El escritor francés André Gide ha sumergido a los espectadores caraqueños en algo más que una puesta en escena: con una dinámica que transgrede los límites espaciales entre actores y público, la presentación se torna en una experiencia.
Lo ha hecho con sus textos, que fueron condensados en La sed, en solo dos funciones ofrecidas en el Centro de Arte los Galpones.
“El hombre no puede descubrir nuevos océanos a menos que tenga el coraje de perder de vista la costa”, dijo alguna vez Gide, reflexión que no queda muy lejos de las que se van gestando entre las conversaciones de una familia que recibe inesperadamente el retorno del -una vez errante- segundo hijo.
Con Elvis Chaveinte como el padre, Samantha Castillo como la madre, Gabriel Agüero de hijo mayor, Oswaldo Maccio que dirige e interpreta al segundo hijo, y Martin Moreno como el hermano menor se van desarrollando las acciones en la aridez de un hogar marcado por la ausencia y el rencor.
Más que un colectivo de teatro, el grupo que dio vida a la iniciativa se presenta como un colectivo de distintas disciplinas en el que forma parte incluso la diseñadora María Fernanda Pulgar con los diseños de El Laboratorio de Moda MFP.
“Acérquense a lo que les llame la atención y reciban lo que les van a dar”, fueron las palabras de recibimiento al entrar al galpón que, con proyecciones de desiertos en un vídeo beam, luces, contraluces y armazones de metal, propiciaron el ambiente para un brindis con copas de arena que fungió como ritual.
La incomprensión y el dolor de unos padres, el ejemplo rígido de un hermano mayor que aboga por el hogar, y el ímpetu y curiosidad del menor se centran en torno al segundo hermano que con su oposición y posterior aceptación recibe todo el peso del significado de lo sedentario, la tradición, la familia y la búsqueda del “yo”.
“En la aridez del desierto fue donde amé más la sed”
Con el componente masculino y la presión de sus funciones dadas por una herencia como protagonistas, la pieza culmina con el cumplimiento de un perfecto ciclo vital en el que se renuevan y se delegan las inquietudes nómadas por la libertad. Mientras la vieja tradición queda sepultada bajo las arenas del legado y la costumbre.