El teatro universitario venezolano siempre ha estado a la vanguardia de las disciplinas escénicas internacionales, los autores de renombre y los cambios de cada época. No es así ya. El teatro independiente que emergiera de los albores de “La Farándula Universitaria” que dibujaba historias en los sótanos del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en 1940, y que se multiplicara a nuevos grupos independientes en los demás campus académicos sufre, hoy en día, las penurias de la crisis del país. Ahora, sus creadores lo describen como un teatro dejado a los márgenes de las circunstancias.
Breve retrospectiva
A mediados de la década de los cuarenta se concreta la creación del Teatro Universitario -con sus iniciales en mayúsculas, hoy conocido como TU- en los sótanos del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, con la iniciativa de un grupo de estudiantes que se cobijaban en el título “La Farándula Universitaria”, inspirados en el grupo de la Universidad de Puerto Rico que existía desde 1935.
De esta generación de estudiantes personalidades como Raúl Domínguez junto a Luis Peraza, Enrique Vera Fortique y Horacio Vanegas fundaron el primer proyecto de grupo del Teatro Universitario de la UCV. “El Teatro Universitario fue la primera agrupación teatral que recorrió el interior del país y proporcionó al espectáculo grandes nombres en diversos campos”, asegura el grupo en su página web.
Según Raúl Domínguez, sus ensayos se llevaban a cabo en un local que ellos mismos habilitaron como “teatrico”, ubicado en el Convento de San Francisco (recinto de la Universidad para ese tiempo). Pero este grupo no se limitaba a actuar dentro del campo universitario sino que también buscaba proyectarse en la calle, convivir y servir a la comunidad. En el TU participaron artistas invitados como Aquiles Nazoa, Gabriel Bracho, Andrés Eloy Blanco, Alejo Carpentier, Agustín Lara, Jacinto Fombona Pachano y otros que dictaban conferencias en torno al arte, la literatura, la política, tal y como recoge María Gabriela de Palma en su ensayo sobre las artes escénicas, de 2012.
Les siguieron a estos Guillermo Korn, Giorgina de Uriarte, Manuel Rivas Lázaro y especialmente Nicolás Curiel, conocido como el Bertolt Brecht venezolano (fallecido recientemente), le dan un giro importante, en la dirección del TU, a mediados de la década de los cincuenta, que marcó una pauta trascendental en la historia del teatro nacional. El TU tuvo su período más dinámico para constituir la vanguardia artística, política y polémica entre 1957 y 1968 bajo la batuta de Curiel, como refleja el grupo Theja en sus archivos web.
Posteriormente, y con el ímpetu que arriba el TU, se crean el Teatro Universitario de Maracay (TUM) en 1960, el teatro de la Universidad Católica Andrés Bello (Teatro UCAB) en 1975, el de la Universidad Simón Bolívar en la década de los 80, y el de la Universidad Metropolitana (Thespis) en 1982. Todos estos se encuentran activos actualmente con diferentes actividades, pero sostenidos a duras penas por la falta de recursos.
Declive del teatro universitario
La situación es cada vez más compleja para estos grupos de teatro que, si bien existen aún, llevan a cabo sus actividades en situaciones precarias sin presupuestos ni espacios disponibles según sus requerimientos para ensayos y formación. En primer lugar, porque la situación de la pandemia actual impide que los alumnos puedan movilizarse hasta sus universidades para realizar sus actividades, aunado a las restricciones impuestas por el gobierno de Nicolás Maduro que se basan en su sistema de “semana flexible” (aquella en la que está permitido el desplazamiento) y “semana radical” (cuando no está permitido desplazarse) por las calles. A esto se suma la dificultad para conseguir gasolina en el país y la precarias condiciones en las que se encuentra el transporte público.
Sin embargo, el declive del teatro universitario viene de años atrás. El primero en verse afectado fue el Teatro Universitario (TU) de la Universidad Central de Venezuela que, a partir de 2002, entra en una fase de reorganización con el aval del Consejo Asesor de Artes Escénicas de la Dirección de Cultura y del Consejo de la Escuela de Artes de la facultad de Humanidades y Educación. Y, con este, también se ve afectado El Chichón, su sección para niños.
