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Los no lugares para el arte de Marc Augé

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Durante los años sesenta y setenta asistimos a la proliferación de la figura del artista como sociólogo, como antropólogo, como científico, como geógrafo, como psicoanalista o como filósofo. Asumía tales roles desde la posición excéntrica que iba a ocupar lo artístico respecto al discurso general del mundo en lo que quedaba de siglo XX, pero prefiguraba también la precipitación de unas disciplinas sobre otras durante la posmodernidad, entonces en ciernes.

Para entender la particular posición desde la que el antropólogo Marc Augé (Poitiers, 1935) enuncia sus tesis y su influencia en el campo artístico, es preciso situarse en el contexto de la intelectualidad francesa y el rol que ésta ha jugado como proveedora de consignas para la interpretación de la realidad.

El Affaire Dreyfus iba a marcar en el último cuarto del siglo XIX el nacimiento de una nueva voz, independiente y crítica en Francia, cuyos argumentos venían autorizados por el cientifismo hegemónico en la época, y su eco estaba garantizado por una esfera pública efervescente atizada por la prensa. El investigador social o el filósofo iban a ver su labor investida de un sentido cívico, moral y político que, desde entonces, pondrían a prueba en la descolonización de Argelia, en las movilizaciones estudiantiles de finales de los sesenta, en las huelgas de los noventa o en las revueltas étnicas de los suburbios de París.

El éxito internacional del pensamiento francés en la definición y desarrollo de la posmodernidad desde comienzos de los ochenta, iba a resultar ser una manzana envenenada. En este contexto, la figura de Marc Augé y su influencia en las prácticas artísticas es a la vez ejemplar y problemática. Profesor de antropología y etnología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales e investigador del Centre Nationale de Recherche Sociale, sitúa su reflexión en dos estratos superpuestos.

Por un lado, relee críticamente la tradición antropológica francesa y, por otro, propone interpretar la realidad actual a partir de esa misma tradición, una vez que ha sido ajustada a la lógica “otra” de la coyuntura contemporánea que él denomina “sobremodernidad”. Su obra más conocida y más frecuentemente citada: Los no lugares. Espacios del anonimato, tiene como subtítulo precisamente Una antropología de la sobremodernidad.

Esta sobremodernidad, como su nombre indica, no sería otra cosa sino una modernidad en exceso, desbordada y salida de su propio eje, una vez llevadas sus lógicas expansivas al extremo.

El “no lugar”, clave del texto, se identifica con el espacio de tránsito, de flujo, dominante en las sociedades “sobremodernas”, que desplaza la hegemonía del “lugar antropológico”, fijo y estable, sede de la identidad y la subjetividad tradicional moderna. Siguiendo a su admirado Michael De Certeau, para Augé la antropología es una heterología, un saber de sí mismo -el hombre y sus modos de vida social- en términos de alteridad y extrañeza; un saber refinado durante décadas de análisis de tribus exóticas en el contexto colonial. El exceso y dislocación de la sobremodernidad es lo que habilita a la antropología como herramienta hermenéutica privilegiada, por delante del estudio sociológico convencional, ciego a la diferencia y condenado a cuantificar siempre “lo mismo”. Es más, Augé identifica una “inquietud antropológica” de base en el sujeto de la sobremodernidad, quien está obligado a resituarse ante un mundo siempre extraño y siempre en exceso.

El artista como etnógrafo

El éxito de las tesis de Augé no deriva, pues, de la centralidad de la teoría antropológica francesa per se, sino de su vinculación o coincidencia con debates cuyos centros están en otros lugares, prioritariamente al otro lado del Atlántico. Es innegable el atractivo que tuvo este discurso para las prácticas artísticas norteamericanas de la década de los noventa y comienzos del nuevo siglo, similar al que tuvieran la fenomenología, la lingüística, el psicoanálisis o los estudios de género en periodos anteriores. Algunas de las razones de esta “atracción fatal” por el discurso fuerte de la antropología fueron desgranadas por Hal Foster en su famoso ensayo El artista como etnógrafo, aunque se ocupara más del impulso de los artistas a encarnar o reivindicar la posición enunciativa del otro cultural o étnico, que de reflexionar sobre el extrañamiento del yo respecto a su entorno, que justifica la mirada antropológica de Augé.

