Bajo la atenta mirada de seis de las musas griegas han desfilado en Bogotá buena parte de las estrellas de la ópera, las artes escénicas o la zarzuela que han llenado el escenario del Teatro Colón, un coliseo de estilo europeo que este jueves cumplirá 125 años.
Esas seis protectoras de las artes, que quedaron reducidas de su número original por falta de espacio, son la joya que corona el centro de un teatro cuya construcción comenzó en 1885 con el diseño del arquitecto italiano Pietro Cantini.
En esa época, cuando Bogotá era llamada la “Atenas suramericana”, el presidente Rafael Núñez decidió tomarse el epíteto en serio y trató de dotar a la capital de la floreciente república de un coso digno de su nombre.
Para ello fue necesario echar abajo el Teatro Maldonado, una remodelación del antiguo y popular Coliseo Ramírez, y erigir un centro cultural acorde con las pretensiones y el rancio abolengo de la aristocracia criolla.
Por eso, Cantini optó por un teatro cerrado en herradura, a la italiana, lleno de palcos que permitían que lo más granado de la sociedad se adentrara en el escenario y mostrara su posición de referencia.
Buena muestra de ello es su ubicación: frente al Palacio de San Carlos, hoy sede de la Cancillería y durante el primer siglo de independencia colombiana residencia presidencial en la que conciliaba su sueño Rafael Núñez.
Sin embargo, apenas pudo disfrutar del placer de salir de la puerta de la residencia presidencial y cruzar el atrio del Teatro Colón: Núñez murió en 1894 y escasamente vio terminado el teatro del que fue primer mecenas.
El nombre le llegó porque fue el escenario de las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1892. Cristóbal Colón no solo dio nombre al país sino también a su teatro nacional.
Ese era el momento en que un coliseo de estilo grandilocuente como el neoclásico Colón era necesario para posicionar cualquier ciudad suramericana con aspiraciones de grandeza.
De hecho, por esos días se edificaron los teatros Solís en Montevideo, Santa Ana en Ciudad de México, Municipal en Santiago de Chile y Colón en Buenos Aires.
Tampoco le faltó al Colón el espacio necesario para convertirse en lugar de encuentro de la élite bogotana; para ello se construyó un “foyer” o vestíbulo donde los visitantes podían -y todavía pueden- reunirse antes y después de las obras mientras alardean de su posición.
Todos ellos quedaban fascinados cuando accedían a la sala y, en el plafón principal elaborado por Filipo Mastellari y Giovanni Menarini, observaban una gran lámpara de araña rodeada por las seis musas.
Esa lámpara fue instalada el día siguiente de la inauguración y fue sustituida medio siglo después, con motivo de la novena Conferencia Panamericana que en un principio iba a celebrarse en el Teatro Colón.
Entonces fue reemplazada por otra de cristal checoslovaco que tuvo que ser retirada por su excesivo peso, por lo que se recuperó la de Ramelli.
Fue por esos días, cuando el Teatro Colón, desde su privilegiada posición, fue testigo de uno de los eventos que han marcado la historia de Colombia: el denominado “Bogotazo”.
El 9 de abril de 1948, no muy lejos del teatro, cayó asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y se desencadenó una violencia que asoló el centro de la capital colombiana y que dejó en ruinas buena parte de sus edificios históricos.
Ese asesinato dio inicio a un conflicto armado que evolucionó con el nacimiento de las guerrillas y que el mismo teatro vio como se le ponía un fin parcial, cuando sobre su escenario el presidente Juan Manuel Santos firmó el pasado 24 de noviembre el acuerdo de paz con las Farc.
El Teatro Colón se prepara para celebrar su 125 aniversario con 25 conciertos, 15 espectáculos familiares, 12 recorridos guiados, siete funciones de teatro y cuatro de danza, dos recitales de poesía y conferencias académicas.
Una buena muestra de cómo se ha convertido en un pulmón cultural esencial de Bogotá.
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