“Mi cuerpo choca contra los pronombres. No sé a cuál de sus exigencias obedezco. No es cierto que sean cáscaras vacías: son vísceras y plasma en la transfusión que
cede cada uno de nosotros. Cuando va a amanecer y salimos desnudos a la habitación más fría del idioma, entregamos materia y ADN…”
Con este fragmento de uno de los poemas del libro Incendio mineral (Madrid, Vaso Roto, 2021) de María Ángeles Pérez López, damos comienzo a la entrevista a la poeta española residenciada en Salamanca, para ahondar en su quehacer poético, en sus más recientes poemarios y su vinculación con la poesía latinoamericana y en especial con la venezolana. Profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca, donde trabaja sobre poesía contemporánea en español.
Antologías de su obra han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey y Bogotá. Asimismo, ha aparecido en las antologías bilingües Algebra dei giorni (Álgebra de los días), en Italia, y Jardin[e]s excedidos, en Portugal.
Ha obtenido diversos premios, lo más recientes fueron el año pasado como el “Publishers Weekly en español” por su poemario Incendio mineral, como el libro de poemas del año 2022. Y el por el Libro mediterráneo de los muertos, como la obra ganadora del VI Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro.
– ¿Recuerdas ese primer contacto con la escritura? Ese primer poema y lo que detonó para que lo escribieras.
Hay en los siete u ocho años un momento de enorme angustia que no he logrado olvidar: una pesadilla en la que intentaba expresar un gran miedo y solo había mudez. Ni yo oía eso que sería tal vez palabra, o tal vez aullido, algo parecido a un aullido. Cuando con doce o trece años descubro la poesía de modo totalmente consciente, me atraviesa como un relámpago. Y pido que ese relámpago sea duradero, sobre todo que sea duradero, no necesariamente como autora pero sí como lectora. Porque implica la posibilidad de ser dicha y de soñar con el decir.
Ante la adolescente aparecen los versos de Alberti, de Lorca, de San Juan de la Cruz (sobre todo San Juan de la Cruz). Alberti con Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos me impresionó muchísimo. No tanto el marinero en tierra sino esa parte de humor y juego, de creatividad intensa, de la potencia de lo ludens más dinamizadora. Desde ahí empecé a escribir. También Poeta en Nueva York: el irracionalismo que hacía mío, que era legible, me permitió imaginar un tiempo y un espacio diferentes en los que yo tenía cabida. Pero no recuerdo cuál fue mi primer poema. Tiré todo. Lo que sí recuerdo son esas primeras lecturas, la escucha del Cántico en una clase de bachillerato, el relámpago que sigue iluminando los trabajos de los días y las noches.
– Esos primeros referentes en cuanto a lectura poética.
Más que una nómina, que sería muy larga, me gustaría señalar aquello que permanece con fuerza: los cortacircuitos en los versos de Altazor, la dimensión humana de la “masa” de Vallejo que había dicho orfandad extrema en Trilce y me hace temblar siempre, la “miserable mixtura” a la que se refirió Pizarnik, el libro de arena, el libro de barro, los libros inagotables a los que llegué en una juventud llena de palabras que aún no habían saltado a decirse en clave propia pero eran constelaciones en una noche muy oscura.
– Sin duda el poeta ve las cosas y las realidades diferentes o las ve mejor (risas). La poesía hace posible lo imposible, gracias a la valentía de los poetas que muestran otras perspectivas, pero a la vez tan cotidianas que el lector se termina identificando. ¿Desde tu posición como poeta lo ves así?
No diría que la poesía las ve mejor (correspondo a tus risas aquí), pero sí que las ve desde otros lugares, que agudiza la escucha, la atención, tanto a lo mínimo más cotidiano (y por tanto invisible en esa rutina del ojo o la conciencia que nos va conformando) como a todo aquello que pueda hacernos sentir, pensar, vivir, por más grande o insólito que resulte. Ahí saltan astillas de lenguaje, la palabra se siente viva, recuerda que es porosa, que es cuerpo y signo, que es posibilidad infinita y límite de lo finito, que está atravesándonos y la atravesamos, que nos ha dado a nacer y a su vez es gestada.
– ¿Te inclinas más hacía la prosa que sin duda es más natural que el verso que debe cumplir ciertas medidas y cadencia? ¿Es una cuestión de comodidad y fluidez?
Siempre escribí poema en verso, con una cadencia bastante marcada o incluso fuertemente marcada al ritmo del endecasílabo o del haiku en su traslación al castellano desde el japonés, pero el último libro publicado, Incendio mineral, necesitó decirse en prosa, en poemas en prosa a veces extensos que exploraban y unían territorios muy distintos entre sí. No por comodidad, ya que el poema en prosa me parece bastante más difícil de escribir que el poema en verso, y en particular que el poema medido, pero sí por la búsqueda de fluidez. Igual que las aguas bajan por muy distintos cauces y se van uniendo, así ocurre en este libro.
