El teatro de “alguna manera” (por su carácter trágico) ha sabido sostenerse en medio de la terrible crisis que asola al país. Siempre se asume el riesgo.
Tiene el TEATRO la particularidad de poder llevarse a cabo en cualquier rincón. E incluso, tiene el TEATRO como concepto, la asombrosa cualidad de ser debatido sobre lo que necesita y no, para llevarse a cabo.
El actuante del teatro es el teatro mismo.
La historia siempre nos recuerda que todo origen marca también un camino para la transformación. Que volver al origen, que tener conocimiento de ello, puede ayudarnos a entender las angustias del presente.
Pienso en Tespis, y en la voluntad de un hombre que montado en una carreta cambió la historia de la humanidad y su relación consigo misma.
Está bien, a veces el espacio que necesita el TEATRO para ser “mágico”, es la nada. Y fundamentados en esa <<nada>> la construcción de un espacio, cualquiera, para llevarle al hombre la historia que se desea contar, y que luego cumple la labor de hacer reflexionar.
Recuerdo haberme sentado un día en un parque de Quito a observar a un cómico prepararse, maquillarse para lo que luego sería su presentación. Alrededor de unas 50 ó 60 personas se unieron en torno a él, y lo escucharon con atención.
Ese evento me hizo pensar en la necesidad primaria que tiene el hombre de reunirse a que le cuenten historias.
Tanto se cuestiona la utilidad del arte, o del teatro en sí mismo, porque la ganancia que del arte se desprende, en un mundo donde lo material nos consume, es de carácter espiritual.
Pienso entonces, que matando lo que nos hace humanos… ¿qué es ese ser vacío que despierta a diario a buscar una razón para vivir?
No debe ser ajeno que dos eventos aislados pongan sobre la mesa el destino incierto que nos depara en este país: Por un lado, Teatrex El Hatillo cierra sus puertas, en el comunicado oficial la empresa aclara: “La crisis nos obliga a tomar decisiones difíciles”. Por otro lado, la realidad nos pone en jaque. Ciudad Bolívar, es tomada por los presos de la cárcel Vista Hermosa, desatando una ola de crímenes, caos y violencia. Otra marea alta, en un país que se ahoga progresivamente.
Debe molestar perder espacios diseñados para llevar a cabo el ritual social. Debe molestar, no solo que se cierre un espacio teatral, sino, que se tome una ciudad a la fuerza. Como por años, se han venido cerrando espacios, de la misma forma como han secuestrado el país.
La metáfora es obvia.
En el año 1993, Susan Sontag presentaba en plena guerra Bosnia, en la ciudad de Sarajevo, Esperando a Godot (la obra describe con precisión, la incapacidad de acción frente a la miseria, a la espera de un salvador).
En el artículo firmado por Miguel Ángel Villena, para El País, en agosto del mismo año, el periodista retrata la situación por la que pasó Sontag para llevar a cabo el montaje, cito:
“Una decena de actores bosnios ha estado a las órdenes de la escritora norteamericana y ha superado todas las dificultades imaginables que van desde la falta de luz o de agua al riesgo de los bombardeos o de los disparos de los francotiradores”
En esta guerra espiritual que nos ha venido ganando la política, mientras nos incapacitan la necesidad de acción frente a la miseria, ¿esperaremos a Godot o iremos por él?