Expresar en un performance, o en cualquiera de las formas de teatro, que es lo que nos compete, una realidad vivida o una anécdota que se ha experimentado en carne propia resulta siempre controvertido y peculiar. Aunque muchos dramaturgos han presumido de poner en texto lo que han vivido, tanto en cuerpo presente como en la reflexión de sus realidades, no hay nada más feroz y audaz que repetir esa experiencia en un escenario. Llámese escenario a cualquier espacio (presencial o digital) donde el intérprete puede revelarle algo al espectador en forma de arte. Si a esto le sumas que el intérprete es también víctima de esa realidad que expresa, el asunto puede ser más complejo y sensibilizador.
Esto es, justamente, lo que Lorent Saleh ha tratado de hacer con su performance White Torture, un espectáculo minimalista performático en el que revive su paso por La Tumba, una cárcel con siete celdas pequeñas, situada en Plaza Venezuela, en el corazón de Caracas. Este sitio fue utilizado por la dictadura de Hugo Chávez y, actualmente, por la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela para privar de libertad a los presos políticos.
Una experiencia íntima
Lorent Saleh repite su historia. Un historia que vivió durante cuatro años (201-2018) en los que fue apresado por protestar contra el régimen de Maduro y encerrado en La Tumba, tras haber sido deportado de Colombia y enviado a entregado a funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). De manera dolorosa y visceral, el activista ha redactado un texto, de su propio puño y letra, en forma de poesía, y la ha llevado a escena sin la pretensión de hacer teatro ni de hacer activismo. Una muestra que se queda entre la espada y la pared, en el aire, que no es una cosa ni es la otra pero está a flor de piel, para recordar una historia presente, promover la conversación sobre la dictadura venezolana e invitar a reflexionar sobre un recuerdo que pesa.
Lo primero es juntarnos un grupo reducido y previamente seleccionado de público. Son casi todos cercanos, casi todos amigos, personas con interés en escuchar su historia, algunos lo conocen y otros, poco. Nos reúnen afuera de las Oficinas del Parlamento Europeo en Paseo de la Castellana, en Madrid, a las 18:00. Pasada la hora no vemos movimiento más que un clima frío y un atardecer nublado. Comenzamos tarde y el staff -que funcionarían como guías de sala- comandado por jóvenes venezolanas, nos piden que entreguemos los teléfonos y nos pongamos una venda en los ojos para “sumergirnos en la experiencia”. Así vamos, sin ver, en un autobús que nos lleva hasta una casa sin título ni nombre, más al centro de Madrid.
Con reparos y torpezas, entramos a una sala, en cuyo centro se podía ver desde arriba un foso que bien podría haber servido de almacenaje antiguamente. Dentro, Saleh con un pantalón negro y nada más. En nuestro nivel, también vemos una pared donde se proyecta la poesía que sale por los altavoces, pero la que se ve está en inglés. La voz que se oye, en cambio, es la del activista, que ha grabado previamente lo que ha escrito. También han dispuesto un monitor donde se observa lo que hace el protagonista.
El imaginario de La Tumba, los estragos de la dictadura
La performance dura una hora y poco. Lo vemos caminar, moverse y cambiar de posición aleatoriamente. Su danza apacible es un acompañamiento pues la fuerza está en su voz y en el relato. El foso, además, no es blanco y no ayuda a sumergirnos en La Tumba que nos pinta Saleh con sus palabras.
Vale más cerrar los ojos y escuchar.
Mientras tanto, la poesía no es atroz, desmedida ni especialmente descriptiva. Tampoco edulcora. Es más bien enunciativa, sutil, estremecedora por su dulzura. Lo que escuchamos es la historia de una víctima de la dictadura que ha sufrido tortura blanca durante cuatro años y lo ha convertido en dudas, en preguntas sobre la existencia, en inquietudes sobre la lucha por la libertad. Con su texto, Saleh nos expone una reflexión totalmente íntima, casi como un diario en el que no cuenta sus días con pelos y señales, sino en el que transforma sus pensamientos en finos hilos sobre la esencia humana. ¿Estoy despierto? ¿Qué día es hoy? ¿Quién soy yo?
