Por Luis Alberto Rosas.- Ver la lectura escénica de la pieza Emilia original del dramaturgo argentino Claudio Tolcachir, realizada en Caracas por el colectivo teatral Deux Ex Machina, bajo la conducción de Rossanna Hernández, es salir de la sala con la impresión en el estómago de que has recibido un golpe certero que te deja sin aire.
Cinco personajes se encargan de contarnos la historia de una nana que después de muchos años reaparece en la vida del niño (hoy convertido en hombre) que crió y a quien amó obsesivamente. Para develar historias del pasado que hacen comprender los resortes que generan la acción dramática y el por qué los personajes parecen ocultar algo que no descubrimos realmente qué es, hasta finalizar la historia.
Tolcachir, actor, dramaturgo y director de la afamada agrupación argentina Timbre 4 vuelve a experimentar sobre una de sus temáticas favoritas: la familia, tema que en varias de sus piezas es eje central y motivador de la trama.
Familias disfuncionales, que se aman, y para hacer efectivo ese amor se intentan proteger, pero se destruyen sin poder evitarlo. Drama psicológico de las relaciones familiares que el teatro latinoamericano, y más el sureño, ha adoptado del teatro estadounidense y hecho suyo.
Los personajes se configuran en unos caracteres que aparentemente juegan a la normalidad, pero con detonantes mínimos estallan y afloran sus verdaderos rostros.
Un pequeño núcleo familiar Padre-Walter (Elvis Chaveinte), Madre-Carolina (Carolina Torres), Niño- Leo (Martín Moreno), recién se instalan en una nueva casa y en medio del caos de la mudanza se encuentran accidentalmente con Emilia (Diana Volpe).
Las circunstancias en las que se haya la mujer, van forzando la situación para que ella se quede en casa y entre a desencadenar los hilos de la trama: la infeliz y traumática infancia de Walter, llena de represión y bulling por su tartamudez; la relación de Emilia con su hijo biológico: “no me quiere” -aclara en el transcurso de la obra-; y la relación de Carolina con el verdadero padre de Leo, Gabriel (Jorge Melo) quien aparece para terminar de destruir la aparente paz y el orden familiar.
El amor imposible, las relaciones filiales, el fracaso, la imposibilidad de una vida “normal” y la gerontofilia, son algunos de los temas que deja asomar el autor en el desarrollo de la trama.
La puesta apunta hacia una representación naturalista de las situaciones dentro de un montaje no realista, en un espacio cuadrangular (la casa), delimitada sólo por la cantidad de objetos apilados que lo sugieren.
En tanto, la acción de los personajes gira en torno a la excusa de una mudanza. Todo se encuentra embalado y dispuesto en cajas o montones de cosas sin orden.
La dirección se apoya básicamente en cuidar y bordar sutilmente cada uno de los personajes. Por eso el énfasis en la dirección actoral es lo que llega a conmover con histriones transfigurados en estos aparentes sencillos personajes, cotidianos, que se transforman en enfermos que expulsan sus carencias y miedos cuando llegan al límite de sus fuerzas.
Pocas veces se logra amalgamar una planta de actores tan pareja y en un nivel de excelencia en el que todos van de la mano con la dirección y la dramaturgia para ofrecer un espectáculo total de calidad y exportación.
Diana Volpe hila fino a esa mujer desvalida que provoca cuidar y proteger pero que detona sólo con su presencia los acontecimientos de la obra. Elvis Chaveinte, elabora un complejo carácter de hombre-infante tocado por un pasado difícil de carencia de afecto que intenta mitigar con una familia aferrada a lo que él decida y como él pueda controlar. Martín Moreno dibuja un personaje plagado de matices que deja ver cómo un niño en transición a la adolescencia se ve afectado por las relaciones de su entorno. Carolina Torres, ofrece un hermoso personaje resguardado en el silencio y el pensamiento, que se protege con su aislamiento pero es un volcán en ebullición constante que clama por ayuda. Finalmente Jorge Melo aborda a un hombre que viene del pasado en busca de su verdadero amor, y de su familia “robada”. Pero, como todos, fracasa en su intento.
En síntesis, Emilia es un espectáculo redondo que da muestra una vez más de la búsqueda de esta agrupación por ofrecer un lenguaje sencillo con piezas contundentes que hacen reflexionar a la audiencia acerca de las sombras del ser humano.
Con una cuidada y limpia producción, nos acercan a un mundo terrible. Acompañado por una correcta escenografía (Chaveinte), una poética iluminación a cargo de Ángel Pájaro que apoya acertadamente la atmósfera dramática y el vestuario de Raquel Ríos. Sólo tres funciones quedan de Emilia en La caja de fósforos de la Concha Acústica de Bello Monte. Un espectáculo que no puede dejar de ver si gusta de las propuestas serias y profesionales de los hacedores teatrales nacionales.
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