La premisa de Augé de considerar lo social como un territorio de relaciones espaciales acerca su análisis a la teoría de la arquitectura y la ciudad, cuyo objeto se funde con el de la antropología y que, sin duda, ha afectado intensamente al discurso “más débil” de la práctica artística. El arquitecto y por extensión, el teórico de la ciudad ha adoptado la voz más audible de la última década, absorbiendo otros modos de análisis como son, por ejemplo, los de la antropología o la crítica cultural.

Ello tiene que ver con la importancia demográfica, económica y cultural de la ciudad-megalópolis de las nuevas potencias en desarrollo -China, Brasil, India o México- y su papel en la generación de relaciones e identidad de la nueva sociedad global. Un caso de sobra conocido es el del arquitecto holandés Rem Koolhaas, instalado en su cátedra de Harward. Sus textos La ciudad genérica (2006) y Espacio basura (2006) se solapan en objeto de análisis con la sobremodernidad descrita por Marc Augé, aunque el arquitecto demuestre una fascinación por su inconmensurabilidad y una falta de confianza en la objetividad de las leyes que relacionan los espacios que le diferencian del francés.

Las tesis de Augé acerca de la “sobremodernidnad”, funcionan y se diseminan en circuitos que ya no son estrictamente los del debate específico de las ciencias sociales, sino que entran a formar parte del trasiego de nociones e ideas que fluyen y se desplazan de disciplina a disciplina, de saber a saber, trascendiendo fronteras culturales e intelectuales, impulsadas por fuerzas diversas y que constituyen el tool kit básico del comentarista de la sociedad contemporánea.

Espacio público y global

Es dentro de este contexto en el que debe entenderse la recepción que las ideas de Augé por comisarios y artistas. No encontramos en éstas las bases de una teoría estética de ningún tipo, aunque eventualmente, Augé aborde el tema del arte, como lo hace también con los medios de comunicación, la arquitectura o el diseño. Al arte aplica la mirada típica de antropólogo francés identificando espacios, agentes, objetos y, sobre todo, las relaciones específicas que se establecen entre ellos. Ante la obra de Antoni Muntadas, Augé, convertido en crítico, anima la rebeldía “realista” y desalienante del artista que “propone volver a introducir una distancia, una separación, unos intersticios entre el individuo y su entorno”.

No es esta posición ética claramente compartida por el artista catalán -su “realismo”- sin embargo, la única y principal vía de contacto entre el pensamiento de Augé y los discursos del arte de las últimas dos décadas. Muchos artistas y comisarios se vieron atraídos por el acceso a las nuevas lógicas de lo real de su análisis antropológico, por la nitidez de sus principios axiomáticos, y por su objeto central de estudio: las dislocaciones espaciotemporales de la sociedad global.

Su impacto más profundo lo encontramos en la teoría y la práctica artística francesa, como es el caso del “arte contextual” defendido por Pierre Ardenne, quien comparte con Augé la reivindicación de lo real, entendido como red de relaciones, y la ciudad como objeto fundamental de investigación y práctica artística.

Esta llamada al realismo confina sin embargo la intervención en el ámbito de lo micropolítico, es decir, al campo artístico entendido en sentido estricto. En ello se diferencia claramente de las prácticas en la esfera pública que proliferaron a ambos lados del Atlántico durante estas mismas décadas y que reivindicaban una intervención directa y diseminatoria sobre lo real. En España, una aproximación cercana a las posiciones de Ardenne, con referencias explícitas a Augé, puede ser observada en los proyectos editoriales y de comisariado de Marti Perán como el proyecto Post-it city. Ciudades ocasionales (2008-2009).

Las iluminadoras propuestas de Marc Augé, aún así, están siendo actualmente cuestionadas. La evidencia del caos, la opacidad y la imprevisibilidad del comportamiento de las redes y flujos que vertebran lo real tiende a desplazar la actitud explicativa derivada de la lectura de Augé. Frente a ellas, encontramos el auge de prácticas orientadas hacia el campo de las ficciones, o que proyectan un saber y un hacer táctico dirigido a la acción.

Fuente: El Cultural

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