Radical, divertida e incisiva. Así es Valleintrap, la pieza de la productora Pan y Vino, que se arriesga con una versión de Luces de Bohemia muy trendy y muy oscura, pero que utiliza a cabalidad, con desparpajo, la técnica del esperpento que el propio Valle-Inclán acuñó.
La obra del novelista, que en el siglo XX tardó unos 50 años en estrenarse, es una oda al mismo teatro y sus desdichas, pero también una sátira sobre la sociedad. Narra las últimas horas de la vida de un ciego, Max Estrella, un “hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales”, como indica el texto, que gozó en algún momento de gran reconocimiento por parte del público.
En su fatalidad, tras un intento fallido por conseguir dinero, pasea por un Madrid turbio y marginal con don Latino de Hispalis, para salir de fiesta y al mismo tiempo ser testigo invidente de una sociedad decadente o dejada a un lado por las autoridades.
Pan y Vino Producciones mantiene la esencia viva del grotesco del original y lo exacerba con luces de neón, en contraste con una fuerte sombra, y un Dj que no se detiene y que musicaliza con trap.
El escenario es despojado y una tarima se abre y cierra para abrir paso a la imaginación, porque el centro son los personajes desfigurados y penosos, que mantienen una energía de ansiedad al espectador.
Este Max Estrella no es solo ciego, sino parapléjico y se mueve en un carrito de mercado; don Latino perfectamente podría ser ese malandro de barrio, incluso de favela, que es el más amigo y el peor enemigo al mismo tiempo; Madame Collet es una sirena –con cola– que llora las desdichas de la escena; Claudinita, para los efectos, termina de configurar un cuadro familiar disfuncional –o funcional, depende de la mirada, pero al fin y al cabo, de marginación–.
Todos interpretados por Mario Alonso, Susana Álvarez, Mateu Bosch, Katia Braun, Pablo Tercero, Javier Carramiñana y Nacho Martínez, excelentes actores que no dan respiro ni un segundo para disfrutar de este esperpento cantado en trap, y lleno de color.
Aparecen otros personajes que apoyan la crítica social que con desfachatez el grupo impone como bandera, no solo en contra del ejercicio arbitrario del poder sino de la pompa y de las formas de narices respingadas con las que en ocasiones se mira al teatro.
De hecho, la crítica fuertemente satírica de la pieza hizo que el propio Valle-Inclán no pudiera ver montada su obra. De esto se conjuga también la lucha porque al artista se le mire con valor y dignidad, que a juzgar por el mensaje de Pan y Vino, no sucedía en 1920, ni ahora.
La pieza dirigida por Kees Harmsen se presenta como una declaración hacia la libertad y en contra de los regímenes totalitarios u obsoletos, con una mirada actualizada y llena de honestidad. La realidad vista sin perfume ni maquillaje pero sin dejar de lado un teatro puro que se hace entender perfectamente.
Cada espectador lo mirara desde su realidad, al final es Madrid o cualquier ciudad víctima de las malas estrategias, y de la invisibilidad de sus artistas.
El gran toque lo aporta un dj encargado de la musicalización en vivo que en ocasiones hace estremecer. En el sonido, Albers Mayo vale oro.
Max Estrella y su Valleintrap se retiran de la sala de Nave 73, en Madrid, que les quedaba como anillo al dedo porque daba la sensación de que todo ocurría en una especie de galpón oscuro y que allí se quedaban sus anhelos y miedos cercados como en un limbo, lleno de humo. Como el artista que hace y no recoge. Desespera, revuelve, hace meditar y todo mientras el público se divierte. Seguro que vuelven.