Reflexionar sobre el devenir político de un país casi siempre implica recordar grandes sucesos sociales. Sin embargo, también se puede estudiar la historia de una sociedad por medio de sus voces más anónimas y cotidianas. Una discusión acalorada en la sala de un hogar cualquiera, la despedida de un hermano, una conversación casual en la tasca de la esquina, son registros tan válidos como aquellos que plasman los libros de historia.
Érase una vez un país, escrita por la venezolana Vilma Ramia, se ubica en este segundo plano de la historia; el doméstico y cotidiano. La pieza está dividida en cuatro cuadros breves dirigidos por Marcos Morenos los cuales evocan momentos clave de los últimos 60 años de la vida política nacional.
Los sketches son independientes entre sí y acontecen en momentos fácilmente reconocibles de la historia contemporánea (el derrocamiento de dictador Marcos Pérez Jiménez, los días previos al estallido social recordado como el Caracazo, el reinicio de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y la reciente oleada de migraciones de venezolanos). No obstante, todas las situaciones comparten un elemento común, en ellas se confrontan dos personajes con posturas marcadamente opuestas sobre el entorno político que viven.
¡Y la quiero! es el segmento que inicia el espectáculo. La primera escena presenta una pareja adulta claramente acomodada. Los diálogos ubican al espectador en el año de 1957, momentos antes del plebiscito convocado para decidir la continuidad del régimen de Marcos Pérez Jiménez. Nayib (Alberto Alifa) es un individuo promedio con ligeras conexiones con el régimen jimenista, es un hombre plácido y poco crítico ante la dictadura. Por su parte, Louders, interpretada por la propia Ramia, se muestra más crítica y opuestas a los métodos de persecución y control de esos días.
A medida que la historia avanza hacia el derrocamiento de la dictadura, la dinámica entre la pareja se torna más acalorada. Louders, en principio cohibida, muestra cada vez más su posición ante el régimen mientras que Nayib intenta silenciarla.
“Las mujeres no opinan”, exclama Nayib haciendo referencia a los códigos machistas que seguían vigentes en esas décadas.
El sketch termina fiel a la historia con el derrocamiento de Pérez Jiménez en 1958. Ambos, Louders y Nayib, reciben la locución radial atónitos, él permanece incrédulo, ella esperanzada porque se siente en vísperas de una sociedad más libre y justa.
“Espero pasen muchos años antes que vuelva otra dictadura a Venezuela”, es el último deseo de Louders con el que se cierra la escena.
El siguiente segmento comprende un salto temporal de 30 años. Estación Parque Carabobo muestra el encuentro casual de dos jóvenes de clases sociales evidentemente distantes. Camilo y Rina (Mariano Sudano y Desirée Monasterios) intentan sostener una conversación trivial aunque las diferencias entre labores, procedencia y expectativas de vida hacen que el único tema sostenible entre ellos sea la situación política.
En los diálogos se puede rememorar el descontento social latente en aquellos años y las diferentes repercusiones que tuvo el Pacto de Punto Fijo en la población. Los intentos de evadir el tema por parte de Camilo para volver a cortejar a Rina evidencia cierto toque de humor que no deja de estar presente en el resto de la obra.
Los dos últimos segmentos, Pa´ Miami y Yo tengo la razón, trabajan con el presente y con los conflictos cotidianos de este periodo histórico.
Yo tengo la razón entra en la intimidad de una familia descompuesta por posturas partidista. Ramiro (Eduardo Pinto) intenta convencer a su madre, Elizabeth (Violeta Alemán) de vivir con él para ayudarla con sus problema de visión, aunque las continuas discusiones entre ellos por las acciones del gobierno actual dificulta la sola idea de la convivencia.
Elizabeth es una mujer firme de carácter e intelectualmente activa, que trabaja en el equipo de redacción de un medio de comunicación gubernamental. Pese a su conciencia de los hechos históricos es incapaz de reconocer la fallas de la ideología que apoya desde su juventud y la decadencia causada por la pésima administración del régimen.
“Por sobre todo, somos familia”.
Es uno de los diálogos más sinceros de Ramiro, en la búsqueda de retomar relaciones con su madre y ayudarla con su ceguera (literal y metafórica).
La obra culmina con el reencuentro dos hermanos, Alberto (Armando Cabrera) y Linda (Véronica Arellano), que debaten el tan presente cuestionamiento de migrar o quedarse en el país pese a las dificultades.
La atmósfera escénica unifica dos tiempos y se pasea hasta la actualidad. Fuera del apartamento de Linda, última escala de Alberto antes de migrar a Estados Unidos, acontecen protestas, invasiones, intervención de las fuerzas del Estado y demás elementos que remiten a los últimos meses del devenir político del país.
Son 60 años los que recapitula Érase una vez un país en una muestra de la naturaleza cíclica del acontecer nacional.
Dictaduras, descontento social, protestas, persecución no son dinámicas ajenas a la historia reciente de los venezolanos. Se puede decir que la revisión histórica que hace Raima en su obra muestra al menos dos realidades, una consoladora y otra preocupante: La primera, que Venezuela como sociedad ya ha salido de momentos difíciles recuperando la libertad secuestrada por las dictaduras. La segunda, que esta libertad es propensa a volver a perderse.
Érase una vez un país se presentará los viernes, sábados y domingos en la Sala Experimental del Centro Cultural BOD desde el 18 de noviembre hasta el 17 de diciembre.