Los actores, con posiciones penitentes en el escenario, son los primeros en recibir al espectador una vez que entramos a la representación. Con una iluminación que recuerda al tenebrismo pictórico, Salmo 23 comienza a mostrarse como lo que es: un rito. Teatral, litúrgico, espiritual.
La obra sin ser explícitamente religiosa, se apoya en las estructuras católicas para construir un relato de marcado gen andaluz sustentado en los tres fundamentos de la Semana Santa: pasión, muerte y resurrección. Aún teniendo un hilo conductor que los anexiona, cada acto funciona independiente al anterior en estilo y trama: de este modo se crea un mosaico heterogéneo de imágenes y sonidos que surcan las emociones.
El primer acto, una vez vencidas esas posturas iniciales, se hace intenso, gestual, en ocasiones frenético por las coreografías que lo sacuden. La pasión se escenifica en una boda vívida, disfrutada y sufrida. La obra toma una dimensión vehemente y sólida.
Incitadas por la música y el sudor entramos en el segundo acto, donde los parámetros de la obra parecen flexibilizarse. Con un tono menos espectacular y una esencia más intimista y cercana vemos a los personajes desarrollarse, desenvolverse, morir dentro de la función para crear un limbo en el que el espacio escénico se rompe, dando lugar a una nada, a una muerte frente al espectador.
Salmo 23 entre coreografías, música y sudor
Casi como una oración, repiten “seguir caminando, paso a paso”, y eso es justamente lo que hacemos junto al elenco, avanzar hacia la sublimación final.
La liturgia entra en su recta final y estalla en una colectividad en la que todo el público es partícipe, transformándose en una misa, salmos y la paz incluidos, que acaba asemejándose a una terapia colectiva. Ése espacio de interacción genera un lugar de asentamiento y reflexión, a la vez que funciona como catalizador de los sentimientos del espectador.
Durante el transcurso de la obra oímos en diversas ocasiones “sabemos cómo queremos vivir, pero no morir”, vaticinando el destino de la representación. De este modo, Salmo 23, construye un relato que habla de la ausencia, del origen y del recuerdo. Nos acerca a la humanidad y como si fuera una de esas tramas universales que construyen las historias, nos hace más humanos al sabernos comunes a las mismas tragedias e inquietudes. Pero lo más increíble es que a su vez la obra no habla de nada que tú no sientas que habla, pues construye un camino único y propio en cada espectador, aunque sin duda será muy sentío.
La obra estuvo en cartelera en el Umbral de la Primavera y próximamente habrá nuevas fechas.