo.

Este análisis no es la satanización desde la ira de aquello que no comprendo, porque esa es la salida fácil. Precisamente para que no se repita, hay que comenzar a mirar matices y a comprender cómo es posible algo como esto.  Espero no escandalizar a ninguna cuando digo que el feminismo debería intercambiar el lenguaje bélico, tan de luchas, por uno más argumentativo.

Si se trata de emanciparnos como mujeres, deberíamos evitar llamarnos a participar en legiones homogéneas. No me tuteles, yo puedo sacar mis propias conclusiones, no me llames al consenso pasivo de un batallón de guerreras, más bien acostúmbrate a escuchar críticas, porque no siempre son intenciones patriarcales solapadas, son mujeres que como yo, quieren hablar, pensar y comprender por su cuenta.

La obra Jauría estará hasta el 21 de abril de 2019. El sábado 20 a las 12:00 se realizará la última mesa redonda entorno a la pieza: Jauría y nuevas masculinidades.

Seis mujeres reivindican la lucha feminista en el teatro actual

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