En 2013, el grupo teatral español La Zaranda hizo una parada temporal en Venezuela para llevar su espectáculo Nadie lo quiere creer al Festival Internacional de Teatro de Caracas, el original creado en 1973 por iniciativa de Carlos Giménez, que ese año estuvo organizado por figuras como Carmen Ramia, Claudia Urdaneta, Héctor Manrique, Javier Vidal y Eva Ivanyi.
La agrupación de Teatro Inestable de Andalucía la Baja, con una trayectoria que se remonta a 1978 sostuvo en las tablas del Teatro de Chacao una propuesta teatral diferente, que parte de su raíz muy Valle-Inclán y muy Zurbarán. El Teatro -en ese entonces Caracas Dos Máscaras– reseñó el evento que revivía el FITC en un hálito de esperanza para las nuevas generaciones de teatro, y que solo se quedó en eso, pues el festival sucumbió nuevamente en 2015 producto de la crisis del país.
A continuación la reseña sobre Nadie lo quiere creer:
La pieza que trae a Venezuela La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja), con motivo del Festival Internacional de Teatro de Caracas, titulada Nadie lo quiere creer, se proyecta como una muestra de la capacidad de desdoblamiento que la agrupación española pone en las tablas, para sacudir a creadores criollos en un grito de esperanza.
Tanto por el histrionismo de sus actores, como por el contenido versátil y por la bondad desplegable de su juego escénico.
Bajo la dirección de Francisco Sánchez (Paco de la Zaranda), Nadie lo quiere creer inicia con una trama propia del teatro del absurdo, que en su momento parece carecer de significado, pero que concentra el núcleo de la obra. Se ven sobre el escenario cuatro personajes desgastados, maltrechos, que reposan separados en cuatro sillas dispuestas en cuadro. Frente a cada uno un ventilador que sopla hacia ellos.
La muerte es el principio y el fin.
La enfermedad es el punto clave que desencadena la continuación de la historia. Una vez que el espectador se ha incluido en el limbo en el que parecen estar los personajes, se extiende la escena hacia otro ambiente en el que la trama se vuelve más clara. En clave de comedia, los tres personajes que se han parado de sus sillas –el cuarto es un ser al parecer disecado que desaparece del lugar de la acción- preparan el lecho de muerte de la dueña de una antigua casa señorial, y se debaten en la necesidad de convencerla de que no va a morir, a sabiendas de que ese es el final de una vieja dama carcomida por la gangrena y la destrucción del tiempo.
Las caracterizaciones se definen por una marcada exageración y una expresión corporal llevada a cabo a través de segmentos, lo que da como resultado seres con formas grotescas pero reales, que en sus dimensiones asemejan muñecos, títeres de la vida, animales disecados, muertos vivientes a la espera de un cierre trágico.
Los cambios de escena se dan gracias a un juego casi matemático de movimientos de utilería, que de poco pasa a ser mucho con telas, sillas, ventiladores, una gran caja de madera y otros elementos que dan corporeidad a lugares como un cementerio, una sala o un quirófano.
Todo esto sumado al fuerte contenido del texto, original de Eusebio Calonge, hacen que el espectador se sumerja en la transitoriedad de la vida que representan, en los quiebres circunstanciales entre la necesidad trágica y la aberración, y en la transgresión de la realidad. Un guión que impregna la escena de modo tal que, aun y cuando no se dijese nada, se entendería tan solo por la impecable puesta y por su adhesión en los actores.
Incluso el sobrio saludo de despedida, en el que los cuatro personajes –también el muñeco- reposan sentados bajo un cenital, es una punzada a las aburridas muestras de actores que salen hasta tres veces en un acto del ego.
Nadie lo quiere creer de los andaluces de La Zaranda, fue parte de la programación del XVIII Festival Internacional de Teatro de Caracas y se pudo ver en el Teatro de Chacao hasta el 24 de marzo de 2013.