Mal trago es la noche
Difícil es asimilar su pena, su goteo inacabable.
Mejor es huir, como peso que cae de lleno al agua, a velocidad de abismo.
En ella soy y seré perseguido del odio, bocado de la jauría.
Primer acercamiento
Cuenta que su primer encuentro con la poesía fue en bachillerato, en unas vacaciones de cuarto para quinto año que fue a casa de un tío paterno en San Joaquín, en Carabobo. Ese año estuvo con su tío para poder estudiar ciertas materias y llegar mejor preparado al último año “esa era la fantasía de su padre”. Tenía un pequeño cuarto para el solo, con una ventana hacia el patio trasero, que no era corral. Grama muy verde y un muro.
“Yo veía cómo la luz daba en ese muro de cemento crudo, y sentía el calor de la hora. Pasaba mucho tiempo observando eso y me agradaba. Entonces, de buenas a primeras, cuando mi tío Sergio no había llegado aún del trabajo, comencé a escribir unas líneas en un block de páginas amarillas. Creo que aún debo tener esos primeros escritos por ahí guardados. No recuerdo qué decía en ellos, pero de seguro eran sentimientos, que es lo que se suele escribir a esa esa edad, 15 años”, enfatiza.
Escribir poesía
Sus inicios con la escritura llegaron con poetas referentes que había leído en el colegio, en la materia de Castellano. Varios, sobre todo los españoles y Rubén Darío, Pablo Neruda y Vicente Gerbasi. Los tenía en su mente cuando intentaba escribir, sus formas estróficas, sus metáforas, comparaciones y las rimas.
“Trataba de imitar, como era de esperarse. Ya sabía algo de esos recursos retóricos, pero claro, los manejaba con toda la inexperiencia de la edad. Parece mentira, pero siempre me costó darme cuenta de que había materia poética en la poca vida que llevaba sobre la tierra, ahí estaba la infancia, las aventuras y los dolores del crecimiento y no fue sino hasta la entrada en la universidad, a los 18, cuando comencé a darme cuenta de eso, y tampoco como hubiera querido”, confiesa.
Manifiesta que siempre escribía para él hasta que se atrevió a mostrárselo a su padre, quien siempre fue un gran interlocutor de sus cosas, las apreciaba mucho, se las mostraba a sus amigos que eran todos periodistas. “De allí mi amistad con José Pulido, a quien le debo muchísimo de esos primeros años de actividad literaria. Mi padre y él eran como hermanos, y fue él quién me alentó a dar los pasos correctos y a sentirme cada vez más seguro. Ah, debo decir además que mi padre, antes de llevarme con Pulido, me hizo reunirme con Armando Coll“, recalca.
Narra que Armando Coll lo citó en el platillo protocolar del Teatro Teresa Carreño para hablar de sus textos pero cuando llegué allí había un desbarajuste, un gentío, supone que por algún evento que estaba dándose. Al final solo pudo hablar dos tonterías porque tenía una pauta de trabajo (era periodista de planta de las páginas culturales del El Diario de Caracas) y no le alcanzaría el tiempo si sentaban. Cree que calculó mal. Muchos años después, ya en esta última década, estuvo en su casa y le recordó aquel momento. Se rieron. Fue muy cariñoso porque recordaba con afecto a su padre.
Vivir poéticamente
Reflexiona diciendo que vive la poesía desde lo personal, pero trata de escribirla desde las máscaras. Desde que descubrió esa posibilidad, ese recurso de distanciamiento, ha sentido una liberación enorme que no hace sino darme más combustible para escribir.
Lo que escribo es producto de todo lo que vivo, veo, hablo, me hablan, leo, etc.
“Todo entra en el torbellino de las imágenes que pongo en movimiento o que me encuentran, porque a veces son ellas las que me buscan, y desde esa condición voy tomando los riesgos de lo que llamo escribir”, puntualiza.
Para González-Sejias es bueno que haya límites en cuanto a la escritura, es una lección aprendida de los griegos antiguos. La modernidad echó por tierra todo eso porque la modernidad es hija de Prometeo, el gran titán de la desmesura y la trasgresión. “Somos de algún modo hijos de él, de su piedad, de su “humanidad”. Pero se nos olvida que por sus atrevimientos fue condenado a sufrir mucho, un castigo horrendo, ser atado la roca del Cáucaso y que un águila le devorara el hígado todos los días… Y todo por la “ayuda humanitaria” a los pobres mortales… Hago analogías simbólicas… En fin, este rodeo es para no descuidar que haya aparecido la pregunta por los límites”.
No sabe si la escritura es inagotable, lo que sí cree es que la imaginación sin duda lo es. De allí a ponerlo por escrito es otra cosa. Sin embargo, cuando se escribe desde las máscaras, porque hay muchas, como en el teatro, la posibilidad de la abundancia es algo mayor. “Ahí está Shakespeare, qué mejor ejemplo. Abundancia por lo variado, por el espectro de posibilidades exploratorias que se abren, que en algún momento van a cesar”
En cuanto a los temas que escribe asegura que no tiene nada fijado. Los asuntos aparecen por intuición o por malestar. “Comienzan en uno como cuando te duele la salida o la caída de un diente, es una incomodidad que va creciendo. Si resulta que no pasa de cierto estado y lo que se perfilaba desaparece, pues no era para trabajarlo o para dejarse trabajar por eso”.
