Me he topado recientemente con esta imagen y me he preocupado. Quizás no ha sido la foto, sino su historia. La publicaron en el número 52 de El Kiosco Teatral, que rescatan en su web, en un extenso trabajo bajo el título Los dramaturgos del exilio español en el Centro Dramático Nacional. Se trata de la captura de un momento de Noche de guerra en el Museo del Prado de Rafael Alberti, montada en 1978 en el Teatro María Guerrero, sede del recién creado Centro Dramático Nacional, en Madrid.
La pieza, dirigida por Ricard Salvat, se convirtió en ese momento en la primera obra de un autor exiliado en presentarse en esos escenarios. Alberti, siendo del bando republicano, había escapado de España tras la Guerra Civil y regresado 1977 justo antes del montaje de esta obra. Tres años después se convertiría en Premio Nacional de Teatro.
Y sí, me he preocupado con la foto. Por pensar que España y su teatro se parecen mucho, a la de la foto todavía.
Las dos Españas
Sobre el montaje, Marsillach, quien dirigía para entonces el Centro Dramático Nacional, señaló con compromiso y bondad: “Habíamos elegido un texto de Alberti porque casi nos parecía una deuda histórica. Era una obra que había sido prohibida y a ninguno de los cuatro [Haro-Tecglen, Nieva, R. Doménech y Marsillach] nos parecía que fuese una gran obra de teatro, pero sí un texto interesante, con un determinado e importante significado histórico”. (Andura, 1995, 160-161). Su mensaje sobre lo que representaba que la obra cobrara vida en un escenario, especialmente uno del ámbito público, y que devolviera al país a un autor de tanta envergadura para la cultura en español, hace reflexionar sobre los miles de regreso del arte a su hogar natal.
“El desembarco de Rafael Alberti en un teatro “nacional” marcaba un deseo de reconciliación política entre “las dos Españas” del que no debíamos arrepentirnos”.
Estas también son palabras de Marsillach. No es casual que fuese Alberti el dramaturgo que volviera. Su prosa y su poesía está llena de tragedia y dolor, de tierra española, de amor y mar, de pasión y lucha. Escribió desde los años veinte, convirtiéndose en Premio Nacional de Poesía a los 22 años por Marinero en tierra, desde el cual arrastraba paisajes sobre las dolencias, las frustraciones y la muerte que lo acompañaron durante toda su juventud. Poco después, su vena política fue surgiendo hasta el punto de afiliarse al Partido Comunista de España (PCE) y viajar hasta la Unión Soviética, donde asistió a un encuentro de escritores antifascistas.
Siempre fue polémico. Y, gusten o no sus ideas, el regreso de Rafael Alberti a los escenarios donde antes solo existía el franquismo, es el símbolo de la tregua entre bandos, de la apuesta por la cultura y el conocimiento. Llama la atención que su obra tuviera que esperar 39 años, hasta el final de la dictadura de Francisco Franco, para ver la luz. Durante este tiempo fue censurada ferozmente y el dramaturgo fue considerado un “comunista peligroso” en Europa.
La imagen es, sin duda, un recuerdo ardido.
La voz de la izquierda en el escenario que por años fue de derechas, en un momento que no llegaba a ser de concilio. Sin embargo, los creadores del momento, como Marsillach, aportaron su granito de arena a unión de España llevando a escena obras como esta.
La cultura de que el vecino no se entere
Y así, si 39 años sirvieron para desperdigar los pedazos de las Españas por todos lados, si solo promovieron que sus gentes se odiaran más, ¿cuánto faltó para que el país volviera a ser uno? ¿Sirvieron los intentos de que todos los creadores, sin importar sus ideologías, convivieran en el mismo espacio para unificar España? ¿O todavía, después de tanto, es un país en tregua?
Es lamentable, pero a veces parece que es la última opción. A veces parece que España mantiene una tregua que no termina de decantarse en una verdadera paz. Vemos todos los días como el debate político de extremos trastoca el marrón de las tablas y el negro de las sombras de los escenarios. Se convierte todo en un derechas o izquierdas inútil, o peor aún, en la necesidad de apuntalar como malo o despreciable todo lo que hace el otro.
El año pasado, justo antes del segundo brote de la pandemia, estaba con los organizadores de un festival y pude percatarme como, durante un evento que buscaba solidarizarse con los nuevos creadores de Castilla-La Mancha, los mismos directores querían que no se enteraran de la iniciativa otros gestores culturales de pueblos cercanos. La pregunta es, ¿por qué si buscaban apoyar al talento emergente de la región, no permitían que los vecinos se enteraran del proyecto? Entre otras cosas, comentaban que siempre existen las malas lenguas y siempre está el que por envidia desea que el festival se caiga. No veo aún la razón de ocultar tales iniciativas, o de reducir los logros a un pequeño grupo, o de despreciar al vecino para que su trabajo no vea el éxito, o de permitir que solo una elite minoritaria tenga acceso a tal o cual cultura.
Una vez más, es la tregua y no la paz. De alguna manera, lo buscado por Marsillach y la serie de creadores que permitieron en su momento generar un espacio para todos, no ha visto la luz. No se ha logrado del todo.
Así, parece que los de ahora todavía tienen la alerta muy encendida, la trinchera apuntada y el muro arriba. Parecido al momento histórico en el que Alberti regresaba. En aquel entonces, se decía que el público iba “atención y respeto” a ver las nuevas obras del CDN. Pero también existía la cautela y la censura.
El crítico y director español José Monleón, firme defensor de la obra de Rafael Alberti, reconoció en 1978 “la necesidad de que el autor hubiera confrontado el original, escrito en los 50, con el texto en que se debía basar un espectáculo en la España de 1978, en la que el ambiente políticosocial, y también el teatral por la polémica creación del CDN, estaba enrarecido“, tal y como indica El Kiosco Teatral.
Habrá que esperar unos meses, la vuelta tras la pandemia, la verdadera vuelta del creador y del espectador, a ver cuál España queda y cuál teatro en ella. Quizás una más solidaria, más unida, quien sabe.
Poema de Rafael Alberti
Te digo adiós, amor, y no estoy triste
Te digo adiós, amor, y no estoy triste.
Gracias, mi amor, por lo que ya me has dado,
un solo beso lento y prolongado
que se truncó en dolor cuando partiste.
No supiste entender, no comprendiste
que era un amor final, desesperado,
ni intentaste arrancarme de tu lado
cuando con duro corazón me heriste.
Lloré tanto aquel día que no quiero
pensar que el mismo sufrimiento espero
cada vez que en tu vida reaparece
ese amor que al negarlo te ilumina.
Tu luz es él cuando mi luz decrece,
tu solo amor cuando mi amor declina.