Con un ejercicio de imaginación, guiado por sus palabras, lo vemos desgastarse en ese espacio confinado de 2×3 metros, totalmente blanco, solo provista con cámaras de vídeo y micrófonos, sin acceso a la luz del sol o al aire libre. Saleh mira hacia arriba como mirando esas cámaras con ojos de bota, verde, ácida.
En algún momento nos cuenta cómo, desde esa celda, podía escuchar los gritos cuando torturaban a un compañero o a otro estudiante, conocido o no. Peor que te torturen a ti, es que oír cómo torturan a otro.
Hay quienes lloran mientras miran y oyen este ritual creado por Saleh. Otros nos mantenemos expectantes. El fin último es llamar la atención y recordar que hay quienes todavía están presos, y a quienes murieron en las manifestaciones contra los regímenes de Chávez y Maduro. Saleh, que no es artista, lo ha tratado de transformar en arte para llevar su mensaje hasta Bruselas, Venecia y Estrasburgo.
White Torture: La tortura blanca
La tortura blanca es un tipo de tortura moderna psicológica. Las víctimas son recluidos en celdas muy pequeñas y desprovistos de todo estímulo sensorial a través del aislamiento. No hay ventanas ni baño, no hay sonido ni colores, porque todo es blanco. El objetivo es eliminar todo rasgo de identidad personal del individuo y someterlo al más profundo aislamiento. Tampoco deja huellas en la piel, pero sí infinidad de trastornos psicológicos y daños en la personalidad.
Se ha podido conocer por diferentes miembros de la oposición venezolana, así como por el expresidente de Colombia Andrés Pastrana -el primero en denunciar su existencia-, que en La Tumba solo se escucha el paso del Metro de Caracas, encima de las cabezas de los recluidos.
Tamara Sujú Roa, abogada defensora de los Derechos Humanos, miembro de la ONG Foro Penal Venezolano, explicó en 2015: “Las siete celdas de dos por tres metros están alineadas de forma continua, una detrás de la otra, por lo que los detenidos no pueden verse. Piso y paredes blancas, rejas grises, con una apertura por donde les meten la comida. Cama de cemento blanco, mesa de cemento blanco. Los detenidos pasan las 24 horas del día encerrados vigilados por cámaras y micrófonos. Sólo estiran las piernas cuando tocan un timbre interno para ir al baño, y hay veces en que no los sacan, por lo que tienen un bote (bacinica) previsto para esa emergencia”.
Un mensaje que llega con obstáculos
El objetivo de la pieza es apoyar el activismo que realiza Saleh por el mundo, explicando las violaciones de Derechos Humanos en Venezuela. Sin embargo, es difícil asegurar si llega el mensaje. Tampoco estas líneas explican bien de qué trata la performance, pues es una mezcla de expresión poética (más que de teatro) y un encuentro entre amigos para hablar de un asunto delicado que toca las fibras de muchos venezolanos.
Tras la performance, -que bien hubiera sido mejor solo escuchar, pues, como decíamos, la fuerza está en la poesía- nos han llevado a un salón donde una violinista ha tocado una pieza para dar paso a Saleh, quien, jocosamente, ha pedido una cerveza. Pronto ha comenzado a entablar una conversación incómoda, entre el llanto y la risa, que pretendía unir en el diálogo a los espectadores. De modo que confirmamos el objetivo intimista, familiar y cercano y lo alejamos de la posibilidad de masificar el encuentro para hacer llegar el mensaje a más personas.
Además, a esto se suma que las guías de sala han tenido siempre un lenguaje coloquial, cero protocolar e incluso descortés, quizás por el exceso de confianza que les aseguraba el que hubieran solo amigos, cosa que no se perdona y menos en una experiencia tan íntima. De hecho, alguien que se ha infiltrado en el público y ha sido imposible saber si era guía, ha volteado a mirar a los periodistas diciendo: “si no te han dicho que no hay que grabar adentro, te lo digo yo, ya lo sabes”.
Valoramos, entonces, el esfuerzo de Saleh por transmitirnos su dolorosa vivencia, de una manera honesta, sencilla y humana; pero animamos a los organizadores a mejorar el protocolo, evitar los ruidos y conversaciones durante la presentación, y pedir al público silencio en todo momento. Este mensaje, hay que escucharlo.
“Habría deseado la muerte,
antes que traicionar la causa”.
-Lorent Saleh.
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Texto: Patrizia Aymerich
Fotografías: El Nacional, Infobae, Lorent Saleh