Poetas. Movimiento poético en Venezuela y en Latinoamérica
Responde a que sus poetas preferidos están contenidos en los dos tomos de la Antología de la poesía hispanoamericana, elaborada por Guillermo Sucre, en la segunda edición de Monte Ávila (la primera fue de Equinoccio, USB). “Hay una muy buena cantidad de enormes poetas allí, comienza con los nacidos en el siglo XIX y termina con los nacidos en los años cuarenta del siglo XX”.
Cuenta que esta antología le cambió la vida bruscamente. Fue el equivalente del “aleph” borgiano para él. Da algunos nombres: Carlos German Belli, Ocatvio Armand, Alejandra Pizarnik, Álvaro Mutis, Braulio Arenas, Roberto Juarroz, Blanca Varela, etc. Tiene autores a los que vuelve siempre: Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Ramos Sucre, Vicente Gerbasi, Ramón Palomares, Yolanda Pantin, Ida Gramcko, quien además fue su profesora en la escuela de Letras, su otro maestro, Eleazar León, a quien le debe demasiado.
“Silva Estrada, Octavio Paz, Antonio Machado, y al grandísimo Juan Sánchez Peláez que fue para mí el golpe o la caída más larga que me ha propinado un artista en cuanto a aspiraciones a publicar y “aparecer” en el mundo literario”. Dice que cuando leyó por primera vez a Sánchez Peláez ya estaba escribiendo con más conciencia, con más atención, pero lo que no sabía es que una poesía como esa se había escrito en Venezuela, una poesía con esa hondura, con ese temple irracional, con esa franqueza, distinto a todo lo que yo había leído.
Suelo decir que la poesía de Sánchez Peláez es como la célula madre de toda poesía contemporánea, de ella sale todo
“En ella están los patrones de lo que formará un cuerpo, un tejido completo. Pasar por esa escritura me sacó del juego por unos años, no escribí más, desde los 23 a los 31 años. No pude, me daba vergüenza. Leí mucho a los norteamericanos, poco a los franceses aunque ahora más y a los italianos los he ido leyendo a lo largo del tiempo”, concluye.
Publicaciones
Al poeta venezolano no le costó tanto en términos de hacer el libro propiamente. Fue una edición que consiguió por fortuna un patrocinante, la Fundación Lectura, que le permitió cubrir los costos de la impresión. Manifiesta que quizá lo más difícil fue decidirse a publicar. Estuvo mucho tiempo con ese libro engavetado (casi dos décadas), dándole demasiadas vueltas.
Siempre fui muy inseguro, ahora también pero no tanto. Cuando me decidí ya tenía dos adicionales.
Samuel dice que aparece en ese momento en “sociedad” (como jocosamente le dijo el poeta venezolano Alfredo Chacón una vez) ya con más de cuarenta años de edad. Además afirma que esto último no me quita el sueño, pero no deja de ser una pequeña molestia a veces porque en Venezuela. “Quien es poeta, parece que debe empezar muy jovencito y ser genial, además. No es una regla escrita, está en el ambiente. Pasa un poco como en esas películas del oeste, cuando el tipo que ha llegado al pueblo, entra en la cantina y todos hacen silencio y voltean a verlo… y no todas las caras son de buenos amigos”, expresa.
Tiene dos libros publicados el primero, Espesa marea (2015) por La laguna de Campoma y Salmos de la penuria (2018) por Oscar Todtmann Editores:
Espesa marea es un trabajo sobre la duda y la experiencia juvenil de buscar camino. “El conjunto remata con una elegía a mi padre, que falleció en 2009, sin conocer a su nieta, que nació el mismo mes que él, doce días antes”.
Salmos de la penuria es un trabajo sobre la angustia, la pobreza, la soledad, la ingrimitud de un sujeto al que solo le queda recurrir a la plegaria, a la súplica, para intentar sentirse menos abandonado, menos asediado por la maldad y la estrechez circundante. “Lo escribí en tono de salmo, o al menos eso intenté. No sé si lo conseguí”.
Ambos libros se pueden obtener en físico en Caracas en el Buscón, Alejandría, y Kalathos.
¿Cómo definirías la palabra poesía?
Hoy diría que es una manera de hacer posible lo sagrado, no lo religioso, que es otra cosa; es abrirse a la posibilidad del misterio, una palabra desprestigiada, como la palabra corazón, en los círculos de artistas y escritores. La poesía es un modo de ahondamiento en lo desconocido y por eso, una manera de encararse con las imágenes que realmente importan, las que surgen de la memoria profunda, arcaica, primera, que empieza con nuestros muertos, nuestra casa y nuestro lugar en el mundo; imágenes y contenidos que están allí para dar sentido y quizá, destino (otra palabra sin reputación en nuestra é
Desde que estamos viviendo de Pandemia ¿Cómo ha sido tu conexión con la escritura ?
Ha sido fuerte la conexión. Tengo un poemario preparado y otro en ciernes, en desarrollo. La cuarentena ha sido un surtidor de posibilidades expresivas muy importante. He tratado de aprovecharlo al máximo. Otras máscaras han aparecido, con sus tonos y registros propios. Veremos qué ocurre con eso.
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