Pocas cosas pueden llegar a atrapar tanto como el teatro. En una inmersión entre luces y sonidos se puede llegar a crear una atmósfera casi de ensueño, que lo domina todo. No siempre pasa, claro. Pero pasa con El lenguaje secreto, una producción de Eunice Producciones que, en su pequeño formato, hunde al espectador en una ilusión sobre el amor y la amistad.
En la obra, dos seres se conocen, crecen, se aman, se admiran o se odian en un lugar que parece estar alojado en sus mentes. Desde allí, hablan en forma de poesía y desgranan una historia conmovedora y llena de emociones. “Se eligen para acompañarse toda la vida”, esgrimen en su sinopsis. Y de eso va, de esa elección que irrumpe en un pensamiento más abstracto que tiene que ver con el sentimiento y que hace que, de pronto, una dualidad exista.
Mariene Michaels es la directora, que a su vez hace la vez de arlequín/host de la historia. No dice mucho pero tampoco poco, pues su juego actoral anima a adentrarse en el contexto y recuerda al papel del juglar tradicional.
Bajo su batuta, Daniel Conde y Lorena Jiménez interpretan a la pareja que nos lleva por ese hilo de amor, aniñado en ocasiones, como sensual en otras, utilizando poemas de la generación del 27.
Este último, se trataba de un grupo de escritores y poetas españoles del siglo XX que se dio a conocer en el panorama cultural alrededor de 1927. En sus listas, desfilan nombres como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Alejandro Casona o Miguel Mihura, entre muchos otros. De allí que la obra deje permear un lenguaje becqueriano, así como modernista y surrealista de la época.
Me animo a copiar un extracto de la sinopsis que le hace homenaje a lo que se ve en escena: “La obra enseña que el amor hacia alguien puede demostrarse de muchas formas y no siempre usando un único lenguaje. A veces por no querer mostrar la verdad, las personas se empeñan en ponerse máscaras y al final, las cosas sencillas dejan de serlo”.
Con esta intención, los personajes comienzan como dos seres enmascarados que, en su intento por expresarse y acercarse al otro, hacen ruidos y juegan con su verdad. Pronto, se desenmaraña una anécdota de amor que solo con la poesía se defiende y que, a su vez, está configurada en una línea argumental perfecta y comprensible, hasta el punto que parece escrito por una sola pluma. Al final, entonces, no estamos solo ante una obra teatral sino al verdadero corazón de las artes escénicas, de la poesía, el performance y el ser humano.
“Cómo galopa la sangre.
Qué difícil detenerla”.
Lo interesante de la obra no es solo el contenido, que de por sí es un imán como lo son las historias de amor, sino la propuesta escénica limpia y concreta, pero sublime. Sobre las tablas vemos apenas dos micrófonos, un par de sillas y elementos mínimos, que forman parte de los personajes para expandir su voz. Son detalles acertados de la dirección que vienen a acompañar una selección musical espectacular y un juego de luces magnífico, que pocas veces –lamentablemente– se ve en el off madrileño, por múltiples causas. Aquí la luz y la música son parte de la poesía que entonan los histriones, sin estas, el espectáculo sería otro.
La temporada en El Umbral de Primavera –magnífico espacio, muy íntimo y acogedor en Lavapiés, en el centro de Madrid– ya ha acabado, pero sin duda esta es una cita recomendada para futuras representaciones. Volver al origen, dejarse llevar, fundirse en la luz mientras se escuchan poemas, es siempre un placer para los que disfrutamos de este arte.
“Yo quisiera encantar como tú encantas
las palabras que asciendes a princesas,
yo quisiera besar como tú besas,
desmayando de dicha aves e infantas.
Yo quisiera imantar como tú imantas
aceros de los ojos que embelesas,
y, como llega el tiempo de las fresas,
deshacerme en tu boca cuando cantas.
Ser tu color, tu olor, tu amor perdido,
tu recobrado sueño sin fronteras,
tu recuerdo de amor, tu adiós de olvido.
Yo quisiera querer como tú quieras,
y, pues que en ti he nacido y he crecido,
yo quisiera morir cuando tú mueras”.
Gerardo Diego