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El teatro muestra la peor cara del sueño americano: El malparido del sombrero

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Un exconvicto decidido a mantenerse limpio y permitirse una nueva vida; una mujer que, a pesar de que lo ama, arrastra demonios que sólo pueden perjudicarlo, y un hombre que se vanagloria de una falsa superación personal protagonizan El malparido del sombrero, un relato tan trágico como cómico que revela al público entre “risas agrias” –como las describe el director de esta historia, Ricardo Nortier– “el lado oscuro de las relaciones humanas”.

La presencia de las drogas, los personajes marginados y la complejidad de los lazos afectivos que priman en Agua a cucharadas (de Quiara Alegría Hudes, dirigida por Eulalia Siso) vuelven a La Caja de Fósforos como parte de la cartelera del Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, esta vez con un toque de humor, en la pieza del dramaturgo Stephen Adly Guirgis.

“Es una comedia muy ácida sobre el lado sarcástico e irónico del ser humano. El autor nos muestra lo peor de nosotros y de las relaciones con el otro”, expresa el director.

Nortier, además de liderar la puesta en escena interpretará a Ralph, un hombre de moral dudosa que apadrina al protagonista, Jacki (Giovanny García), en Alcohólicos Anónimos para guiarlo hacia la completa superación de sus adicciones.

Jacki sale de la cárcel en libertad condicional y anhela reinsertarse en la sociedad, pero la mujer que ama, Verónica (María Antonieta Hidalgo), también lucha contra sus adicciones y tiene una lengua peligrosa. Vero no es conveniente para su rehabilitación. El conflicto se desata cuando en la habitación de la pareja aparece un sombrero. Todo parece enfocarse en la insignificante prenda y en el empeño por encontrar a su dueño.

Estrenada en Broadway en 2011, la pieza estuvo nominada a seis Premios Tony y cinco premios ACE (incluyendo Mejor Obra Dramática) y se ha representado en diferentes países, entre ellos, España, donde se recreó la historia en un barrio madrileño, y en Argentina, con un montaje enfocado en la violencia verbal y el maltrato.

En Venezuela, Nortier promete no abusar de la violencia verbal, aunque advierte que la obra tiene “una que otra palabra vulgar” –empezando por el título, que en inglés es The motherfucker with the hat–.

El director brasileño, radicado en el país desde hace 20 años, prefiere concentrarse en las traiciones entre los personajes y el juego de la dependencia cuando las situaciones son críticas y apremiantes. Y es que la pareja protagónica, de origen puertorriqueño según dictamina el autor de la pieza, es también una representación del inmigrante absorbido por la vida marginal.

“La obra habla de un hombre desilusionado de un país que no le dio las oportunidades que él pensaba que podía tener, que cae en las drogas, en el alcohol y que se termina convirtiendo en un ciudadano de segunda”, declara el director.

“Esto es lo que sucede con el inmigrante que va a Estados Unidos buscando el sueño  americano. Al mismo tiempo, se refleja una ruptura psicológica, ya que esta persona pierde su cultura, su familia, sus conocidos. Y para tapar su frustración busca culpar al otro.

Verónica y Jacki revelan al público una relación sentimental enfermiza, y no en vano la escenografía de El malparido del sombrero es una cama de gran tamaño, que se “divide para crear nuevos espacios” y que ocupa casi toda el área de acción de la sala. “La cama es el lugar de la intimidad, donde el ser humano busca acercarse a otro. Significa placer, descanso, es donde se resuelven los problemas. Pero yo puse el conflicto allí”, expresa Nortier.

El foco del montaje no gira únicamente sobre la pareja. La amistad también entra en terrenos pantanosos. El vínculo entre el exconvicto y Ralph es incluso más tóxico que el de la unión romántica. “Ralph es esa persona que quiere ser tu salvación, pero es tu destrucción porque tampoco ha logrado salvarse. Vive una mentira y juega con el poder (el que tiene sobre otros, en este caso, sobre el protagonista) y disfraza con dinero su ignorancia y su desgracia”. A la trama se unen Julio (Paúl Gámez), primo de Jacki; y la esposa del fingido redentor, victoria (Nakary Bazán).

“Todos los personajes de la obra están metidos en una dependencia psicológica, y esperan que el otro los salve”, afirma el director. “El malparido de la obra es, en verdad, todos y cada uno de ellos”.

Fuente: El Universal

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