El humo es una neblina espesa, está por todos lados. Un tarareo resuena en la sala. Su eco llena el lugar. Los cuerpos están regados en todo el espacio. El sonido de la batería les marca el ritmo. Hay cacareos, ladridos, mugidos. Juntos cantan un himno. Es un hecho, los animales han decido alzarse.
—¡Dos piernas enemigos cuatro patas o plumas amigos!
68 años después de la muerte de George Orwell, su obra sigue viva en Venezuela. En septiembre de 2017 se estreno 1984, la novela que lo inmortalizo. Dos meses después, el grupo teatral Skena realizó una adaptación de Rebelión en la granja.
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El proceso comenzó en junio del 2017. En medio de las protestas en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Cada lunes y martes el grupo de estudiantes del taller montaje tomaba previsiones para poder llegar al teatro. Incluso cuando eso implicará llegar antes de que trancaran las vías y esperar más de tres horas para poder ensayar.
Para Armando Álvarez, el director de la obra, es sencillo: gracias al grupo que había, a su entrega, es que existe Rebelión en la Granja. “Ver ese afán que tenían esas personas. Esa energía. Éramos 27 y había 24 que llegaban con todas esas situaciones. Esa gente se merece que uno se dé un dolor de cabeza por ellos. Porque Rebelión en la granja fue un dolor de cabeza. Satisfactorio, si, pero un dolor. Yo no me complicaba con una obra de teatro de taller tanto, desde que comencé a dirigir profesionalmente que fue hace 10 años”.
Todavía ahora, durante su segunda temporada, el elenco sigue llegando tres horas antes. Los 25 actores comparten un camerino de 3×7. Uno a uno va pasando, se sientan en la silla frente al espejo y Vladimir Sánchez, el vestuarista, los transforma de personas a animales con su brocha. Sin magia ni baritas mágicas, solo pintadedos, sombra y barro. Especialmente barro. El olor llena de humedad todo el cuarto. Dieguito, el más pequeño de los actores, va pasando por cada uno. Inspecciona manos y pies. “Todavía estás muy limpio”, le dice cada tanto a alguno de los actores, al mismo tiempo que les extiende el barro y los ayuda a ensuciarse.
Dieguito es un niño de menos de un metro de alto que interpreta a un cabrito. Él no formo parte del taller pero Nancy, su mama, es la cabra de la obra y fue tanta su emoción en los ensayos que el director lo incluyo en la obra. Y aunque hoy camina de un lado al otro con cachos en la cabeza, practicando sus sonidos de cabra, Dieguito bajó llorando del escenario el día del estreno. Con la voz cortada por las lágrimas le pedía a su mamá que lo sacara de ahí, que no quería volverlo a hacer.
Al final de la obra, mientras los cerdos bailan y beben en el escenario, Dieguito, su mamá y el resto de los animales caminan entre los asientos. Se acercan al público y les piden algo de beber, de comer. Es parte de la puesta en escena. Pero el público los ve mal y se aleja. Como si olieran mal. Como si en efecto se tratara de indigentes. Otros solo se ríen y Dieguito, que solo juega a ser un cabrito, no entiende porque se le aleja la gente. La indiferencia le duele por igual, dentro y fuera de las tablas.
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Armando ríe. Parece contento de decir que Rebelión en la granja es una obra desgraciada de principio a fin. Una obra que te jala para abajo, que no se disfruta. Una obra sin luz en la que es divertido ser el opresor cuando es de mentira. Cuando tiene una labor mas allá que el servir de muestra. Lo fabuloso es los cerdos, y ver como pusieron esos cerdos, grotescos y dientes sucios. Para él esta fue su forma de vomitar, como cuando comes algo y no te cae bien. De expulsar al país y drenar toda la tormenta que tenía por dentro.
El tiquiti tiquiti de las canciones de la obra retumba en el espacio. Es un rechinar agudo que te hace sentir dentro de un carrusel oxidado, entre una voz que repite un molino de viento. Un molino que construyen una y otra vez sin importar cuántas veces se caiga. Entre coreografías y canciones. Entre las promesas de Napoleón. Entre el hambre, el cansancio y el desgaste. Entre animales que mueren y otros que nacen. Entre las leyes que cambian tras ellos sin que ninguno haga nada, sin que siquiera se den cuenta. Todos están muy ocupados reconstruyendo el molino.
“Creo que una de las cosas que mejor ha hecho este gobierno es derrumbar el espíritu humano de los venezolanos. Lo ha destruido a cenizas y ha levantado en esperanzas vacuas el espíritu de los que creen en ellos. Están esperando su molino de viento. Su cambio, que va a llegar en algún momento, que seguimos trabajando y lamento decir que no va a pasar, ese Godot no va a llegar hoy tampoco. Había que hacer algo tan amargo como Rebelión en la granja, porque lo que me interesa de la pieza es que no puede haber esperanza”.
Las siete reglas de la granja pasaron a ser solo una: todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Mientras los cerdos beben en copas, usan teléfonos y lentes. Leen la prensa y fuman tabaco. El resto de los animales se han ido sumando a la miseria, arrastrándose debajo de ellos. Exactamente de la misma manera, en el país con las reserva de petróleo más grande del mundo, el 61% de sus habitantes se acuesta con hambre, sin comer, porque no cuentan con recursos para adquirir la canasta básica. Al igual que en la granja, el 87% de los venezolanos vive por debajo de la línea de pobreza.
Granja Manor ahora es Granja animal, Napoleón ha decidido cambiar su nombre. Así como Venezuela paso de ser la República de Venezuela para convertirse en la República Bolivariana de Venezuela. Una granja de animales hambrientos, con niveles de desnutrición que solo iguala África. Una granja en la que en 2017 fallecieron cinco niños por mala alimentación. 4 de cada 10 niños no crece correctamente por desnutrición, según Caritas Venezuela
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Faltan cinco minutos para dar sala. Armando, el director, aprovecha para hablar con todo el equipo antes de arrancar. “Cuando estén allá arriba piensen en esto. No es que tienen que inventar mucho, no hace falta imaginar tanto. Piensen en las tres cosas que tienen para cocinar cuando lleguen a casa. Ya sea porque no tienen dinero o porque no consiguen comida. Piensen en la gente haciendo colas inmensas para comprar un solo pan. Estamos en un momento en el que hace falta decir. Lo que les voy a pedir es que digan”.
El círculo es inmenso. Hay patas, gallinas, burros, vacas, cerdos, ratas, caballos, cuervos… Todos agarrados de las manos. Todos juntos como un gran equipo. Respiran acelerado y tienen la mirada fija al frente. Juntas su manos en el centro mientas escuchan al cuervo decir allá arriba camaradas. Allá arriba, exactamente detrás de esa nube oscura que ustedes pueden ver, allí está situado monte azúcar, esa tierra feliz donde por fin nosotros, pobres animales, descansaremos para siempre de nuestras fatigas. Por la prosperidad de la granja Manor.
El color negro esta por todos. Los vestuarios, la escenografía, maquillaje. Si, es una obra de animales en ruinas. De molinos oxidados y sueños sin base. Ya está todo listo, ahora solo falta esperar que el público pase y se sumen a las 1000 personas que han visto la obra entre ambas temporadas.