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La Mama: muere un símbolo del “underground” bogotano

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Cuerpos que surfeaban sobre las cabezas de otros y bailaban una especie de capoeira violenta y respiraban con la fuerza que deja una paliza. Cuerpos desbarrancados que, después de horas de ruido, parecían sobrevivientes de un naufragio: la ropa rasgada, el pelo revolcado, las narices rotas. Eso se veía al cruzar los altos portones de madera del teatro La Mama, el lugar que durante ocho años, de 2006 a 2014, fue el templo del punk, el hardcore y el metal en Bogotá. Si el CBGB fue el bar neoyorquino que a mediados de los setenta vio nacer a los Ramones y los Talking Heads, en La Mama tocaron hitos de la escena bogotana como La Pestilencia, Ursus y Dar a cada uno lo que es suyo.

La Mama como organización vio luz en mayo de 1968 por iniciativa de un grupo de actores que no eran conservadores ni liberales: buscaban sabotear con sus obras al gobierno de Misael Pastrana Borrero (1970-1974). Eddy Rodríguez, uno de los fundadores del teatro y parte de la primera generación del M-19, y Orlando Álvarez, compañero de lucha,fueron secuestrados y aparecieron una semana después con marcas de tortura en sus pieles. Más tarde, pasaron ocho meses en prisión acusados de fabricar dos carros bomba.

En 1974, con la llegada de Alfonso López Michelsen a la presidencia y de Gloria Zea a la dirección de Colcultura, La Mama se mudó de la carrera 13 con calle 48 a la calle 63 con carrera novena, su ubicación actual, en todo el corazón de Chapinero. Allí les arrendaron un inmueble propiedad del Distrito, que se convirtió en un sitio icónico para la escena underground en Bogotá.

Era una casa abandonada con dos habitaciones y patio. A cuentagotas, sin otro apoyo que la taquilla, Rodríguez adecuó el espacio y esculpió su nombre. Le instaló tramoya, luces, camerinos y salas de ensayo. Fue el primer teatro construido en Chapinero, la localidad con más escenarios en Bogotá.

Junto al teatro La Candelaria, La Mama es uno de los grupos pioneros de artes escénicas en el país. Sus actores —algunos militaban en guerrillas— pisaron tablados de monumentales salas en México y Estados Unidos. En los setenta, Rodríguez acumulaba rótulos en el arte disidente (entre 1968 y 1973, asistieron 75.000 espectadores a 1.588 presentaciones) y, a la par, incertidumbre por la conservación de su tradicional sede. El contrato de arrendamiento que tenía con el Distrito podía acabarse en cualquier momento. Desde entonces se habla de la necesidad de demoler el inmueble para ampliar la calle 63.

Del teatro a los toques

Como cualquier teatro bogotano, La Mama remaba para no desaparecer. Llegaron entonces los toques de géneros underground para ser salvavidas de un lugar que no tenía cómo pagar los servicios. En 2006, Julio Nova, administrador de Sin Fronteras Discos, inauguró los conciertos en el lugar. Tenía una ubicación ideal: se podía llegar por la avenida Caracas o la carrera 13 o la carrera 7ª. Tenía la capacidad justa para un show de esas características: 600 personas.

“Funcionaba casi de manera ergonómica: había espacio para la venta de mercancías de las bandas y de comida, un camerino para reflexionar antes del toque y una tarima cómoda. También balcones laterales desde donde se podía apreciar a los músicos: una perspectiva que no había en otras salas de la ciudad”, dice Camilo Arias, bajista de la extinta banda de hardcore Sangre y Fe, que lanzó allí su primer álbum.

Los administradores del teatro les abrieron las puertas a música cuya furia no tenía un espacio en la ciudad.

No era raro que un show en La Mama tuviera sobrecupo. En la despedida del grupo Dar a cada uno lo que es suyo —un hito del hardcore bogotano— fueron 1.000 personas y otras mil se quedaron afuera. Tuvieron que hacer doble show para permitir el ingreso de los que esperaban en la entrada. En el último concierto de Ratón Pérez —otro clásico de la escena— 800 personas atiborraron el teatro, al punto que varios asistentes vieron el concierto colgados de los balcones.

La Mama también alojó a mitos internacionales de estos géneros: Terror, H2O, Municipal Waste, entre otros.

