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Tebas Land: La lucha de clases y un crimen

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¿Qué es la autoficción? “Es pensar que esa experiencia pudo haber sido nuestra”. Así lo explica, de manera sencilla, la escritora peruana Patricia de Souza sobre un género que es más de la litertura que del teatro, pero que al que el dramaturgo Sergio Blanco no se puede resistir en Tebas Land.

En su pieza, un acuerdo consciente tiene lugar entre el lector y el escritor. Los personajes son quienes son en sus vidas reales -fuera de escena-, y el autor pone a enfrentarse en sus verdaderos roles, a quienes a su vez son personajes dentro de la obra. Un acto que el psicoanálisis podría explicar con lo que parece ser una necesidad del escritor de vanagloriarse a sí mismo endiosándose a través del personaje principal de la obra que es semejanza suya.

Tras haber sido escenificada en distintos países en los últimos dos años, la pieza se presenta en la Sala México de Timbre 4, en Buenos Aires. 

Tebas Land, la historia de un crimen

El personaje del dramaturgo -quien lo es así en la vida real- Lautaro (Lautaro Perotti), dirigido por Corina Fiorillo, sirve de vehículo para describir desde los labios del presidiario Martín (Gerardo Otero) la constante lucha de clases que enfrentan los países latinoamericanos. Se trata de un encuentro en el que este, paulatinamente, se transforma en el personaje omnisciente que usa el parricidio como excusa para insertarse en el drama.

Así, la historia de un crimen se convierte en una crónica que prescinde de los clichés contemporáneos para ser la trágica voz de este relato que fácilmente pudo haber bebido del elixir de Edipo Rey. Como ya es costumbre en los textos del autor uruguayo, las referencias al teatro clásico sirven para construir nuevamente los hechos que pretenden llegar a un público cada vez más cercano.

En la obra los estereotipos no parecen tener lugar alguno. Con sus ajustados jeans y su corta remera, Lautaro llega de alguna ciudad europea a Buenos Aires para escribir una obra que le ha sido encargada por el Teatro San Martín. Después de conocer la historia del asesino que acabó con la vida de su padre con un tenedor, el tema central de la pieza llega a su mente como una si fuera una visión, por lo que se dispone a escribirla sin esperar más tiempo.

A través de las narraciones de Martín y con una gran pizarra para organizar las ideas, el artista deja de lado sus ademanes afeminados que lo acercan cada vez más a su objeto de estudio y se adentra en la vida de un culpable que parece querer sublimar su pasado, mediante palabras que no extrañan las eses en su estructura, mientras que oraciones con adjetivos como “precioso” quedan destinadas a la aristocracia.

La obra se aleja de la dimensión ética de un crimen para enfocarse en las posibilidades estéticas de su representación y poder ofrecerle así al espectador una tesis sobre el acontecer teatral.

Por ello, resultan concretas las formas de llevarla a cabo. Son concretas porque es innegable que esta sea probablemente la manera más auténtica que los intérpretes tengan para desarrollar un mundo que desconocen pero que los incluye. Los hechos se representan entonces durante casi dos horas de duración, pero jamás se podrán “presentar” en la vida cotidiana, porque sus autores no forman parte de esta realidad.

Es el mismo motivo por el que Lautaro personifica a Lautaro y por el que Gerardo interpreta a Martín y no es el mismo Martín quien puede darle vida a su propio personaje. Porque él está encarcelado y no podrá subirse al escenario a protagonizar su historia, ni mucho menos ser espectador de su propio desenlace. Martín no entiende entonces cómo es que alguien va a “hacer de él”. Y no es por su falta de cultura, es porque le parece “trucho” o poco creíble que ocultar las diferencias sea una necesidad.

Tebas Land también estuvo sumergida en una marea de símbolos. La puesta en escena con la que contó el teatro Timbre 4 durante esta temporada le asignó un espacio a Lautaro. Allí, un pizarrón, un escritorio y un proyector fueron sus principales recursos. Martín, en cambio, tuvo su propia celda en donde el básquetbol fue su única forma de recreación. Lautaro siempre se sintió cómodo en su área, ubicada a la derecha del escenario, mientras que la celda estaba a la izquierda. Lautaro pudo moverse entre su espacio y el de Martín, pero Martín jamás llegó al lugar de Lautaro.

Así son los símbolos de la pieza que, consciente o inconscientemente, crean un ambiente en el que la burguesía coquetea con su clase opuesta, mientras que el público se deja conmover cuando Lautaro le regala una tablet a ese “pobre” por el que termina sintiendo aprecio, incluso lástima.

El mundo no ha avanzado tanto en temas de Derechos Humanos

Tebas Land refleja los problemas de las diferencias entre los seres humanos y genera una sensación de temor al revelar que el mundo no ha cambiado mucho pese al constante avance en tema de los Derechos Humanos.

La verdad toma parte sobre las tablas para dominar los diálogos entre los actores que, desde una pseudo-incomodidad, reflejan una coyuntura aún más complicada. Situación que adquiere su tono más oscuro cuando el también dramaturgo Lautaro Perotti se enfrenta a un rol sobre sí mismo; mientras que Otero vive la complicada experiencia de darle vida a un ser humano cuya condición lo hace muy distinto a quien realmente es.

Es una persona que aún no ha encontrado un lugar en el mundo, porque piensa que allí ya no hay un sitio para él. Porque cree que es muy pequeño para albergarlo. Aquí radica la profundidad de esta pieza y su verdadero valor. Y es que sin una verdad, no habría teatro que representar, pues ya no habría más espacio para pensar.

Mientras Blanco disfruta desde la distancia los aplausos que Tebas Land recibe en Buenos Aires, el autor de otras reconocidas -en Latinoamérica- piezas teatrales como El Bramido de Dusseldorf, Kassandra, Ostia, La Ira de Narciso y Cartografía de una Desaparición se prepara para el éxito de Tráfico, su más reciente texto dramático.

La obra ganó el prestigioso premio Award Off West End de Londres en 2017; en España, el Teatro Kamikaze la llevó a escena poco después de ganar el Premio Nacional en 2017; fue representada en 2018 por Deus Ex Machina en Caracas, cuando fue protagonizada por el actor Kevin Jorges, ganador en 2019 del premio Marco Antonio Ettedgui; en Perú, el mismo año, Gisela Cárdenas la montó en el teatro de la Universidad del Pacífico.

Fotografías de archivo
Vídeo cortesía producción

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