A finales de enero tuvo lugar la XVI Feria de Artes Escénicas de Madrid, Madferia, el encuentro de profesionales del mundo teatral en la capital española, que entre otras cosas busca movilizar económicamente el sector durante el año 2020.
Esta edición tuvo lugar en Las Naves del antiguo Matadero de Madrid, en un evento no muy concurrido, desolador por el clima nublado que rondaba en la capital, y con mucha distancia entre una actividad y otra, lo que hacía que los transeúntes se dirigieran hasta el espacio en Legazpi de manera esporádica.
Allí, se dieron cita compañías y programadores que resaltaron la denuncia feminista, animales sacrificados, y otros dilemas políticos y sociales sobre la sociedad actual. A continuación las impresiones de dos piezas que recojo en el marco de este evento.
Chicas y Chicos, una pieza feminista
Lucía Miranda, de la compañía El Sol de York, dirige a Antonia Paso en Chicas y chicos, la pieza estrenada el pasado noviembre en el Pavón Teatro Kamikaze. Un texto de Dennis Kelly puesto a disposición de la denuncia feminista. De “ella”, la protagonista de este monólogo, nunca conocemos el nombre. Una manera de que el espectador se vea a sí mismo en el personaje y adopte su lugar, la sensación es catártica. Cualquiera abierto al espectáculo puede ponerse en la piel de esa persona, probar esa vida ajena y experimentar su circunstancia.
La técnica narrativa de la pieza, una dirección certera y la impresionante presencia de Ana Paso, son la combinación perfecta para una experiencia intensa. Ser capaz de sentir como propio el dolor ajeno.
Sin embargo, no es la única sensación que rescato. Hay una contradicción: “ella” está concebida para representar a todas las mujeres y no a una mujer. Ante su historia, no puedo evitar la sospecha, la sensación de que guarda secretos.
Empatizo con “Ella”, entiendo de qué nos habla y después de guardar silencio respetuoso ante una posibilidad tan dolorosa como la suya, sospecho…
Porque queda claro: esta obra puede llevarnos -de la mano y con rabia- a las conclusiones ya típicas, bien asentadas en las creencias populares, a tono con un discurso cerrado, oficial y dominante.
Echo en falta algún pasaje afilado que eleve el nivel de las discusiones sobre el feminismo, el comentario atinado como dardo, el dato puesto en contexto. No encontré ocasión para una visión más argumentativa del feminismo.
Pasa lo contrario, salgo con miedo y propensa a la respuesta emocional, a un estado de ánimo conveniente -porque es fácil de instrumentalizar- para sectores que pretenden el poder, siempre dados a la explicación maniquea de asuntos muy complicados como para resolverse en una historia de buenos y malos.
No soy la única chica que abandona la sala con esta sensación. Conmovida, pero no ciega. Se pueden ver las costuras de la pieza.
Un relato sin matices, porque deja ver sólo lo que ella nos quiere mostrar de un sujeto que la somete a un dolor terrible. La conclusión a la que puedes llegar como espectador está definida desde la primera escena y no hay posibilidad de otra lectura…
Porque sí, “ella” nos deja entrever quién es este hombre, nos habla del enamoramiento, de sus primeros encuentros y del sexo, pero en ningún momento te asoma la posibilidad de que “él” tuviese algún un problema o algo sospechoso. Es una situación catastrófica para ella, pero no nos deja verla venir. La tenemos que aceptar sin más.
No puedo evitar preguntarme, ¿por qué no hay contexto para el maligno compañero? ¿con “él” se pretende representar a todos los hombres como se hace con “ella”? Esa idea fija, esencial, que no deja espacio a contextos, a cambios perceptibles de existencias abiertas y en construcción… no me dicen nada de las tragedias reales que aún hoy atraviesan algunas mujeres.