El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: César camina de nuevo entre los mortales y no habíamos reparado en ello.
Oskar Eustis, director artístico del Public Theatre, estrenó la tarde del lunes 12 de junio, en el Delacorte Theatre, una reinterpretación actual del Julius Caesar isabelino producida por Shakespeare in the Park. Eustis sitúa la acción en los Estados Unidos conmocionados por protestas como #BlackLivesMatter y crímenes de odio contra latinos y musulmanes.
Explicada la situación, era de esperarse que el César de esta historia corresponda en su caracterización física y conductual con Donald Trump. También es de esperarse -como bien lo indican tanto la historia universal como la tragedia de Shakespeare- que al César de la historia lo asesinen con doce puñaladas en el Senado. A partir de este momento, Pandora abre la caja y los demonios que habitan en ella salen a la luz.
El Julius Caesar de Eustis fue torpemente interpretado como una llamada al homicidio por varias organizaciones republicanas, y hasta el momento son dos las compañías -Bank of America y Delta Airlines- que han retirado su apoyo económico al teatro. En pleno siglo XXI, y ante la propuesta del -verdadero- Presidente Trump para eliminar el National Endowment for Arts, tal hecho sólo puede leerse como el triunfo de la ignorancia.
¡Vamos, que si en realidad la tragedia de Julio César fuese un argumento a favor del crimen organizado habría que quemar todos los libros de historia universal!
Pienso que la razón por la cual Shakespeare no suele ser sinónimo de una gruesa taquilla en la escena venezolana es que la gran parte de los creadores -a excepción del Hamlet de Ugo Ulive, el Macbeth de Orlando Arocha o el Otelo de Javier Moreno- se empeñan en mantener inamovible el contexto histórico y lugar geográfico que plantea el isabelino para cada cada una de sus 32 piezas. Como consecuencia el texto deja de ser flexible y es aquí precisamente donde radica la grandeza atemporal que le ha permitido vivir de manera póstuma por cuatro siglos de civilización.
¿A qué le temen, exactamente? Una de las dificultades que plantea el crítico Leonardo Azparren Giménez es la escasez de profesionales capaces de encarar un papel de esas magnitudes: “Shakespeare supone altísimas exigencias artísticas de interpretación, y yo creo que eso hace que mucha gente no se atreva a montarlo; en el teatro venezolano son pocos los que tienen capacidad artística para montar a Shakespeare (…) Hay individualidades que son profesionales, pero no se trata de la mayoría” puntualiza.
Pero el miedo es libre y no sólo empaña a las pocas individualidades preparadas para la responsabilidad que representa encarnar un Shakespeare: arropa también al director y a su interpretación. El creador venezolano se enfrenta a la censura del Estado, la censura del teatro, la censura de los medios de comunicación. Si ocurre en los Estados Unidos de América, ¿por qué no habría de ocurrir en la república bananera?
Sólo entonces me doy cuenta de la inmensidad de Shakespeare: hoy, a 450 años de su nacimiento, parece definir en cuatro palabras la tambaleante situación que presenta la estructura del poder en los gobiernos que pretenden ser autoritarios: Ser, o no ser. He ahí el dilema.