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Ron Lalá sacude el cadáver del teatro en “Crimen y telón”

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Ver un espectáculo de Ron Lalá es como entrar en un torbellino con una carga de cinco siglos de historia teatral. Aunque la compañía tiene 23 años de trayectoria, refugia en su vena el decoro y verso del teatro áureo, la alegría de la comedia del arte y la provocación del teatro inglés. Ahora, con Crimen y telón, reivindican el teatro y rinden un auto-homenaje al arte, utilizando lo que es propiamente suyo.

Bien han querido alejarse de todo elemento tech de la actualidad, en un modelo escénico analógico y detonar las innovaciones del teatro no convencional en un espectáculo que tiene lo mismo de oda a lo escénico que de denuncia hacia lo nuevo. Lo hace con la música en vivo que caracteriza al grupo, y con los maravillosos versos de Álvaro Tato, a cargo del guion.

De allí parte una historia que nos traslada al año 2039 y que comienza con un hecho concreto: la muerte del teatro, un hombre que aparece colgado de una viga, con una cuerda. Y se desenmaraña hasta alcanzar un viaje casi onírico, en el que los miembros de la AAA –una policía encubierta, semejante a la Brigada Político-Social de la dictadura de Francisco Franco, o la policía secreta de Cuba o a las Fuerzas de Acciones Especiales en Venezuela– tratan de averiguar qué ha pasado con el cadáver que ha desaparecido.

El contexto está dado por un retorno a los valores del medioevo en el que en numerosos países hacer teatro estaba prohibido. Aquí también. Además, es penado cantar, hacer poesía o rimar en verso, y cualquier actividad artística. Rememora, entonces, una época en la que estaba prohibido el teatro y lo compara con problemas de la actualidad como la autocensura. Se burla de los hípster contemporáneo y va contra la digitalización de la vida.

“Es una distopía en la que los teatreros y los músicos se han convertido en algo similar a los gánsteres y hampones de los tiempos de la Ley Seca”, afirmaba Tato, a los medios en 2017 cuando estrenaban el espectáculo.

Un teatro pedagógico

Crimen y telón, en principio, y durante la primera hora de espectáculo, se viste de maestro y cae en lo pedagógico para explicar, en un mundo apocalíptico –donde a los terrestres los envían a marte– qué es el teatro, qué es la poesía, qué es el proscenio, y así con todo el diccionario de las artes escénicas. Por momentos se vuelve tediosa producto de la saturación de contenidos, juegos de flashblack y el uso excesivo de elementos explicativos que parecen usados para rellenar una historia que es sencilla y hermosa.

Ron Lalá y su director, Yayo Cáceres, procuran hacer un espectáculo casi didáctico para toda la familia que sirve muy bien para enseñar a las personas quienes fueron desde Shakespeare y Valle Inclán, Mihura o Mayorga, hasta Ron Lalá. Hay también referencias a Poe, Calderón, Conan Doyle, Agatha Christie o Samuel Beckett.

El guion de Tato, además juega con el tiempo, el espacio y recursos de la actualidad y la antigüedad. Para ello, hace uso de carritos teledirigidos, vestuarios a lo Star Wars o voicenotes.

En la segunda parte, uno de los férreos miembros de la AAA cae en una especie de sueño. Una anécdota viviente que va devorando sus pensamientos hasta que se da cuenta de que él mismo es un versadicto, que el teatro es lo que sueña y anhela, y que hay que salvarlo. Justo cuando entendemos que toda la obra es un gran reflejo de lo que como creadores estamos haciendo con el teatro.

Al final, toda la narrativa se engrana en una red de relaciones en la que el teatro y la poesía son personas.

Así, Ron Lalá pide que no muera el teatro. Que no se le asesine, ni se le destruya. Y, la verdad, lo hace con escándalo y locura, pero también con belleza y con un escenario lleno sombras y luces que sumergen al espectador en ese mundo. Y eso es el teatro. Que sirve para cantar la realidad y para rechazarla.

En un punto, además, los actores Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena, Daniel Rovalher y Fran García hacen que la gente participe en la obra, rompen la cuarta pared, toma recursos de Seis personajes en busca de autor de Pirandello y hace guiños al teatro del absurdo. Lo mejor, y más excepcional es la magia de Tato en el verbo de los actores.

Una propuesta política

Otro de los aspectos interesantes es el humor con el que cuelan la realidad social del país:

“¿Se acuerdan de la España donde la cultura ocupaba el centro de los programas educativos, se invertía más a cultura que a armas y había una librería por cada 10 habitantes? Lástima que la exiliaran al campo de concentración a marte”.

De esta forma, ponen sobre la mesa una propuesta política, educativa y cultural para las nuevas administraciones públicas y los futuros gobiernos. Todo ello con grandilocuencia, con presupuesto y con la oportunidad que les brindan los grandes espacios culturales para llevar su mensaje.

Crimen y telón se vuelve en un acto auto-estimulante y egocéntrico, que iza una bandera de lo que hay que corregir. A la espera de que alguien de la administración los escuche y entienda el alocado relato que han armado.

Vale recordar que recientemente, los andaluces de La Zaranda hacían una crítica similar pero más introspectiva y con menos presupuesto, con su obra El desguace de las musa. En esta critican el teatro que “deja de tener alma para convertirse en solo ocio”, así como la desaparición del verdadero arte.

Ron Lalá también propone a los artistas darse cuenta de lo que bellamente ha construido España en su quehacer teatral y de las cosas que se pueden hacer con la cultura.

Esa España con baja autoestima que siempre cree que lo de afuera es mejor, puede sacudir algunos cadáveres y mirarse en el espejo para lograr cosas insólitas.

 

“9 de agosto de 2019.

Asesinan el teatro frente a un público que cree estar viendo una obra”.

 

 

Veo que en otros medios han reseñado que con esta obra Ron Lalá está en “estado puro”, que no es lo mismo que el “puro teatro” de la Lupe, quien denunciaba a su ex “la falsedad bien ensayada” y el “estudiado simulacro”. No sé si esto responde al “estado puro” o al “puro teatro”, pero sí se puede afirmar que es alma y magia. Como también lo pueden ser los modelos de teatro contemporáneo, y las fórmulas que utilizan recursos audiovisuales y llenan la escena de multidisplinariedad, que además dan cabida a que un conjunto extraordinario de artistas, como videógrafos, ilustradores, artistas plásticos y más, que en el siglo de oro no era posible.

Vale resaltar el teatro de antaño, sus logros y pérdidas como el teatro actual, con miras a que en 2030 tengamos nuevas fórmulas para seguir viendo grupos como Ron Lalá en España, Diritambo en Colombia, Skena o el Grupo Actoral 80 en Venezuela, que son los maestros.

 

 

Imágenes de Ron Lalá
Agradecimientos: Prensa Teatros del Canal

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