Uno de sus ex directores, Eliecer Paredes, hijo del cofundador del teatro para niños de la UCV, Edgar “Juanacho” Paredes, explica que hasta la década de los noventa, esta agrupación percibía aportes dinerarios de la Dirección de Cultura de la universidad. Este departamento distribuía los recursos a los diferentes grupos culturales adscritos a la dirección. Además de los núcleos teatrales, las partidas que provenían de la UCV eran destinados también al Orfeón, la Estudiantina Universitaria, Coro de Conciertos, Coro Infantil y Juvenil, Coro Juventudes Culturales, Taller Experimental de Danza “Piso Rojo” y Taller de Danza y Música Popular “La Trapatiesta”.
“Hacia el año 2000 esos recursos empiezan a ser menores. A partir del año 2005, aproximadamente, ya era inexistente cualquier tipo de recurso que viniera de la Universidad Central de Venezuela”, asegura Paredes, quien creció y se formó en los sótanos del aula magna desde temprana edad hasta que decidió emigrar en 2017. Durante sus años en El Chichón, Paredes fue desde actor hasta escenógrafo, atrezzista y director, compartiendo esta pasión con sus padres, impulsores del teatro para niños y jóvenes que se hacía en estos espacios. Junto a los Paredes, en esta labor estaban Armando Carías, fundador e impulsor del grupo, y Dewis Durán, director.
Cabe destacar que en 2005 el presidente fallecido Hugo Chávez Frías crea el Ministerio de Cultura que antes funcionaba como Consejo Nacional de la Cultura (1975-2005). La creación de este ente marcó un hito en la nueva gestión del teatro en manos del Estado y se institucionalizaba una idea basada en la Declaración del Consejo Nacional del Teatro, creada en el 2000 por el gobierno, como afirma el investigador teatral Luis Chesney Lawrende en su libro Tiempo de canallas: La censura en el teatro venezolano.
Para entonces, “lo único que quizás la universidad brindó a las agrupaciones en ese momento fueron las instalaciones porque nosotros siempre estuvimos en el Aula Magna, pero no estaban esos recursos económicos para producción”, agrega Paredes.
La autogestión desde los sótanos
Paredes añade que, en ese momento, empezó una etapa de “autogestión”, como la venta de funciones y recaudación de porcentajes de taquilla. “Esto nos permitía solventar algunos gastos o programar, y así destinar fondos para los próximos montajes o presentaciones”. Aunque no era suficiente.
“La situación país fue empeorando mucho más y llego un punto en el que fue casi imposible realizar cualquier presentación al menos no con alguna calidad, porque dependía del presupuesto”.
Asegura que, para los primeros años de la década de los 2000, trató de utilizar la tecnología, como proyectores y equipos informáticos, para abaratar costos en realización de escenografía pero no fue viable. Tras esto, hubo un incendio en el área en el que trabajaba el grupo en el del Aula Magna que les hizo repensar la utilización de los recursos.
“En algún momento hubo un desastre en los sótanos, se quemó y con ello parte de la escenografía, desde momento pensé en reciclar lo que había allí. Despojarnos de tantos recuerdos y crear nuevos. Tuve que deshacerme de una escenografía que era muy preciada pero pensé que ya era el momento de desarmarla y aprovechar esos materiales. Fue un reciclaje de nuestros propios insumos. Pero esto no ayudó, cada vez era más difícil”.
A pesar de todo esto, los ingenios creativos no paliaron la dura realidad económica y la falta de apoyos hacia El Chichón, que permeó en todos los grupos y niveles de la cultura universitaria.
Esta no es únicamente la realidad de los centros públicos, también de los privados. Duilia Diaz, subdirectora de Teatro UCAB (Universidad Católica Andrés Bello), afirma a El Teatro que la “asignación de presupuesto de la Dirección de Cultura de la universidad cada vez ha sido menor”.
Ninguna de las fuentes consultadas ha podido precisar cuáles han sido las cantidades destinadas a sus agrupaciones teatrales en los últimos años debido a la fuerte devaluación que vive el país. Sin embargo, Diaz asegura que esas partidas eran “suficientes” para gestionar gastos de producción y viajes de la compañía a otros estados en giras. En el caso de Teatro UCAB, creado por la actriz, directora y profesora Virginia Aponte en 1975, el grupo lleva adelante una serie de acciones en las comunidades más vulnerables de Caracas y de Mérida con su fundación Medatia, lo que implica gastos de movilización y de gestión de las actividades formativas.
“Hace unos cinco o siete años empezamos un proceso de autogestión debido a que la UCAB ha tenido que recortar presupuestos de algún lugar por la situación del país. Pero siempre ha estado abierta a apoyarnos de cualquier forma. Cuando hemos hablado de autofinanciamiento son ellos los que primero nos tienden la mano”, subraya.
