Dice Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido, que el ser humano es ese capaz de construir la cámara de gas, y de entrar en ella musitando una oración.
Bien y mal, como algo que pareciera convivir eternamente o cíclicamente, –elija usted su corriente filosófica favorita–. Tal tragedia existencial, tomar la consciencia de este equilibrio e intentar entenderlo, conduce a un efecto de compresión del “símbolo”.
No por nada Frankl es el fundador de la tercera escuela vienesa de psicoterapia: la logoterapia.
El símbolo, profundiza Beuchot, en su libro El arte y su símbolo, es distinción y por ende analogía, aquello capaz de unir las cosas más separadas, a través de la interpretación.
No cuesta entonces pensar en esa unificación que hace Frankl de bien y mal, sobre la experiencia personal de un evento traumático como la masacre judía de la II Guerra Mundial, obrada por Hitler y su poder a través del Estado.
Resiliencia es un término psicológico, y supone la capacidad humana de superar circunstancias traumáticas. Superarlas para seguir adelante, a pesar de todo, –y contra todos–.
Si vemos al <<teatro>> como un símbolo, es posible que hoy día en Caracas, veamos una maquinaria que sigue trabajando pese a todo. Una que cede, cuando el motivo precede a la acción en conjunto con la palabra.
Qué es el teatro, sino una ventana para la interpretación. Lo interesante del teatro, en este caso, es que posee la facultad de unir ideas a través del diálogo, el debate y la creación, sin muchas leyes. Quizás por ello, el teatro permanece intacto en el tiempo, dejando solo fantasmas para la memoria. Y quizás por ello, en el teatro las palabras tengan más valor, que en cualquier red social o conversación de café.
Al teatro vamos a escuchar, y nos vemos obligados a ello activa o pasivamente. Quien no escucha en teatro está condenado al fracaso, y por ende, a vagar presa de la frustración.
Porque en teatro lo que realmente está en juego es la “civilización”.
Por eso, a mi entender, debe costar tanto no juzgar a aquel creador que adversa contra el teatro, convirtiéndolo en un panfleto para ideas políticas, pues el teatro hace a la política, y no al contrario. Ahí está Edipo para recordarnos que todo pueblo está condenado a su destino, bien sea el rey por su ceguera o el pueblo por quedar inactivo frente al miasma.
El teatro nos recuerda que toda contaminación debe ser reparada. Si no, estaremos condenados al castigo divino por la eternidad.
Hace unos meses la Organización Nelson Garrido (ONG para los entendidos) se declaró en resiliencia. Era de esperar que un espacio de creación con el carácter libertario que los caracteriza, tomara tal acción. Sobre todo porqué el término, deja de tener un carácter psicológico, para adoptar otro símbolo: el político.
El teatro siempre está en resiliencia en medio de una dictadura, la del director. Muchas veces uno benevolente, otras tantas un “esquizofrénico”. Pero su anatomía cíclica permite la depuración temporal y física de sus tormentos. Un proceso nunca será igual al anterior, así como una función nunca será igual a la anterior.
Pese a que en el teatro lo efímero cobra un valor mucho más valioso que en otras artes, el hecho de que el teatro nunca sea obrado por los mismos creadores -jamás lo estará-, descubre la cualidad autosuficiente del hecho teatral. Nadie es indispensable, y aún así, necesarios. La maquinaria teatral se mantiene activa a través del trabajo constante de sus “hormigas”, y cuando una se cansa, se agota, se frustra, viene otra a cubrir el espacio deshabitado.
El teatro supera sus pérdidas con un fin mayor, mantener vivo el teatro, superando el trauma de la pérdida, con la necesidad de mantener el aliento de la boca en un escenario, inhalando.
A lo largo de los meses que han durado las protestas en la ciudad, el teatro ha abierto sus puertas. De todas las maneras posibles, bajo las ideas más imposibles. Y la gente se sigue acercando.