Incluso el último, ahora en prensa, titulado Libro mediterráneo de los muertos, incorpora al poema en prosa varias notas finales a modo de una poética ramificada, que no termina en el poema sino en la persona que lo lee, o en la realidad con la que se enfrenta, o en la irrealidad que también se sostiene en el lenguaje.
– En tu poemario Incendio mineral, haces cuestionamientos poético-filosóficos del tiempo, te fundes y muestras esa individualidad, pero también lo universal y lo cotidiano. Al leerte uno se pregunta por la identidad propia y la colectiva.
Qué alegría tus palabras. En esa tensión de lo propio y lo colectivo estaba entrando el libro de cabeza, sin preguntarme tanto por mi cabeza como por la que he heredado (¿heredamos la cabeza y no solo el idioma, verdad?). Tenía mucha preocupación por saber si alcanzaría a decir más allá de mis condicionamientos particulares y la valoración que el libro ha ido recibiendo, sobre todo el Premio Nacional de la Crítica en España, me han ayudado a sentirlo menos mío que nunca, más compartido que nunca, lo cual es una alegría inmensa.
– En tu poemario Jardin[e]s excedidos hay una presencia femenina hecha verso que además está envuelta en una naturaleza vegetal, geológica y sobre todo humana ¿Me puedes contar el proceso ya que también es un libro de imágenes fascinantes?
En Portugal quisieron editar una antología bilingüe de mis poemas, y reparé en que los motivos vegetales me acompañaban mucho a lo largo de diversos libros, pero en realidad correspondían a “jardines excedidos”. Me pregunté si el territorio del jardín todavía era posible, y en caso de serlo, estoy convencida de que en él se deslizarían hierbajos y animalitos de formato pequeño cuya claridad me parecía anacrónica, porque el presente está mucho más golpeado de lo soportable. Por eso mi antología está cerca del descampado y del desierto, hay animales tamaño XXL y una vocación de clorofila inquieta.
Las palabras también se excedían de sí mismas, porque la voz solo puede sentirse viva en la proximidad del resto de lo vivo: lo vegetal y lo animal en un fulgor que se resiste a ser domesticado. Tinta que desea transformarse en oxígeno.
– ¿Tú vinculación con la poesía latinoamericana cómo inicia? Cabe destacar que has prologado y editado a poetas como Nicanor Parra, Juan Gelman y Ernesto Cardenal.
Al estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca, el descubrimiento de algunas de estas voces inmensas, tan retadoras, me llevó a especializarme en poesía hispanoamericana, sobre todo en el siglo XX. Después, al ser jurado del Premio Reina Sofía de Poesía iberoamericana y profesora del Departamento de Literatura española e hispanoamericana, inicié una tarea fuerte de estudios sobre varios de los premiados: de los tres que nombras he preparado estudios y antologías, e incluso en el caso de Cardenal, la edición de su poesía completa en Trotta. Inmensas oportunidades del trabajo académico que han transformado a la escritora que soy.
– Me podrías contar sobre tú experiencia con la Cátedra de Literatura Venezolana “José Antonio Ramos Sucre” en la Universidad de Salamanca y ese contacto con la poesía venezolana.
Pude escuchar la voz oracular de Ana Enriqueta Terán en Salamanca, a Cadenas, a Montejo, a Ramón Palomares o José Barroeta, a Elisa Lerner. Sus obras me acompañan, en ellas la respiración se deshace y rehace de múltiples modos. Desde que se funda la Cátedra en 1993 participo como alumna o colaboradora, me sumo a diversos homenajes (el de Terán, el de Salvador Garmendia), escribo reseñas, prólogos, artículos en relación con algunas de esas grandes propuestas en la lengua que compartimos.
Haberme podido acercar en algún detalle a la escritura de Edda Armas, Rafael Arráiz Lucca, Wilfredo Machado o Luis Enrique Belmonte ha ampliado el mundo en el que me muevo y ha modificado también el rostro de algunos poemas, que he escrito en deuda con Ramos Sucre, Montejo, Belmonte, Juan Carlos Chirinos, María Auxiliadora Álvarez o Elisa Lerner. Su intensidad me completa, nos completa.
Algunas de las publicaciones de María Ángeles Pérez López
- La ausente, Cáceres, Diputación/El Brocense, 2004.
- Pasión vertical (plaquette), Barcelona: Cafè Central, 2007.
- Fiebre y compasión de los metales, prólogo de Juan Carlos Mestre, Madrid y México: Vaso Roto, 2016.
- Jardin[e]s excedidos, (Lema d’Origem, 2018).
- Diecisiete alfiles, prólogo de Erika Martínez, Madrid: Abada, 2019.
- Interferencias, Madrid: La Bella Varsovia, 2019.
- Mapas de la imaginación del pájaro, Colección Ejemplar Único, 2019.
- Incendio mineral, epílogo de Julieta Valero, Madrid y México: Vaso Roto, 2021; premio de la Crítica de poesía en castellano.
- Comarca mínima, nota de Lola Nieto, ilustraciones de Patricio Hidalgo, Madrid: Cartonera del Escorpión Azul, 2021.
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