Díaz, que es subdirectora de Teatro UCAB desde 2015 y pertenece al grupo desde 1995, no considera que la culpa sea sea de las autoridades de la universidad. “Creo que la situación es complicada y el presupuesto no se puede repartir de la forma en que se repartía antes. Siempre nos han ayudado, si no es con el presupuesto o con cosas grandes, tratan de ofrecer otras alternativas de apoyo. Seguimos trabajando gracias a eso”, defiende.
De este modo, las compañías se han visto en la necesidad de buscar apoyo tanto en el campus universitario como fuera. Es el caso del grupo Thespis de la Universidad Metropolitana, actualmente dirigido por la actriz y directora Rossana Hernández, quien dice que durante su gestión, “todos los proyectos han sido producidos de manera colectiva”, entre los estudiantes y ella. También han contado con el apoyo de Deus Ex Machina, la compañía independiente creada por ella, y los actores Gabriel Agüero y Elvis Chaveinte.
La universidad tampoco aporta recursos económicos. “Contamos con el apoyo logístico y de difusión de la Dirección de Cultura, que ha sido incondicional siempre”, apunta Hernández.
Infraestructura vieja y amenazas
Si bien el ingenio puede hacer que los grupos salgan a flote y, de hecho, hayan perdurado en la última década con actividades constantes, no ocurre lo mismo con sus infraestructuras que no reciben cuidados desde hace años. A esto se suma la coyuntura social y política que, en momentos precisos, hizo su víctima los escenarios del teatro universitario.
Entre 2009 y 2011, el Aula Magna de la UCV sufrió varios ataques que terminaron en el incendio de la entrada 4 del Aula Magna; daños en los baños de los camerinos y el ducto de ventilación, así como la destrucción de las lámparas de la rampa. Asimismo, el domingo 7 de marzo, en plena función del musical Jesucristo Superestrella que dirigió Michel Hausmann, un grupo de desconocidos afectos al gobierno de Chávez, atacó con dos bombas lacrimógenas los camerinos del auditorio del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Los dispositivos con gases químicos entraron por los ductos de ventilación y afectaron a los actores y a la orquesta que se encontraban en la tarima y en el nivel del sótano. A pesar de que no fue un ataque directo contra el teatro universitario ni sus gestores, resulta un hecho que evidenciaba la vulnerabilidad de los grupos que residían en esos espacios.
Según fuentes de la UCV, estos espacios no han sido remodelados desde entonces, tampoco el Aula Magna de la UCV, declarada en el 2000 Patrimonio Mundial de la Humanidad, ha recibido fondos para su mantenimiento y restauración por parte de las autoridades.
El caso del Teatro UCAB es diferente. Su fundadora, Virginia Aponte, asegura a El Teatro que desde 1998, y durante los gobiernos de Chávez y de Maduro, no han recibido amenazas ni el lugar de trabajo ha sido víctima de ataques directamente, al contrario de lo que ha ocurrido con la universidad en sí misma.
“Desgraciadamente no es posible decir que no hay crisis, hay crisis y sí nos afecta, pero no hemos recibido amenazas, más que los problemas generales que ha tenido el teatro universitario desde siempre y hemos podido salir adelante”, afirma con convicción. “Aunque claro que me hubiera gustado tener Internet en la sala para poder seguir ensayando y hablando con los actores que ahora están fuera del país”, añade.
Los sótanos aún mantienen los equipos técnicos de hace 45 años, según afirma Duilia Díaz. “En mayo queremos celebrar los 45 años del Teatro UCAB y estamos esperando el apoyo de la universidad para hacer algunas mejoras en la estructura física, sobre todo a nivel de luces y de aparatos, como la consola, porque son los que más se dañan con el tiempo, 45 años son 45 años”, indica Díaz. Están a la expectativa, pero no se detienen.
“Hemos sobrevivido a todo”.
A esto, agrega Aponte: “Hemos sobrevivido a todo”. Porque lo más importante es que exista el actor y las personas que nos van a ver, que ellos se sientan atraídos de lo que va a pasar sobre ese escenario, con las cuatro o cinco luces que podamos tener. Las dificultades nos han dado el lenguaje con el que hemos trabajado”.
[Este artículo forma parte de la serie Teatro universitario venezolano de El Teatro y es el primero de tres capítulos]