Cuesta imaginar las razones y los motivos, pero la más obvia de todas las necesidades del hombre frente al esparcimiento, presuponen un triunfo si el espectador sigue llenando su butaca. Ir a escuchar(se) puede promover el procesamiento de nuevas ideas. Y de ese modo, la posibilidad de ir superando traumas, de estar en resiliencia.
Toda risa es sanadora, toda lágrima también. Un espectador que se ha identificado con lo visto o lo narrado, es un espectador ávido de un nuevo proceso de aprendizaje interior. Pues el teatro, aúpa las emociones para su comprensión.
En la pieza Mi hijo sólo camina un poco más lento del dramaturgo croata Ivor Martinic, uno de los personajes exclama:
-Ojalá nos enamoráramos.
Ojalá.
En el símbolo del amor, nace la posibilidad real de conectarnos con lo que hemos perdido. El teatro es un amante, en ese sentido. Uno que permite la conexión directa por el amor propio, hacia los demás y lo que nos rodea. El cambio de percepción se obra a través de la observación de todo el espectro “analógico”, ese que nos permite tener una visión 360, para poder unir los puntos que nos llevan del bien hasta el mal, y descubrir que tienen un mismo origen: lo humano.
Ojalá que al menos nos volviésemos a enamorar de las cosas más sencillas. Que fuésemos sinceros realmente con eso y no se confundiera cursilería, baja autoestima o egomanía, con amor. Por eso también es tan difícil el teatro, porque se trata constantemente de un proceso de transformación, en resiliencia, porque no importa si es traumático, se sigue adelante, porque cada error es una forma de corregir. He ahí también la labor educativa del teatro.
El teatro es nuestra forma de calcar sociedad. Por ende, la manera en la que podemos volver a tomar apuntes para reconstruir lo destruido. El teatro en resiliencia. El país en resiliencia.
En la versión teatral de Robin Hood, escrita por el dramaturgo argentino Mauricio Kartun, el personaje del Trovador cierra con un poema* que es un llamado de atención. Una forma de generar debate frente a nuestra propias ideas de lo bueno y lo malo.
El romanticismo del espectador que se sienta en una butaca a soñar despierto, va siendo conducido a la necesidad de que asuma una postura frente a un código ético y moral, que va más allá de la libertad individual, y que aspira trastocar el fondo de esas bases culturales cuando nos pertenecen frente a un gentilicio.
Lo que nos pertenece. Ojalá nos enamoráramos de lo que somos, a través de lo que ha partido o hemos dejado ir, de nuestras carencias, para solventarlas. Porque si la frustración de nuestro destino como venezolanos ha sido conducida a negar, escapar o huir de ese “patrón nacionalista” impuesto y falso, también ha ayudado a contribuir a la indulgencia frente a la crisis de nuestra torpe y vilipendiada educación sentimental. El teatro promueve la dirección de las emociones a través del pensamiento. Por eso un actor emocional, necesita de un director racional, o un director emocional, de un grupo de actores capaces de obrar con lógica su fin en la puesta en escena. Sin este equilibrio, solo una de las partes se dejaría ver al abrirse el telón.
¿Y no es eso lo que pasa últimamente?
*Ojalá que a los malos les vaya mal al final.
Como en los cuentos.
Y que los buenos por fin se decidan a luchar.
Como en los cuentos.
Ojalá la justicia.
Ojalá la libertad.
Ojalá la honradez.
Ojalá la dignidad.
Que tengan premio los buenos,
y los malos escarmiento.
Como en mi cuento.
Ojalá que las cosas de la vida se parecieran a los cuentos.
Llena de sueños, de heroísmo y de quimera.
Como los cuentos.
Ojalá que los hombres entendieran de una vez
que del sueño nace el mundo, y no piensen al revés.
Por que a esta tierra le hace falta un argumento.
¡Donde triunfe la verdad…
como en el cuento!.
La creación se alimenta de la convulsión y nuestra naturaleza se balancea entre dos fuerzas. El teatro es el termómetro de las capacidades políticas y sociales del individuo. Somos soldados con balas de luz y conocimiento. Salud!!