“La Mama fue nuestro templo, como el CBGB para los neoyorkinos”, dice William Rubio, director del sello discográfico Inmigrant Records, que organizó buena parte de los platos fuertes internacionales que se presentaron allí.

Paola Cortés, administradora de la sala de ensayos 4 Cuartos, que tuvo a su cargo el montaje de sonido de la mayoría de conciertos, cuenta que durante casi una década se organizaron presentaciones cada ocho días. Junto la administración del teatro, Cortés insonorizó el espacio y pintó sus muros. Ambos querían consolidar a La Mama como culto del underground bogotano, incluso en contra de la inconformidad de los vecinos de la zona, que se hartaron del sonido estridente hasta altas horas de la noche y de la masa de gente desperdigada por la cuadra cada que había un show.

De los toques al teatro

En 2014, cuando Rodrigo Sánchez asumió la dirección artística del teatro, decidió cortar la música.

“La Mama no fue hecha para conciertos. No tiene el piso de tráfico pesado ni un sistema integral de insonorización para no afectar a los vecinos. Cuando llegué, los muros estaban rayados, el piso estaba hundido, no había puertas en los camerinos. Si dejaba hacer más toques, no podría recuperar la infraestructura del espacio”, indica Sánchez.

Para él, las generaciones de los ochenta y los noventa desconocen la historia de La Mama. Su labor, dice, es recuperar la programación teatral. Lo que se interrumpió por la falta de recursos.El plan para revitalizarlo consistió en activar su presencia en las redes sociales, llamar a las viejas personalidades que pasaron por sus tablas y meterse en el radar de los medios de comunicación. Este año ya tienen programación hasta diciembre.

Justo cuando recuperaban su espíritu teatral, les llegó un comunicado del IDU. Lo que temían hace 30 años parecía que se concretaría: la obra de ampliación de la calle 63 y, de paso, la caída del escenario. La administración Peñalosa les anunció a los directivos de La Mama que no renovará el contrato de arrendamiento. Según la comunicación, la entidad necesita el espacio para reunirse con la comunidad de Chapinero y para almacenar material administrativo. A futuro, la idea es demolerlo para ampliar la calle 63 y así conectar la carrera 7ª con la avenida Caracas.

“Lo mejor que le puede pasar a La Mama es no moverse de aquí. ¿Qué hacemos con el patrimonio cultural? Esto no es una cafetería como para reubicarlo en un lote baldío o en cualquier parte. Aun así, como la intención el IDU es desalojar, y está en su derecho, queremos negociar un tiempo prudente para irnos y que nos ayuden a conseguir otro espacio”, dice Sánchez, con un dejo de angustia en su voz.

El martes de la próxima semana la directora del IDU concertará con la representante legal del teatro un plazo para que encuentren nueva sede.

Aunque aún quedan algunos escenarios como el auditorio Lumiere, Latino Power y el teatro Acto Latino, con el desalojo de La Mama se cerrará un espacio que fue símbolo de la escena underground de Bogotá; que albergó a las leyendas locales del punk, el metal y el hardcore como La Pestilencia o Desarme, con 30 años de trayectoria, y que fue cuna de bandas como Sangre y Fe, que vendió álbumes en Japón y giró por Latinoamérica sin patrocinios. “No he vuelto a ver una unión tan fuerte como la que se vivía en los conciertos de La Mama. Siempre era un pequeño océano de gente gritando, bailando, saltando. Esos rostros alegres no se volverán a ver”, concluye Arias, bajista de Sangre y Fe.

Un intento fallido para salvar La Mama

Los directivos del teatro convocaron a los ciudadanos a firmar una petición en Change.org, entregada al Instituto Distrital de Recreación y Deporte (Idartes), para que el centro cultural tenga una sala propia y sea declarado Patrimonio Cultural de la Nación, ya que lleva 48 años de fundación y de programación continua, donde se han gestado pilares para la cultura. Juan Ángel, director de la entidad, y Verónica Rodríguez, representante del teatro, se reunieron para discutir opciones de dónde se pueda reubicar el escenario.

Ángel garantizó la alianza de salas concertadas por lo que resta del año, un programa que apoya económicamente y brinda asesorías para que desarrollen su programación artística, pero aseguró que la consecución de una sede no es competencia de ellos.

Fuente: El Espectador

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